Perfil del autor
Johanna Esperanza Zárate Hernández
Diseñadora Gráfica, Especialista en Edición Digital y Multimedia y Maestra en Estética e Historia del Arte de la Universidad Jorge Tadeo Lozano Certificada en Digital Humanities, Harvard University, miembro del Interaction Design Foundation.
Diseñadora UX, multimedia, video y web, asesora en diferentes entidades privadas y públicas en Colombia. Conferencista y diseñadora de marca, branding y comunicación visual. Directora de proyectos digitales e interactivos, audiovisuales, programas de televisión y aplicaciones digitales para empresas de diversos sectores de la economía.
En la actualidad trabaja como Profesora Asociada del Área Académica de Diseño de Producto, en la Facultad de Artes y Diseño de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Hace parte del grupo de investigación Diseño, pensamiento y creación y es la coordinadora del Observatorio en Diseño y Creación de la Facultad de Artes y Diseño de la Universidad Jorge Tadeo Lozano y directora del podcast Encuentros de diseño.
¿Qué es una industria cultural, creativa y de contenido?
Para iniciar, debemos hacer una claridad sobre los términos. La noción de industrias culturales aparece en 1949 cuándo Theodor Adorno lo usa para referirse a las técnicas de producción industrial en la creación y difusión masiva de obras culturales. En la actualidad la cultura se ha incorporado en procesos de producción sofisticados, cadenas productivas complejas y circulación a gran escala en distintos mercados.
Ya en los noventa, aparece el concepto de economía creativa que complementa el término de industrias culturales propuestas por Adorno. En la economía creativa se combina la creatividad la innovación y el cambio tecnológico para el desarrollo de negocios, esto quiere decir que las industrias creativas se enfocan en la generación y explotación de la propiedad intelectual estas industrias se originan en la creatividad individual unida a la destreza y al talento como potencial productor de riqueza y empleo.
A partir de estos conceptos aparecen otros derivados como industria de contenido e industrias protegidas por el derecho de autor. Según la Unesco (2009) “…las industrias culturales y creativas son entendidas como aquellos sectores de actividad organizada que tienen como objeto principal, la reproducción, la promoción, la difusión y/o la comercialización de bienes, servicios y actividades de contenido cultural, artístico o patrimonial”.
La industria cultural concebida en el siglo XX es insuficiente por desconocimiento para abarcar los contenidos creados por las tecnologías contemporáneas, lo cual lleva al desarrollo de la noción de industrias de contenido, estas permiten incluir industrias tales como: editorial, cine, televisión, radio, discografía, contenido celulares, música independiente, audiovisual independiente, contenido web, videojuegos, Cross media.
Si bien, los términos industria cultural e industria creativa en algunos casos parecen casi intercambiables, se diferencian en el hecho de lo que genera valor al bien o servicio a producir. Por ejemplo, los bienes y servicios producidos por las industrias culturales son fruto de la herencia, el conocimiento tradicional y los elementos artísticos de la creatividad de un pueblo. Por otro lado, las industrias creativas derivan su producción de la creatividad individual, la innovación, las habilidades y el talento en la explotación de la propiedad intelectual de un individuo.
Es posible que las diferencias en algunas industrias parezcan estar en una delgada línea entre las culturales, las creativas y las de contenido o protegidas por el derecho de autor, pero en general, las diferencias básicas tienen que ver con la procedencia de su valor simbólico. Debe quedar claro entonces, que las industrias culturales están atadas a un grupo social determinado, es decir, a una cultura identificable. Las industrias creativas hacen parte de desarrollos individuales que se basan en la innovación y el emprendimiento creativo, las industrias de contenido buscan generar servicios y productos a partir de creaciones intangibles de contenidos que se manifiestan en productos y servicios que se pueden amparar por la legislación de derecho de autor de cada país.
Reflexiones sobre industrias creativas y culturales
El término de industrias culturales proviene de una aproximación negativa desde la teoría crítica que ve el desarrollo de estas como una aproximación perversa a la cultura, una banalización del desarrollo cultural de una comunidad, por otro lado, la economía cultural ve a estas industrias como un potencial de desarrollo económico para una región, cuál es la verdad, tal vez ninguna… o tal vez un poco de ambas.
