El solo nombre de Cartagena de Indias le acelera el corazón a más de uno. Es la ciudad que todos desean ver aunque sea una vez en la vida, mientras que otros abrigan el sueño de regresar una y otra vez. Y es que sustraerse a su magia no es tarea fácil.
Ese pedazo de patria colombiana que fortificaron los españoles para defenderla de los piratas y corsarios que asediaban el Caribe, se ha convertido en la vitrina exportadora del país en materia de eventos y relaciones internacionales.
La UNESCO también se fijó en ella y la declaró Patrimonio Cultural e Histórico de la Humanidad y los colombianos la defienden y consienten como el más preciado de sus tesoros.
Mucho tienen que envidiarle a Cartagena, islas como Aruba, Curazao y Jamaica y playas como Cancún, que lejos están de ofrecer en el tan renombrado y cotizado Caribe, una ciudad que combina con la pureza de un estilo su arraigo colonial y su vocación marina.
Alguien se pregunta qué es lo que hace a Cartagena un destino tan fascinante. Y no faltará quién le responda con ojos de turista: sus contrastes. Mirada desde el aire antes de que el avión toque tierra se presenta como una ciudad indefensa a la cual le entra el mar por todos sus poros. Una vez en tierra, no es sino recorrer unos cuantos kilómetros que separan el aeropuerto Rafael Núñez del cordón de murallas de la Tenaza, para empezar a descubrir su incuestionable y evidente protagonismo militar durante la colonización española, que se inicio en el siglo XVI, hasta que tuvo el coraje de convertirse, el 11 de noviembre de 1811, en la primera provincia en emanciparse del yugo español.
Y es que Cartagena no solo fue valerosa en la Guerra de Independencia. Soportó pestes y hambre, el Santo Oficio de la Inquisición, la implementación de la esclavitud, y, todo ello, por su estratégica posición geográfica en el Caribe y por la seguridad de su hermosa y bien
resguardada bahía que la llevó a convertirse en el epicentro de las rutas de galeones y una de las plazas fuertes más importantes de América.
De la mano de las fortificaciones que se pueden admirar, como el majestuoso Castillo de San Felipe de Barajas, los baluartes y hasta la escollera submarina enterrada para impedir el acceso marítimo a la ciudad, los españoles construyeron una formidable ciudad colonial, bautizada por el poeta, escritor, compositor e industrial cartagenero Daniel Lemaitre Tono como "El Corralito de Piedra".
Es precisamente entre esas calles estrechas que su pasado colonial está más vivo que nunca, gracias al esfuerzo de cientos de particulares que se han dado a la tarea de devolverle el esplendor a viejas y desvencijadas casonas y a entidades del Estado que han restaurado otro tanto, para el disfrute de propios y extraños.
Con la llegada de dos prestigiosos centros hoteleros a los claustros de Santa Clara y Santa Teresa, en cuyos procesos de conversión hubo cambio de hábitos de un pasado reservado a monjas de clausura, uno, y a monjas de menos rigor religioso, el otro, el Centro, adicionó
a su habitual congestión diurna un halo de recreación nocturna abierto en sus plazas.
El Centro de noche dejó de ser un espacio reservado al solitario paseo de los coches tirados por caballos llevando de afán a parejas de enamorados más interesados en robarse un beso, que en admirar una interminable fila de portones apagados y oscuros. Hoy, por el contrario, el Centro vive, y no alcanza una sola vuelta en coche para apreciar en su verdadera dimensión el patrimonio arquitectónico que tiene la ciudad amurallada.
Por eso lo ideal es combinar el paseo con la caminata. Para ir y venir de una plaza a otra. Amén de los cafés, bares y restaurantes que funcionan en las plazas de Santa Teresa, San Pedro, Santo Domingo, San Diego y sus calles aledañas ofreciendo toda variedad de especialidades.
Y es que el presente gastronómico de Cartagena tiene un amplio arraigo en su pasado. No podemos desligar la tradición marinera y de puerto con los hábitos alimenticios y la inmigración de sirio-libaneses de principios del siglo pasado, y la internalización de la cocina china e italiana, por lo que su carta gastronómica cubre todos los presupuestos y también los más exigentes paladares.
Fotos: Luis Eduardo Herrán