¿Qué se necesita para ser un genio como Leonardo da Vinci?
Ilegítimo, iletrado, disléxico, bipolar y con déficit de atención. Estos, en su conjunto, parecen ser el sinónimo de una tragedia humana o de un episodio de muy mala suerte. Sin embargo, pueden ser el camino hacia la genialidad. Estos rasgos son los que, probablemente, tenía el reconocido polímata Leonardo da Vinci, quien dejó una huella imborrable en la sociedad tras lograr un diálogo entre la ciencia y el arte, a través de su obra.
Como parte de la inauguración del Open Week, el reconocido periodista científico, investigador y presentador español, Christian Gálvez, y la académica mexicana, Carmen Gómez Mont, hablaron del legado que este genio florentino continúa dejando en la sociedad, a pesar de conmemorar, este año, 500 años de su fallecimiento.
"Da Vinci no dejó de ser un niño curioso": Christian Gálvez
Aunque algunos científicos tratan de establecer si existe un cromosoma vinculado a la genialidad, lo cierto es que, para Gálvez, cualquier persona puede llegar a ser un genio, pero para ello requiere no solo pensar en el qué, sino también en el por qué y el cómo.
De ese modo, ser un genio implica crear cosas nuevas o admirables o, en su defecto, realizar una actividad imaginativa y brillante. En últimas, se trata de juntar la curiosidad, la pasión, la observación, la perseverancia y el sacrificio como ingredientes secretos para ser mejores profesionales y personas, pero, ante todo, ser felices y alcanzar la libertad, ese sentimiento que, al igual que en da Vinci, le permitió experimentar y fracasar en varias oportunidades haciendo lo que quería.
Christian Gálvez
En ese sentido, dice Gálvez, uno de los aspectos que caracterizó a da Vinci es que nunca dejó de ser un niño explorador, inmerso en la curiosidad e inquietud en un mundo que, desde lo informal de la academia, le permitió convertirse no solo en un inventor sino en un ingeniero.
Así pues, la vida de Da Vinci se caracterizó por el fracaso y por dejar sin terminar algunos de los proyectos que le eran asignados. En Florencia tuvo sus mayores aprendizajes, pero en Milán encontró su independencia. En Roma, por ejemplo, encontró el sabor amargo del menosprecio, pero fue lejos su tierra, en Amboise (Francia), donde encontró su libertad: “da Vinci no le temía al fracaso. El método científico para él iniciaba con la curiosidad y terminaba con la pasión”.
De su impronta estética, el comunicador español resalta que la figura del padre quedó eliminada de la obra de da Vinci, dado que nunca fue reconocido por su progenitor. Por el otro lado, hace una propuesta visual en torno a la androginia que incluso puede hacerse evidente en la Gioconda, y del mismo modo, da cuenta, de manera visionaria, de la manera de entender cómo el cerebro humano se articula con el actuar del individuo en el mundo.
“No esperéis quinientos años para celebrar a vuestros genios”, fue la conclusión de Gálvez, quien hizo un llamado a incentivar la constante búsqueda y la curiosidad como motor del conocimiento.
De da Vinci a Jobs: dos miradas en un encuentro entre arte y ciencia
Si hay algo que une al genio florentino y a la mente inspiradora detrás de Apple es que ambos demostraron que era posible ser artista, científico y tecnólogo a la vez. Según Carmen Gómez Mont, ambos demostraron con su obra lo que significa la libertad y tener pasión por su trabajo, además de mostrar una profunda humanización por la vida y una reconciliación de lo físico con lo intelectual, así como el control del hombre sobre su destino.
En el caso de da Vinci, expresa la mexicana, el genio logró, a través de un laboratorio de imágenes fijas, representar el movimiento, lo cual, en pleno renacimiento constituía una visión disruptiva. Sumado a ello, su pensamiento cíclico y amor por la naturaleza, desde hace cinco siglos, ya lo hacía un personaje vanguardista.
Por su parte, Jobs se caracterizó por refutar los grandes avances tecnológicos de su época, al igual que lo hizo da Vinci en el renacimiento. Su influencia Zen lo influenció a pensar en arquitecturas inteligentes que, posteriormente, lo llevarían a “imaginar para hacer”.
Carmen Gómez Mont
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