El acceso a la educación se asocia con una menor tasa de riesgo de pobreza y eleva las oportunidades, el desarrollo de infraestructura y el uso de tecnologías digitales, la disponibilidad y el uso de estas tecnologías aumenta el porcentaje de consumo cultural y favorece al parecer el desarrollo de las condiciones económicas.
El desarrollo de las ICC se entiende como la posibilidad de acceder a un valor agregado como signos, símbolos, estética de los objetos, entre otros. Como lo explican Carolina Herazo y su equipo “… la producción de la comunicación y la cultura se ha convertido en la industria esencial dentro de la actual industria de los medios de producción … Es así como la creatividad es la base de la transformación que tiene lugar en el capitalismo cognitivo cultural”. Para Adorno esta nueva versión del capitalismo hace que el “aura” de la cultura tradicional desaparezca, y somete a la cultura a su decadencia. La otra cara de la moneda está en la percepción del consumidor, con el fortalecimiento de la modernidad, el sujeto obtiene la satisfacción de las necesidades fisiológicas y de seguridad, pero las necesidades sociales y de autorrealización en constante cambio son el mercado potencial de las ICC y en esta visión, estas industrias tienen una función positiva para desarrollo humano contemporáneo.
Cabe aclarar, que cada región tiene una escala de desarrollo distinta y por lo tanto, la satisfacción de estas necesidades no puede ser medida bajo la misma escala, pero en el mundo occidental desarrollado el vacío de autorrealización y expresión cultural se hace evidente en la ilustración, cuando el hombre moderno pierde su encantamiento del mundo, y es entonces el consumo de contenidos culturales lo que le permite construir sentido, bajo una mirada acelerada de un mundo que cambia cada día mas y mas rápido, “un mundo donde evitar el aburrimiento es una de las premisas mayores” (Herazo, 2018).
Ahora, cuando hablamos de mundo, debemos tener en cuenta que hay más de un “mundo”, es decir la cultura ha desarrollado diferentes visiones de mundo, lo cual equivale a que cada comunidad, cada sociedad requiere encontrar una fórmula propia que ayude a florecer esta industria en su región. Por otro lado, vale preguntarse si los productos desarrollados por dichas industrias favorecen en realidad la cultura del país, o si lo que se está entendiendo por productos de arte y creatividad están aportando de forma significativa a la mejora en la calidad de vida de la comunidad o solo de un grupo específico perteneciente al conocido mercado del arte.
Esta diversidad de mundos que se han dividido tradicionalmente en desarrollados y subdesarrollados, generan a su vez una plataforma diferente para las ICC. En los países que se denominan a sí mismos como desarrollados las necesidades de seguridad, infraestructura, educación, comunicaciones, transporte, entre otras ya han sido satisfechas, es por lo cual estas economías parecen estar en transición hacia economías blandas de servicios, conocimiento y creatividad. En los países que han sido denominados subdesarrollados, las industrias culturales y creativas se han convertido en una oportunidad de disminuir la brecha existente entre el primer mundo ideal, y ese tercer mundo reducido a un segundo plano, apostándole a cultivar, fortalecer, pero también explotar la cultura exótica que se puede empaquetar y convertir en un producto que genere riqueza.
El problema de esta situación es poder determinar si en realidad este impulso de las ICC disminuye la brecha de pobreza de los pueblos Latinoamericanos, si se está fortaleciendo la cultura, o si se está explotando otra vez, de forma indiscriminada, otro recurso irrecuperable como en su momento se hizo y se sigue haciendo con el oro o el petróleo. Es entonces indispensable que los gestores culturales y creativos fortalezcan su criterio y su ética para propender siempre por proyectos que en realidad contribuyan a su comunidad, a la cultura y empleen la creatividad de forma positiva para su país.
En su texto, Herazo explica que “A causa del corto tiempo de vida útil de los productos de las ICC estas son asociadas con una sociedad mediática que busca acceso y satisfacción inmediata, relacionadas con los productos de entretenimiento y ocio que según autores críticos lleva a la pérdida de la subjetividad y la individualidad del consumidor. En este sentido el consumidor es puesto de forma pasiva ante estas industrias que gracias a su apropiación de la cultura pueden convertirse en un mecanismo de control social o domesticación de masas y dominio de la vida cotidiana” el consumidor sumido en la monotonía contemporánea, está en una constante búsqueda de nuevas experiencias que le proporcionan productos o servicios que a su vez, mantienen al consumidor desconectado de una participación activa en lo social o lo político, a no ser que lo social y político que le interese, este dentro de la industria misma.
