La redención de la chicha en la Perce
La redención de la chicha en La Perse[1]
Por Ana María Carreira
Introducción
El siguiente ensayo introduce la discusión sobre una de las expresiones y prácticas culturales dentro de la denominada “cultura popular”; el Festival de la Chicha en el barrio de la Perseverancia en Bogotá. A pesar de haber sido declarado de interés cultural, esta genuina práctica creada por los habitantes de un barrio histórico; el primer barrio obrero de la ciudad, sufre los sinsabores por la desidia de las autoridades distritales. Esta situación expone la desigualdad que las minorías culturales sufren en la ciudad, y da cuenta de lo inmutables que son las políticas culturales: la mayoría se circunscriben a los campos clásicos y minoritarios de los museos, la literatura y la música “culta” (García Canclini, 2004b). Es evidente que un porcentaje amplio de los fondos públicos se invierten para solo unos pocos, para la “clase cultivada”, en contraste con la poca visibilidad y los escasos recursos destinados a la cultura popular, ampliando estas políticas la brecha de la desigualdad.
Las resistencias, las interacciones, las negociaciones que las comunidades se ven obligadas a gestionar, las presiones a las que se ven afectadas, las reducciones que deben aplicar, dejan poco espacio y restringen el desarrollo de sus creatividades. ¿Pero por qué es importante preservar estas prácticas culturales? Porque a pesar de estas limitaciones se mantienen elementos activos que escapan y logran subsistir, y en el desarrollo de estas prácticas autónomas, dinámicas y evolutivas, donde prima la autogestión, se fortalece la autoconciencia de la identidad colectiva y la vida cultural del barrio. Y además, se visibilizan y reconocen las diferencias en un mundo que tiende a la estandarización y la codificación.
Expresión de la cultura popular
La modernidad occidental fragmentó al hombre, y de lo que se trata ahora es de reunificarlo, de juntar sus partes dispersas y devolverles la coherencia, y para eso apelamos al espíritu comunitario… los sectores populares urbanos, en un alto porcentaje, son víctimas de una modernidad que no desarrolló su comunidad sino que los expulsó de ella, aunque sin matar sus valores culturales. Adolfo Colombres: 1993, 287.
Cuando se piensan y abordan expresiones dentro del campo denominado “cultura popular”[2], las categorías teóricas e instrumentos de análisis para estudiarlas se hallan en proceso de construcción y por esto solo poseemos parámetros gestados en otras historias, por lo que generalmente solo se alcanza a enunciarlas o describirlas[3]. Sin embargo, son las expresiones populares las que se incluyen cuando se hace referencia a la identidad de una sociedad, rescatando esos valores que le dan sentido; valores que son producto de procesos históricos propios, que no son estáticos, sino siempre cambiantes, dinámicos, subjetivos, contingentes (Acha et al, 1991:8). La mayoría de las veces, esos valores se idealizan, se descontextualizan, y se exponen solo los productos, ocultando el proceso social que está en su origen, seleccionándose aquellos “que mejor se adaptan a los criterios estéticos de las élites y eliminan los signos de pobreza…” (García Canclini, 2004a: 154).
La cultura hegemónica[4] históricamente impone una determinada y única identidad, un proyecto para todos los sectores, legitimado institucionalmente a través de un proceso de dominación donde hábilmente los otros son seducidos, envueltos y persuadidos. Esto genera la exclusión de los sectores subalternos, manifestado en el menosprecio a su producción simbólica, que se descalifica con términos como “lo folklórico”, “lo tradicional”, “lo social”, “lo efímero”, “lo ingenuo”, y hasta “lo retrogrado”[5]. No se pretende reducir esto a un juego de opuestos entre hegemonía y subalternidad, pues entre las clases sociales existen y se dan intercambios, préstamos y recíprocos condicionamientos (García Canclini, 2004: 16). Pero es dable dar cuenta que se ha ignorado, despreciado o anulado las potencialidades creativas de amplias capas de la población. Sin embargo, en esa interrelación compleja de fuerzas hay un margen de acción para que los sectores populares no sean manipulados por los dominantes y “resistan, cuestionen, se opongan y puedan crear acciones contrahegemónicas…” (Acha, 1991: 128).
