Los medios insisten, de manera regular y desde distintas orillas en mantener en cierto grado de actualidad la discusión sobre las posibilidades futuras de vida en el planeta. Algunos biólogos y ambientalistas han devenido figuras del escenario de las grandes y costosas conferencias que navegan por los auditorios del mundo. Ciertos políticos han instaurado el asunto del medio ambiente en la “agenda”. Casi en todas las escalas de la vida cotidiana se está en contacto con propuestas y discursos que intentan la protección del medio ambiente natural, siempre unas más ingenuas que otras. Sobre el medio ambiente y los recursos se discute en la escuela y en el supermercado. También se han escuchado voces en el mundo actual que se levantan contra la híper-producción y las formas de obsolescencia fruto del aumento de la producción.
No obstante, al parecer los que gozamos de las mieles del proyecto tecnológico, estamos tan contentos. Filas en los comercios cada vez que se anuncian los nuevos modelos, repertorios objetuales infinitos para prácticas y tareas, desarrollos de materiales y métodos. El aparato de producción insiste en la promesa, ya no solo de la vida feliz, sino de la capacidad de renovar constantemente la felicidad. La tecnología ha hecho posible que la felicidad se renueve merced a cada propuesta innovadora.
Orondos, gozando del proyecto tecnológico, con nuestra conectividad, viendo el mundo con la resolución incomprensible, comunicados en tiempo real, sentados en nuestras casas inteligentes, monitoreados y monitoreando, movilizándonos en vehículos híbridos y alimentados de transgénicos; cómo no estar seguros de que cabalgando en ese proyecto no sólo estamos casi tocando el futuro prometido, sino triunfando sobre la hostilidad del salvaje mundo del que ya no queda apenas memoria.
De manera que, no basta con que nuestro entorno sea tecnológico, debe también ser nuevo. Aunque tratemos de evitar las preguntas difíciles, cabe pensar con qué se construye tanta hermosa novedad. Cómodos en el lugar del consumo, recursos y procesos resultan nociones distantes, simplemente no son tenidas en cuenta. Difícil conocer los procesos que permiten la constante aparición, imposible preguntarse sobre los recursos. Los más exigentes hablarán de materiales, de capacidad y de robustez, siempre insistiendo en la perpetua innovación.
Es una lástima. Sí se invierten recursos en los procesos actuales de producción y sí es frente a la devastación de los mismos que la pregunta no puede ser retórica. Subrayar que ya se agotaron, o casi, parece instituirse como una alternativa mediática prospera pero intrascendente en términos de una modificación real. La sociedad todavía entiende la devastación como una “pilatuna”, consecuencia de su comportamiento. No obstante, aun el híper-satisfecho consumidor exige estantes repletos, con casas repletas, en naciones repletas.