Desde comienzos de los años noventa, las grandes marcas de ropa (entre ellas Zara, H&M, Gap y Benetton) han buscado aumentar sus beneficios económicos con diversas estrategias para que los consumidores compren cada vez más ropa y con mayor frecuencia. Para ello han optado por lanzar colecciones que siguen las últimas tendencias de la moda y que han sido diseñadas y fabricadas de forma acelerada y a bajo costo. De este modo, ofrecen al consumidor acceder a varias colecciones al año (entre 8 y 10 frente al ritmo tradicional de entre dos y cuatro colecciones al año) de prendas novedosas que son sustituidas rápidamente y que pueden obtenerse a precios asequibles. Mediante esta estrategia de moda rápida o fast fashion, las empresas crean en el consumidor la idea de que debe renovar su ropa constantemente pues lo que se encuentra en su closet ya está desactualizado.
Para lograr ofrecer al consumidor tanta variedad a precios muy bajos, estas marcas han adoptado el sistema de organización de la producción conocido como “justo a tiempo”, con tiempos de entrega cada vez más cortos entre el diseño y la prenda final. Estos procesos son desarrollados, además, incurriendo en prácticas medioambientales irresponsables, así como presionando a los proveedores para que entreguen sus productos cada vez en menor tiempo, a costa de sus garantías laborales.
Entre las prácticas productivas irresponsables cabe mencionar el elevado consumo y la contaminación de agua con el uso de químicos tóxicos, el elevado gasto energético y la generación de elevadas emisiones de CO2. A esto hay que agregar la generación de desperdicio textil con toneladas de tela desaprovechadas por los cortes y con ropa desechada de manera temprana (pues sólo el 20% de la ropa que se desecha se reutiliza o recicla mientras que el 80% termina en rellenos sanitarios o se incinera). Todo lo anterior hace que la industria de la moda sea la segunda -después de la industria del petróleo- con una huella de carbono más alta a nivel global (Boston Consulting Group -BCG- y Global Fashion Agenda -GFA- (2017).
Pero la industria de la moda rápida logra comercializar sus productos a muy bajos costos gracias a la subcontratación de su producción en países que, como China, Bangladesh, Vietnam, India, Indonesia, Camboya y, reciententemente Etiopía, cuentan con políticas de apertura económica a la inversión extranjera directa (IED) y proveen mano de obra barata e intensiva. Estos esquemas de subcontratación llevan a que las fábricas de confección localizadas en estos países compitan entre ellas para obtener los contratos de producción de parte de las grandes marcas bajando los precios y, con ello, los salarios de sus trabajadores y empeorando las condiciones laborales. Cifras recientes de estudios adelantados por organizaciones defensoras del comercio justo y de los derechos de los trabajadores a nivel mundial nos muestran que la industria de la moda emplea a más de 40 millones de personas, en su mayoría mujeres (alrededor del 70% del total de trabajadores) y niños en condiciones de explotación que son expuestos a sustancias químicas peligrosas, están hacinados, laboran en edificaciones inseguras, con salarios inferiores al mínimo legal y reciben malos tratos y acoso de parte de los supervisores. Estas condiciones hacen que la industria de la moda sea una de las primeras 5 industrias implicadas en la esclavitud laboral, de acuerdo con el Global Slavery Indexde 2018.
Bangladesh ha sido uno de los países afectados por la clandestinidad de las industrias textiles, el trabajo esclavo y la explotación infantil, fenómeno que salió a la luz pública con el derrumbe, el 24 de abril de 2013, de Rana Plaza – una fábrica textil en Dhaka que estaba en precarias condiciones- en el que murieron 1.134 personas y más de 2.500 resultaron heridas. Vale la pena señalar que antes del colapso de Rana Plaza, hubo por lo menos otros dos desastres de grandes proporciones en fábricas de confección en Pakistán y Bangladesh que causaron la muerte y daños en centenares de trabajadores y familias[1].