La configuración de una identidad colectiva que incluya a todos los sectores, implica determinar diferencias a partir de asumir posiciones claramente distintas al otro. La existencia del otro “se convierte en una condición de posibilidad de mi identidad, ya que sin el otro yo no podría tener identidad alguna”. Aceptar al otro no reside solo en tolerar las diferencias, “sino en celebrarlas positivamente”, ya que “sin alteridad ni otredad, no es posible afirmar identidad alguna” (Mouffe, 2007: 21-23).
Al trabajar sobre prácticas culturales se hace imprescindible rescatar de la marginalidad las expresiones subalternas, para “rastrear lo específico de nuestra identidad en un momento determinado, pero sin convertirlo en valor absoluto, y menos aún en un motivo de desprestigio de las formas ajenas…” (Acha, 1991: 26). Como señala Adolfo Colombres la cultura popular es “el espacio del conflicto cultural más profundo, en el que se desarrolla una dinámica creativa de gran vigor, pese a las condiciones adversas que la signan” (Acha, 1991: 20), por esto la existencia social de un grupo requiere de ese conflicto.
La cultura popular es una cultura asediada, con aliados y adversarios, que a veces tiene que refugiarse en el submundo de la marginalidad social, política y económica para sobrevivir. Las prácticas culturales surgidas de sectores populares encarnan una compleja trama de significados sociales, son espacios productores de cultura, que a pesar de los obstáculos; su mermado financiamiento, escasos recursos, prohibiciones, situación social de la comunidad, marginación cultural, discriminación, malversación de fondos, entre otros, han logrado a través de los años convertirse, a partir de defender lo propio y de aplicar sus propios recursos, organizar su vida al margen del sistema hegemónico. En algunos momentos han negociado con estos sectores, sin ser contestatarios para no desaparecer, proceso en el que han perdido terreno, transigiendo y claudicando a veces en sus convicciones. Al respeto sobre la cultura popular Ticio Escobar (s/f) dice:
“…ella no sólo es seducida, también se deja seducir; claudica y se abandona: no siempre sus intereses se muestran tan claros ni son tan estables los linderos que la separan del campo adversario. Por eso también incorpora y hace suyos tantos elementos lesivos y recibe, halagada, presentes griegos diversos”.
Por lo tanto, cualquier práctica cultural resulta de negociaciones, escarceos, estrategias y elecciones accidentales, el desafío consiste en lograr que se recuperen, expresen y ejerzan las diversas subjetividades que están en juego y que representan a un colectivo.
Esas formas propias de organización de los sectores populares logran satisfacer sus necesidades de una u otra forma, y de alguna manera tanto la clase hegemónica como el Estado aceptan esta situación, se aprovechan de la misma y evaden la responsabilidad de brindarles bienes y servicios suficientes para su reproducción material y simbólica (García Canclini, 2004a: 159).
Lejos de intentar idealizar estas manifestaciones culturales, y adjudicarle valores que no siempre son positivos, es necesario reconocer la estructura de poder que las afectan, el proceso social que los engendró, y por otra parte, la compleja dinámica de complicidad y resistencia que estas comunidades ejercen en estas prácticas culturales, fundamentales para constituir las identificaciones y las formas de identidad, ya que, como señala Giménez (1987: 242), la cultura popular niega de facto la pretensión universalista de la cultura dominante, y Ticio Escobar (1991: 138) aclara que “dentro de un campo de fuerzas en donde las posiciones hegemónicas intentan generalizar sus verdades (…) una postura diferente actúa de hecho como contra-hegemónica, ya por el solo hecho de representar una verdad paralela”.
Realizar un estudio sobre las manifestaciones culturales de los sectores subalternos consiste en prestarle voz y gesto y contribuir a acrecentar y desarrollar sus potencialidades de autogestión autónoma, coadyuvar a mantener la coherencia de sus sistemas simbólicos y a tener capacidad para reaccionar ante contingencias imprevistas o poco habituales. Enrique Valencia señala que:
Hay que contribuir a que su existencia no pierda ni espontaneidad, ni frescura, ni creatividad, ni tampoco deje de enriquecerse con nuevos aportes. Debemos contribuir a que, a partir de su propia dinámica, incremente su poder de creación autónoma y soberana. Lejos, pues, debe estar nuestro trabajo de convertirse en una arqueología de lo popular, que es otra manera de folklorizar la cultura del pueblo (Valencia, 2004: 224-225).
