Sigue siendo extraño para algunas personas que grupos, sobre todo de jóvenes, modifiquen el género de algunas palabras para referirse a nuevos constructos, nuevas identidades, cosa que genera tensión, pues podría argumentarse que son palabras que no existen.
Mi hipótesis es que la reticencia hacia lo que se ha llamado lenguaje inclusivo radica en la incapacidad de estas personas para entender la naturaleza abierta del lenguaje y la relación de ésta con constructos tales como nosotres, todxs, amig@s o jovenoas.
El planteamiento que propongo a continuación es el resultado de una larga tradición por entender el lenguaje desde su naturaleza histórica, así como la relación de las palabras de uso cotidiano con el entorno. Con esto no pretendo limitar ni describir una realidad definitiva, sino exponer diferentes escenarios que aporten a la comprensión del fenómeno.
Parto por mencionar algunos ejemplos de esfuerzos que considero interesantes, desde la invención de nuevos caracteres como "secte" que buscan "solucionar el problema del género", como la continua compilación de videos que explican la comunicación por medio del lenguaje de señas en Instagram, o incluso iniciativas institucionales, como la publicación del libro "Educación Inclusiva: los fundamentos y prácticas para la inclusión", por parte del Ministerio de Educación, Cultura, Ciencia y Tecnología de Argentina.
Mi planteamiento aquí es que el género no es ni debe ser percibido como un problema y el uso del lenguaje de manera creativa tampoco debería serlo, de manera que lejos de buscar soluciones instrumentales, debemos ver más allá de los símbolos y explorar en niveles más profundos de nuestra naturaleza. Nuestra cosmovisión es reflejo del mundo que nos rodea y como toda relación dinámica, nuestra identidad cambia con el tiempo, puesto que cada día experimentamos, compartimos y aprendemos cosas nuevas. Dado que somos seres sociales, construimos nuestras realidades a partir de la relación con otras personas, con la naturaleza y con el medio construido, es decir, nuestra percepción de la realidad está completamente influenciada por todo lo que somos capaces de comunicar.
Siendo nuestra percepción del mundo tan flexible y diversa, nos hemos inventado una inimaginable cantidad de acuerdos y construido convenciones cada vez más complejas, sobre las cuales descansan todos y cada uno de los conceptos y objetos que nos rodean. Sobre todo aquellas personas que vivimos en una ciudad, todo está hecho a partir de materias primas que se extraen en otros países y nos comunicamos a partir de palabras que se inventaron hace siglos.
El lenguaje es una más de esas herramientas que nos permiten hacer cosas inimaginables para cualquier otro ser vivo en este planeta, sin embargo contamos con una plétora de códigos y formatos que van desde las leyes, hasta los gestos. Mientras algunas de estas expresiones se han logrado institucionalizar, como muchas lenguas y todos los sistemas legislativos, otras formas de comunicarnos tienen cualidades plásticas que dificultan su control, por ejemplo la música y los colores, que representan una serie de valores cuya combinatoria es difícil de normar y por lo tanto de gobernar. Aún así y por más que haya continuos intentos por identificar, definir y categorizar todo, todos los sistemas dinámicos tienden al cambio.
El lenguaje, además de flexible, debemos entenderlo de manera contextual, pues refleja la voluntad de una persona para referirse a algo. Pensemos por ejemplo en una silla cualesquiera. Nuestra palabra silla y está indisolublemente ligada al concepto y a la imagen de una silla que conocemos, de manera que podríamos decir que las tres son la misma, sin embargo es importante notar que mientras una silla no puede cambiar de forma, color o textura de un momento a otro, en cualquier instante puede llegar alguien y llamarle cadeira o Stuhl y estaría en todo su derecho de hacerlo, sobre todo si estamos en Brasil o en Alemania.
Y puesto que la mayor parte del tiempo nombramos únicamente las cosas que ya existen, solemos nombrarlas y ya, pero muy poca gente se cuestiona ¿qué pasa cuando nos queremos referir a algo que todavía no existe? Generalmente estas ideas no se escriben, puesto que pocas veces incluso, se conciben con claridad. Conforme la idea va cobrando relevancia, empieza a tomar forma y mientras algunas personas recurren a la pintura o a algún instrumento musical para expresarla, generalmente sólo al final, cuando podemos encontrar un sentido de unidad en la pieza, se nombra. Entonces es posible recurrir a conceptos preexistentes, generalmente una secuencia de dos o más vocablos que describen la identidad recién creada, como también es completamente válido y nadie pone en entredicho la invención de nuevas combinaciones de letras para nombrar lo recién creado.
En fin, creo que me estoy alargando mucho, así que regresaré a lo que comentaba previamente: la definición de nuevas identidades de género y la búsqueda de algunas comunidades por comunicarlas de manera afectiva, transgrediendo el uso real del lenguaje(1) a través de la generación nuevos constructos que ponen en duda el carácter hegemónico e institucional del lenguaje y exponen la cualidad plástica de nuestra experiencia humana. (1)Con real me refiero a la realeza (no a la realidad) que le dan carácter a la Academia de la Lengua Española.
