En alianza con el colectivo Amoratorio de Creación, Utadeo abrió sus puertas para visibilizar las historias que honran la memoria de las víctimas de desaparición forzada en Colombia, a través de una exposición que convierte el arte en un acto de memoria colectiva, resistencia colectiva y amor.
Las piezas fueron creadas por familiares de víctimas de desaparición forzada y otros crímenes de lesa humanidad en Colombia. Cada una de las 60 piezas que componen la muestra es una historia, pues las obras surgen de procesos íntimos y testimoniales, recogidos en encuentros con mujeres que, a pesar del dolor y miedo, persisten en su búsqueda.
Una flor recogida en un campo de búsqueda. Un farol encendido por una promesa no cumplida. Un rostro reconstruido con cenizas, como forma de sostener la presencia de quienes ya no están físicamente, pero siguen habitando la memoria.
Cada obra—ya sea un retrato hecho con cenizas, un farol encendido o un cuadro de flores secas—es una ofrenda simbólica que transforma el dolor en arte y el duelo en acción política.
“La muestra la componen faroles encendidos por madres, hermanas y compañeras que extrañan, recuerdan o buscan a sus familiares. Retratos elaborados con cenizas que devuelven el rostro a quienes fueron arrebatados; composiciones de flores secas que preservan el afecto y la lucha. Todo lo que allí se presenta fue creado colectivamente desde el dolor, pero también desde la esperanza”, afirmó Marta Ospina, hija de un desaparecido del caso colectivo 82 y líder del colectivo.
La muestra se organiza en tres series instalativas que exploran la memoria y la búsqueda como actos profundamente políticos. Veinte retratos elaborados con cenizas de cartas hechas y quemadas que evocan la presencia de quienes fueron arrebatados de sus vidas cotidianas; veinte faroles intervenidos, encendidos por sus familiares, simbolizan la luz inquebrantable de la búsqueda; mientras que una serie de collages y telares con flores preservadas rinde homenaje a la resistencia, el afecto y la dignidad que persiste. Cada altar invita al público a participar en este ritual compartido, donde cenizas, luz y flores convergen para sostener la memoria, honrar a los desaparecidos y exigir, desde el arte, justicia y verdad.
Las mujeres buscadoras, protagonistas de esta práctica comunitaria, reconstruyen desde la ternura y la valentía un espacio donde los rostros ausentes vuelven a mirar. Donde la luz atraviesa las sombras. Donde el arte se convierte en refugio y trinchera.
Utadeo se convierte, así, en un escenario para la memoria, un lugar que acoge el relato de quienes se niegan a olvidar. En este espacio expositivo confluyen el arte, la verdad y la exigencia de justicia. Más que una muestra, es un acto político y sensible que nos interpela como sociedad.
“Visitar esta exposición es entrar en un espacio donde el arte no decora, sino transforma. Es encontrarse con la vida en medio de la pérdida. Es asumir que la memoria no se hereda: se construye, se cultiva y se defiende, cada día”, continuó Marta.
Aquí, las cenizas no son solo restos: son memorias que arden. Cada altar nos interpela, nos convoca, nos invita a sostener la memoria como acto ético y político frente al olvido.
“Esta exposición también hace parte de la colección del Amoratorio de Creación, una apuesta más amplia por construir memoria desde los afectos, el arte y la justicia. Porque recordar es resistir. Porque la memoria no muere mientras haya quien la encienda”, afirmó Lucero Carmona Martínez, madre de Omar Leonardo Adriana Carmona, víctima.
Utadeo, desde su compromiso con la verdad, los derechos humanos y la función social del arte, abre este espacio para amplificar esas voces y abrazar la potencia transformadora de la memoria. Hasta el 5 de agosto, este altar seguirá encendido y cada visitante está invitado a ser parte de este tejido. Porque la memoria no se hereda: se construye, se siembra y se protege.
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