El Festival de la chicha
En este estudio sobre prácticas culturales en la ciudad nos hemos acercado al festival de la chicha[6], un proyecto propio del barrio de la Perseverancia, barrio que ha quedado absorbido y encerrado dentro de la mancha urbana por el crecimiento paulatino pero incesante de la ciudad[7]. Esto implica que hay una referencia geocultural, hay una adscripción a un territorio y a unos relatos de origen, es decir constituye una unidad estructural constituida por lo geográfico y por lo cultural. En esta unidad se congregan historias, símbolos que han contribuido a construir a través de los años un carácter comunitario, que se expresa en una propuesta alternativa diferente de la cultura dominante.
El festival de la chicha nos señala que es parte de la cultura de una comunidad, un baluarte simbólico donde ésta se refugia para defender la significación de su existencia, y se convierte, por lo tanto, en una defensa frente a la lógica mercantil y la regulación de las emociones.
Para abordar esta práctica cultural se hace necesario, no sólo partir de categorías abstractas externas sino incorporar el punto de vista de la propia comunidad, comprender la cotidiana vivencia de los sujetos y así captar las perspectivas internas de estos sectores, y “la autoconciencia de identidad colectiva, el reconocimiento de pertenecer a un grupo (…) y el sentirse parte de su experiencia y destino” (Acha, 1991: 139), es decir, el pensamiento grupal. No solo describir el fenómeno, sino cuando hablamos de pensamiento, es captar las decisiones prácticas del grupo y el saber tradicional acumulado por las generaciones anteriores.
Un grito desde el espacio público
Una de las características de las prácticas culturales de carácter popular es que emergen en los espacios públicos. El espacio público es un escenario de expresión de lo colectivo, donde se desenvuelve la vida comunitaria, la del encuentro y el intercambio cotidianos, y el lugar donde se diluye la diferencia. Al respecto señala Hannah Arendt (1969: 67) que la esfera pública “no está dada por la naturaleza común de los hombres que la componen sino porque, a pesar de las diferencias, todos están interesados por el mismo objeto”. Estas manifestaciones culturales se sirven del espacio público y al tiempo lo activan, retroalimentándose mutuamente. El Festival será, por lo tanto, un espacio compartido, donde se escapa al encierro, y donde es la ciudad el lugar de la puesta en práctica “por ello se puede decir que la cultura popular no se presencia… sino que se vive, pues está arraigada en la realidad viva que le es inherente” (Borella, 2009).
Los momentos comunitarios enérgicos como el del Festival, son momentos de afirmación de una identidad colectiva que tienden a generar, en el corto y el mediano plazo, reconocimiento e inclusión social. En estos, el espacio público potencia su función de ser un medio de inclusión y de intercambio entre todos y, en este sentido, es un espacio político que tiene como una de sus funciones facilitar la integración social y el reconocimiento social y político, y exigir la participación en la construcción de la ciudad. Sin embargo, señala Claudia Gandía (2012:115) “la vida cotidiana de los actores en los momentos festivos generalmente no [aparece] dispuesta a ser reconocida” y pasa desapercibida, y este es el caso en el barrio de La Perseverancia, donde lo que habitualmente sale a la luz son los momentos trágicos o hechos delictivos, dejando en las sombras los momentos festivos y de reafirmación identitaria. Por esto el festival es un grito en la ciudad desde la marginalidad, el olvido y la exclusión.
El Festival de la chicha ¿un rito festivo?
“…el pueblo no vive su cultura como un simple entretenimiento, sino como una forma de concretar en una fecha determinada, o en un ritual cualquiera, el sentido en el que intuitivamente descansa su vida”. Kusch, 1978: 19
El rito[8] es la máxima intensificación de la experiencia comunitaria, la culminación y el corolario de un proceso de producción simbólica, en él convergen, potenciadas, diferentes manifestaciones estéticas. Como señala Adolfo Colombres mientras el mito se desarrolla “en el espacio de lo imaginario, el rito se verifica en el espacio físico: es acción, y por lo tanto algo pasible de observación”. El rito por lo tanto es una exteriorización simbólica que se repite porque se confía en su eficacia, y prospera “cuando se ahonda el vacío de una cultura y agrava la amenaza de la disgregación que pesa sobre el cuerpo social” (Acha, 1991: 215-216).