La tragedia de Rana Plaza ha generado una movilización importante a nivel global con la creación de organizaciones y campañas orientadas a la difusión de las prácticas medioambientales y laborales en las que incurre la industria de la moda, generando así consciencia acerca de la importancia de adoptar hábitos y prácticas de consumo responsable que tengan en cuenta las implicaciones éticas y medioambientales de nuestras decisiones de compra de ropa. Entre ellas están la reutilización, el upcyclingo suprareciclaje, el trueque, los mercados de segunda mano, las prendas orgánicas, fabricadas bajo esquemas de comercio justo y local, el aprovechar al máximo la vida de las fibras y, lo más importante, limitar la compra de nuevas prendas. Adicionalmente, algunas marcas de moda rápida han comenzado a implementar iniciativas de economía circular para emplear la ropa usada de sus clientes como materia prima para la generación de ropa nueva. Pese a ello, aún son comunes las visiones erróneas que consideran que los cambios hechos en la cadena productiva para aminorar los daños ambientales o sociales, generan un mayor costo en la prenda final y repercuten en la competitividad de las marcas. No obstante, al comprender que la industria de la moda rápida maneja ingresos y ganancias anuales multimillonarias, de los cuales la mayor parte es destinada a campañas publicitarias y a estrategias de mercadeo, es claro que un cambio en la industria sólo puede darse desde los consumidores y nuestros hábitos de consumo.
EDITORA INVITADA
DIRECTORA DE INVESTIGACIONES Y SOSTENIBILIDAD
Constanza Amézquita Quintana
ÚNICA - Institución Universitaria Colombo Americana
Socióloga, Mg. Sociología, Doctora Estudios Políticos y Relaciones Internacionales
* Editorial basada en el working paper titulado Una reflexión en torno a los impactos medio ambientales y sociales de la industria de la moda y algunas alternativas sostenibles. Disponible en: http://unica.edu.co/descargas/WORKING%20PAPERS/Alternativas_sostenibles_moda.pdf
Bibliografía
Asia Floor Wage Alliance (AFWA), The Center for Alliance of Labor & Human Rights (CENTRAL), Global Labor Justice (GLJ), Sedane Labour Resource Centre/Lembaga Informasi Perburuhan Sedane (LIPS) y Society for Labour and Development (SLD) (2018),
Gender Based Violence in the H&M Garment Supply Chain.Workers voices from the global supply chain: a report to the ILO 2018. Disponible en: https://asia.floorwage.org/workersvoices/reports/gender-based-violence-in-the-h-m-garment-supply-chain
Greenpeace (2012). Disponible en: http://archivo-es.greenpeace.org/espana/Global/espana/report/contaminacion/hoja_informativa_FastFashion.pdf)
Mejía, A. (2018) Fast Fashion y violencia de género: una relación estrecha. Disponible en:https://www.revistaarcadia.com/agenda/articulo/fast-fashion-y-violencia-de-genero-una-relacion-estrecha/72348
Morgan, A. (2015) The True Cost. Documental. Disponible en: https://truecostmovie.com/
Pereira, X. (2019), En Etiopía, las trabajadoras que confeccionan la ropa para H&M o Calvin Klein ganan 23 euros al mes, Spanish revolution, mayo 13. Disponible en: https://spanishrevolution.org/en-etiopia-las-trabajadoras-que-confeccionan-la-ropa-para-hm-o-calvin-klein-gana-23-euros-al-mes/?fbclid=IwAR1Yq9q6vQvotTBYusNBQt3PR8tJgs_k7zckYN7iLzj9KVdEbZu3xGOC08A
Straschnoy, C. (2018). Redes Sociales: cómo contribuyen al consumo del fast fashion y perjudican al medioambiente, 16 de Julio. Disponible en: https://www.apertura.com/negocios/Redes-sociales-como-contribuyen-al-consumo-delfast-fashiony-perjudican-al-medioambiente-20180716-0001.html
The Boston Consulting Group (BCG) y Global Fashion Agenda (GFA), Pulse Of The Fashion Industry 2017. Disponible en: https://globalfashionagenda.com/wp-content/uploads/2017/05/Pulse-of-the-Fashion-Industry_2017.pdf
[1]Me refiero específicamente a los incendios en 2012 de Alí Enterprisesen Pakistán con 289 muertos y Tazreen Fashionen Dhaka con 112 muertos.