Desde una lógica inductiva, a continuación expongo las características que he percibido en las distintas formas o modismos que actualmente pululan en las redes sociales, de manera que logremos enfocarnos en las sutilezas de cada una y evitemos (des)calificar el uso del lenguaje a partir de argumentos tradicionalistas o conservadores. Una de mis mayores motivaciones para hacer esto parte al notar que generalmente cuando utilizamos alguna de estas modalidades, solemos hacerlo en primera persona o refiriéndonos a un grupo con el cual nos identificamos, como una búsqueda para expresar identidades que no se sienten representadas en el uso actual del lenguaje y como todo lo nuevo, no siempre son bien comunicadas, entendidas o incluso bien recibidas por terceras personas.
El primer caso que me gustaría mencionar es la exposición explícita de ambos géneros de manera explícita, como cuando nos referimos a los padres y madres de familia. Siendo que previamente podría haberse pensando que al referirnos únicamente a uno de ellos, estaríamos incluyendo a ambos. Actualmente sabemos que estos roles suelen tener diferentes implicaciones sociales y por lo tanto, si queremos referirnos a ambos, merecen su enunciación por separado.
Otro caso similar sucede cuando queremos referirnos a un grupo de hombres y mujeres que viven en una misma ciudad. Podríamos llamarles ciudadanos y ciudadanas, sin embargo habrá quien decida, por economía del lenguaje (o cualquier otra razón), llamarles
ciudadan@s: el uso de la arroba integra ambos géneros a partir de en una ligadura tipográfica. Su mayor crítica ha sido la incapacidad de pronunciarse, de manera que su uso permanece restringido a la lengua escrita. No así el uso del diptongo oa que se utiliza por igual, de manera escrita y en la oralidad, para hacer explícita la inclusión de ambos géneros. Este modo es común en el discurso zapatista, donde se usa para nombrar a compañeras y compañeros adherentes: compañeroas.
El cuarto caso al que me refiero en este texto utiliza la letra x, al negar el genero se abre la puerta para construir identidades mixtas o sin género, ya sea por desconocimiento, porque nos parece irrelevante o trivial, o porque la identidad no está definida a partir de su género, sino por otros aspectos. Algunos ejemplos de estas identidades pueden ser las vocacionales (maestrxs), alimenticias (veganxs), físicas (deportistxs) o familiares (hermanxs).
Como una intención similar, podemos encontrar el uso de la e, cuyo carácter neutro se hace explícito en la palabra jóvenes, que refiere a la identidad de un grupo caracterizado por su corta edad y donde el género no juega un papel preponderante. Sin embargo, en aras de acotar los casos aquí presentes, podríamos abogar que el uso de nuestra segunda vocal, como en el caso de nosotres procura tanto la neutralización del género, como su fluidez y difusión hacia nuevos espectros invisibles todavía hace algunos años.
Entonces, si dijéramos jovenoas, podría ser que queremos hacer explícito que hay en similar proporción jóvenos y jóvenas. Podríamos, si quisiéramos ser más explícitos o inclusivos, referirnos a un grupo de jovenoexas con una identidad peculiar, sin embargo antes de continuar, con este supuesto hipotético, considero que vale la pena hacer una pausa y preguntarnos si somos las personas encargadas de definir la identidad del grupo, y si no sería mejor preguntarles cómo prefieren que nos refiramos a elloexas.
Pues presiento que si realmente aspiramos a construirnos en función de nuestros propios intereses, ¿Por qué debería importarnos cómo las demás personas deciden nombrarse? Puesto que si realmente existe la voluntad de relacionarnos de manera abierta e inclusiva ¿No debería entonces ser un requisito fundamental dejar de lado la soberbia y no pretender abarcar lo que no nos corresponde?
A veces prefiero pensar que no fuimos nosotros quienes inventamos el lenguaje, sino que es la lengua la que juega con nosotros.
DIEGO ALATORRE GUZMÁN
Diseñador, profesor e investigador adscrito, de tiempo completo, al Centro de Investigaciones de Diseño Industrial de la UNAM. Su trabajo explora el vínculo entre la educación y el diseño a través del juego. Ha publicado un libro y varios artículos en revistas especializadas y de divulgación. Su trabajo contempla el desarrollo de cursos, juegos, talleres y conferencias tanto en México como en el extranjero. Su último proyecto, el FUTURŒSCOPIO, fue publicado por el Centro de Cultura Digital y expuesto en la segunda Bienal de Diseño de la UNAM, en el Abierto Mexicano de Diseño y en el Premio Diseña México.
REFERENCIAS (para seguir la lectura):
ALATORRE, Antonio. Los 1001 años de la lengua española. Fondo de Cultura Económica (3a edición), 2013.
OSPINA, Andrés. Bogotálogo: usos, desusos y abusos del l español hablado en Bogotá. Tomo I. Instituto Distrital de Patrimonio Cultural de Bogotá, 2011. Disponible en: http://andresospina.com/prensa/Bogotalogo-Version-Digital.pdf
SOCA, Ricardo. El origen de las palabras: diccionario etimológico ilustrado. Rey Naranjo Editores, 2019.