Es mediante el ritual de la fiesta, un punto de inflexión en el acontecer de la vida donde se experimenta un antes y un después, que Néstor García Canclini (1982:60) dice “…el pueblo impone un orden a poderes que siente incontrolables, intenta trascender la coerción o frustración de estructuras limitantes a través de su reorganización ceremonial, imagina otras prácticas sociales, que a veces llega a ejercer en el tiempo permisivo de la celebración”. La fiesta, amplían Amparo Sevilla y María Ana Portal, es “una forma socialmente establecida de transfiguración y a veces de trasgresión del orden social” es el espacio donde se liberan tensiones, represiones, infortunios, etc. y donde se expresa el gozo, el juego, la fantasía y la expresión estética (Martí i Pérez, 2008: 353).
La importancia del Festival de la Chicha es que a través de los años y de las prácticas se ha convertido en un ritual festivo. Tuvo su origen en 1988 cuando la Asociación Comunitaria Los Vikingos[9] al llevar a cabo una investigación para recuperar la historia del barrio de la Perseverancia, creó el Festival como retribución a los aportes que un grupo de adultos mayores[10] había hecho a la investigación[11]. El Festival llegó para reivindicar la importancia que en el desarrollo del barrio tuvo la chicha[12], destacar su valor simbólico y la relación que el maíz conserva con lo ancestral. El festival se ha organizado anualmente en el mes de octubre, aunque hubo años que se retrasó su celebración por problemas burocráticos. La decisión de realizar el festival en el mes de octubre fue por referendos y elecciones, es decir, con la participación de todos los vecinos.
La preparación del Festival lleva entre tres y cuatro meses, y está a cargo de la Asociación Comunitaria los Vikingos y la Casa de la Cultura. Como señala Gabriela Vergara (2012: 79) este tiempo se diluye ante las emociones y afectos que se activan en las relaciones entre los vecinos, por lo que “el tiempo de la preparación… constituye en cambio un dar(se), donde los sujetos no producen; hacen objetos que permiten celebrar la vida”. Por esto importa lo que se hace y para quien se hace; la fiesta se hace para el disfrute y gozo de la comunidad y para reivindicar la vocación productora de chicha del barrio.
Comienza con la selección de las propuestas artísticas a participar en el festival, tarea que lleva a cabo el grupo organizador, y las chicheras realizan, mediante un pago y permiso ante la Secretaría de Gobierno, los exámenes al producto (medidas fitosanitarias) y el curso de manipulación de alimentos.
El proceso básico de producción de la chicha se inicia entre 15 y 20 días antes de inicio de Festival. Se procede a la compra del maíz en las Plazas de Abastos o de Paloquemao y la miel que se compra en San José. En cuanto a la preparación de la chicha, cada chichera tiene su receta, a grandes rasgos primero se pasa el maíz por el molino, se adiciona la miel (o la panela) y el agua y se deja reposar por unos 15 días. Luego remuele nuevamente y se pone a cocinar. Cuando se va a realizar la fiesta se reúne a todas las chicheras para indicarles todos los procedimientos y se las carnetiza.
El Festival se prolonga durante ocho días, comienza con la Semana Cultural; la llamada Ruta del Maíz, momento en la cual las chicheras y parte de la comunidad recorren la ruta hacia la laguna de Guatavita[13] para ofrendar al Dios Fu[14] chicha y encomendarle que les ayude en las ventas durante el festival. Un líder muisca de la comunidad de Bosa derrama chicha como ofrenda a los antepasados, quedando ésta suspendida en la superficie. La ofrenda, en este caso la chicha, es a cambio del bien que se espera obtener y manifiesta los sentimientos y motivaciones que se comparten en este ritual. En esta ceremonia se reconstruye un imaginario social apoyado en su propia memoria, así el culto se reacomoda y se adaptan las explicaciones de los orígenes a esta nueva situación, y en este escenario se fortalecen los imaginarios que aglutinan a la comunidad (Escobar: s/f).
Como se ha señalado, en la Semana Cultural se realizan talleres donde la Secretaría de Salud del Distrito controla que se sigan las normas de higiene para fabricar no solo la chicha sino todos los alimentos que se expenden durante el festival[15]. Se enseña a elaborar la chicha y se preparan las comidas (bofe, jeta, tamales, lechona, mazamorra chiquita,
chanfaina, cocido boyacense, carne asada). Las casi sesenta chichera del barrio alcanzan a producir unos 9.000 litros de chicha, de diferentes tipos (chichas de durazno, borojó, arracacha, chontaduro y de los 7 granos), que se ofrecerán aproximadamente a 10.000 asistentes al Festival durante los dos días en que La Perse abre sus “puertas” a la ciudad.