Es importante mantener en mente, que la teoría crítica construida por Adorno y Horkheimer en el siglo XX se desarrolló pensando en el mercado del arte, y las industrias culturales de ese siglo, un siglo con diferentes necesidades de expresión y con diferentes medios creativos y artísticos. El siglo XXI por su lado, con el vasto desarrollo tecnológico y un avance como nunca en cuanto a medios de producción y tecnología, no cambia necesariamente la calidad de los productos culturales, sino la percepción de exclusividad que se proporciona, pasando de una producción accesible a pocos con el capital cultural y económico adecuado, a una producción para un consumo masivo, colectivo y común. Autores como Enrique Gil plantean que “el consumidor está entretenido (mas no informado), enterado (más no consciente), conectado (más no vinculado), lo cual conduce a asumir al sujeto contemporáneo como un ser atrapado en narraciones estéticas (bien sean agradables o impactantes, pero siempre estéticas) con pocas opciones de salir de la caverna en la que el poder político lo ha envuelto. Y entonces vale la pena preguntarse, ¿Es realmente así? ¿Todos y cada uno de nosotros somos tan solo peones en el juego de poderes que se esconde detrás de las industrias que producen el entretenimiento y el espectáculo al cuál nos vemos enfrentados día a día? O tal vez, y solo tal vez, la proliferación de productos y servicios culturales y creativos han sido y seguirán siendo un medio y una oportunidad de expresión democrática, de participación y construcción colectiva de un país con la capacidad de explorar formas alternativas a la noción de desarrollo y bienestar instituido por otros en el primer mundo occidental. Hablamos de espectáculo y entretenimiento, ya que la mezcla contemporánea entre productos y servicios que se apoyan en la convergencia e interacción de medios han sido la oportunidad para la creación de toda una industria del entretenimiento y el ocio que se ampara y sostiene sobre la estructura de las ICC.
En definitiva, como lo plantea Enrique Bustamante, “hablar de industrias culturales, supone reconocer efectivamente que buena parte de la cultura moderna, la de mayor impacto económico y social, se ha industrializado para sobrevivir, pero que ese proceso y su mercantilización no elimina su doble cara: cara económica de crecimiento y empleo, pero también cara ideológica como fuente primordial de los valores compartidos de nuestra sociedad, y en tanto plataforma vital para la redistribución social, para la participación democrática…
Como lo empleen ustedes, y qué tipo de aproximación les den a sus proyectos desde ahora, depende solo de ustedes...
Bibliografía
Labrún Aspillaga, Ana María. (2014) Industrias culturales, creativas y de contenidos.
Gómez, Rocío del Socorro. Hleap, José. Londoño, Jaime. Salazar, Guillermo (2000) Gestión
cultural: conceptos. Bogotá: Convenio Andrés Bello.
Editores: Pereira González, José Miguel. Villadiego Prins, Mirla. Sierra Gutierrez, Luis
Ignacio (2008) Industrias culturales, músicas e identidades: una mirada a las
interdependencias entre medios de comunicación, sociedad, cultura. Bogotá, Editorial
Pontificia Universidad Javeriana
Herazo Avendaño, C., Valencia Arias, A. y Benjumea Arias, M. (2018) Perspectivas
investigativas en el estudio de las industrias culturales y creativas. Revista KEPES, 16 (17),
27-67. DOI: 10.17151/kepes.2018.15.17.3
Bakhshi, H. And Windsor, G. (2015). The creative economy and the future of employment.
London, England: Nesta.
Lagada, Reinaldo (2006) Estética de la Emergencia. La formación de otra cultura de las
artes. Buenos Aires, Editorial Adriana Hidalgo
González Vélez, Estefanía. (2013). El ecosistema de las industrias culturales en Colombia.
UIS. Revista UIS Humanidades, Vol. 41, num. 2.
Naciones Unidas; PNUD; UNESCO. (2014). Informe sobre la economía creativa. Edición
especial 2013. Ampliar los cauces de desarrollo local. Naciones Unidas; PNUD; UNESCO.
República de Colombia. (2010). Conspes 3659. Política nacional para la promoción de
las industrias culturales en Colombia.
República de Colombia. (1997). Ley 397. Ley General de Cultura.
UNESCO. (2018). Repensar las políticas culturales. Creatividad para el desarrollo.
UNESCO.