Además se realizan diferentes actividades organizadas y desarrolladas por los vecinos, hay una noche de los faroles, otra de los pregoneros, la del fuego con la quema de los miedos, la de las danzas ancestrales y de las memorias y leyendas. El Festival propiamente dicho se desarrolla durante dos días de 8 am a 8 pm, un día antes en la cancha de baloncesto del Parque Jorge Nova, se monta el escenario, las luces y el sonido, y se instalan los toldos para la venta de los productos gastronómicos, artesanías, manualidades y chicha. El día de la inauguración a las 6:00 am se da comienzo al Festival con juegos pirotécnicos, la instalación de los diferentes puestos de venta y un acto litúrgico en la iglesia de Cristo Obrero del barrio. Y a las 8 am comienzan las actividades artísticas que cada año son diferentes: conciertos, danzas típicas, teatro callejero, poesía, cuentería, juegos tradicionales, entre otros. No es algo invariable, cada año hay aportes creativos, como cuando en el mismo acto fue quemado el dios Fu venerado por los asistentes como augurio de la buena suerte del festival.
Por otra parte, es necesario enfatizar que en el Festival participan aproximadamente 250 familias de la localidad, que se benefician a través de las ventas. Y en ésta se incorporan muchos jóvenes para realizar diferentes actividades; ya sea organizando, vigilando o atendiendo los puestos. Por esto Luis Alberto Guevara (Representante legal de la Casa de La Cultura de La Perseverancia) nos dice que “la actividad delincuencial se paraliza porque aquellos que la practican se integran a las actividades del festival…” (Entrevista a Luís Alberto García, 15 de mayo 2013). De modo que el Festival logra integrar a todo el barrio a través de la participación activa.
Pero el Festival se transformó en algo más, este ritual llegó para fortalecer el ethos social del barrio e impedir su disgregación y decadencia. En él La Perse se reconoce a sí misma y afirma sus fundamentos. Por lo tanto, constituye un importante elemento de cohesión social, y como señala Colombres (Acha, 1991: 217) en relación a los rituales “…es en su fuerza mágica donde reside su gran carga emocional, su posibilidad de transformar la realidad, de alterar el devenir” y de salir de su rutina. El festival se ha vuelto una oportunidad para establecer y consolidar redes de solidaridad, y mejorar la imagen del barrio y esto se manifiesta en el decorado de las calles, los arreglos de los puestos, un signo visible que indica la celebración.
Esto da cuenta de una cultura popular propia del barrio de La Perse, Mario Margulis la define como una “cultura de los de abajo, fabricada por ellos mismos, carente de medios técnicos. Sus productores y consumidores son los mismos individuos: crean y ejercen su cultura” (Colombres, 1984: 44). Por lo tanto, es una cultura para ser usada y disfrutada, no vendida y que responde a las necesidades de los vecinos del barrio.
La cultura popular es pues producción de iguales, y producto de la solidaridad de los de abajo. Lo confirma el dato de cómo se decidió la fecha del festival: “La decisión de realizar el festival en el mes de octubre se obtuvo a través de referendos y elecciones, es decir, con la participación de todos los vecinos. Cada uno participó en igualdad de condiciones, de manera solidaria y de vecindad…” (Entrevista Luis Ruiz, 5 de junio de 2013). Y es urbana porque se gesta y desarrolla en un rincón de la ciudad, en este caso alrededor de una bebida ancestral que ha permanecido clandestinamente en la cultura del pueblo.
La capacidad creadora
El espacio generado en el festival, es un campo donde se libera la fuerza creadora de los vecinos, no siempre son liberadoras, ya que como señala García Canclini (1982: 62) pueden indicar resignación o desdicha, “pero sí aparecen estructuradas, tanto por su orden interno como por el espacio delimitado que ocupan en la vida ordinaria que las precede y las continúa…”. Estas prácticas constituyen “un proceso vivo de respuestas simbólicas a sus propias circunstancias” por lo que cambian ante nuevas circunstancias (Escobar, s/f).
Sin embargo, estas prácticas culturales se ven limitadas en su realización por el aparato institucional encargado de difundir y apoyar este tipo de eventos. Más allá de los necesarios controles, se imponen exigencias que no se ajustan ni adecúan a estas prácticas. En pos de institucionalizarlas y formalizarlas, se entra en un proceso de burocratización donde no admiten ni incorporan los valores, conocimientos, habilidades y capacidades creativas de la comunidad, ni las innovaciones que se suceden por la trasformaciones de los escenarios políticos, sociales y económicos, ni la propia experiencia sistematizada y acumulada del festival. Es decir, la institución ejerce el control político y económico sobre las condiciones en las que se realiza el festival y deja poco margen para desarrollar la capacidad social de generar un determinado elemento cultural[16], y además limita la capacidad de producirlo y reproducirlo, sin contemplar el ritmo propio y las necesidades históricas de las comunidades.
En el Festival de la Chicha esto se verifica en los formatos de los proyectos que los organizadores deben presentar para su aprobación, formas tipo que no se adecúan a la dinámica del festival y llevan a los responsables a dar respuestas con figuras reiterativas y vacías de contenido para merecer el apoyo en este caso de la Alcaldía Local. Como resultado se plantean proyectos rígidos donde las actividades y las decisiones no corresponden con el espíritu del festival y donde los miembros de la sociedad pierden su protagonismo, no solo en las decisiones, sino también en la organización material y simbólica[17]. A pesar de esto, el Festival de la Chicha no está en proceso de disolución, sobrevive a pesar de los embates y de los escollos que cada año deben sortear.
Por esto es fundamental el papel que jueguen las instituciones gubernamentales en las prácticas culturales genuinas. Su responsabilidad es apoyar las formas de organización comunal de la cultura y promover una dinámica autogestionada. Además es necesario estimular la creatividad para impedir su mistificación, y oponerse a su incorporación a contextos comerciales que lo estereotipen o lo incluyan en los circuitos mecanizados de la cultura de masas. Y es ineludible que los sectores populares participen, sean los protagonistas, ya que estas prácticas son populares por la utilización que de ella hace la comunidad y mientras ésta pueda conservar el control de la producción.
El festival de la chicha: Patrimonio intangible de la ciudad de Bogotá
La UNESCO advierte sobre la fragilidad del patrimonio cultural inmaterial, y la importancia del mismo al ser un componente necesario para salvaguardar “la diversidad cultural frente a la creciente globalización”, y además subraya que éste “contribuye al diálogo entre culturas y promueve el respeto hacia otros modos de vida”. El Festival de la chichase encuadra dentro de lo que se considera patrimonio cultural inmaterial, y por esto es necesario implementar medidas de salvaguardia para asegurar su permanencia.
Considerarlo dentro de esta categoría, no es arbitrario, ya que reúne las características propias de este tipo de patrimonio: 1) tradicional, contemporáneo y viviente a un mismo tiempo, 2) integrador, 3) representativo y 4) basado en la comunidad. El Festival de la chichano implica una manifestación cultural en sí mismo, sino que reúne una serie de conocimientos, técnicas y rituales que se han transmitido de generación en generación, y al cual se le han incorporado otros contemporáneos, de carácter urbano, característicos de diversos grupos culturales, que “han evolucionado en respuesta a su entorno y contribuyen a [infundir] un sentimiento de identidad y continuidad, creando un vínculo entre el pasado y el futuro a través del presente” (UNESCO; 2003).
Por otra parte, El Festivales una de las actividades que ha contribuido a la cohesión social del barrio de La Perseverancia, al promover un sentimiento de identidad alrededor de la chicha, y fortalecido el sentir de los habitantes como parte de la comunidad. Y por último “Florece en las comunidades y depende de aquéllos cuyos conocimientos de las tradiciones, técnicas y costumbres se transmiten al resto de la comunidad, de generación en generación, o a otras comunidades”. El Festival es reconocido por los habitantes de la Perseverancia quienes lo han rescatado, lo han mantenido y lo están transmitiendo. “Sin este reconocimiento, nadie puede decidir por ellos que una expresión o un uso determinado forma parte de su patrimonio” (UNESCO; 2003).
El Festival tuvo un reconocimiento como patrimonio inmaterial y esto se testimonia en el Acuerdo Distrital 121 de 2004, en éste el Festival de la Chicha, la Vida y la Dicha, del barrio La Perseverancia, cuando se lo declaró evento de interés cultural. En el Acuerdo se establece que debe realizarse “en el segundo fin de semana del mes de octubre de cada año para conmemorar las tradiciones culturales de Bogotá y mantener las de la región Cundiboyacense, en el marco de la celebración del día de la raza”. A pesar de esta declaratoria, el festival sufre cada año incertidumbre en cuanto a la fecha de realización, y es muy poco el apoyo de las Instituciones del orden distrital y local en las etapas de planeación y ejecución (Artículo 3)[18].
La importancia del Festival de la Chicha se centra en su representatividad socio-cultural, es decir, en el hecho de que manifiesta la vida cultural e imagen del barrio de La Perseverancia en relación con sus condiciones de existencia reales como clases subalternas. Además, ha generado sentido de pertenencia e identidad frente a la Ciudad y a la Localidad de Santa Fe, y por otra parte alrededor de 250 familias derivan ingresos por las ventas en el Festival. Los argumentos para ser declarado de interés cultural confirman el valor de haber rescatado la fiesta alrededor de una bebida que fue sagrada para los pueblos indígenas de la región, preservada clandestinamente y que hoy se ha rescatado y valorado a través de las chicheras, quienes a través de las generaciones han salvaguardado y transmitido el arte de preparar la chicha y por otra parte reivindicado la vocación del barrio como productor de chicha[19].
Como señala García Canclini, el patrimonio inmaterial representa un capital cultural, es decir un proceso social que se acumula, se reconvierte y produce rendimientos (Radakovich, 2006: 47). Queda pendiente que esta tipo de patrimonio se convierta efectivamente en un tema prioritario en las agendas públicas y no se encuentre, como en este caso, a la deriva y a expensas de las decisiones de funcionarios indiferentes e incompetentes, y que su reconocimiento como el otras prácticas culturales que han emanan del pueblo permita el dialogo intercultural como cimiento de la diversidad cultural.
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[1] El barrio de La Perseverancia en la ciudad de Bogotá es nombrado por sus habitantes como La Perse.
[2]De acuerdo con Ticio Escobar lo popular se define a partir de “…las diferentes formas de subordinación de las grandes mayorías y de las minorías excluidas de una participación plena y efectiva ya sea en lo social, lo económico, lo cultural o lo político, cuyas prácticas y discursos crecen al margen o en contra de la dirección dominante. Esta caracterización nos remite necesariamente al concepto gramsciano de hegemonía, que ha resultado especialmente fructífero para definir lo subalterno popular en América latina (Acha, 1991: 127). La cultura popular se define como “las prácticas y discursos simbólicos de los sectores subalternos; sectores a los que, por su participación desventajosa e el producto social o por su situación de marginamiento en el acceso al poder, no les conviene apoyar el sentido dominante de la cultura hegemónica y desarrollan o mantienen formas culturales distintas” (Acha, 1991: 138). Por otra parte, autores como Claude Grignon y Jean.-Claude Passeron rechazan los términos que indican opuestos como culto vs popular, y además hablan de culturas populares para señalar que este no es un objeto de estudio homogéneo, sino un fenómeno plural y heterogéneo que surge en sociedades estratificadas y en su interior (Zubieta, 2000: 98-99). Por lo tanto, coincidiendo con Grignon y Passeron tomamos el término en plural. Y Peter Burke (1991) define “El concepto de popular tuvo una suerte de transformación histórica: desde lo popular como propiedad del pueblo (lo que es propio del pueblo), a lo hecho para el pueblo, a lo consumido por el pueblo”.
[3] Cabe mencionar a los teóricos que han trabajado sobre “cultura popular” y los cuales son fundamentales para su estudio: Antonio Gramsci (1891-1937), Mijaíl Bajtín (1895-1975), Genevieve Bolleme (1927-2005), Peter Burke (1937) y Carlo Ginzburg (1939).
[4] “La hegemonía es entendida, a diferencia de la dominación –que se ejerce por adversarios y mediante la violencia- como un proceso de dirección política e ideológica en el que una clase o sector logra una apropiación preferencial de las instancias de poder en alianza con otras clases, admitiendo espacios donde los grupos subalternos desarrollan prácticas independientes y no siempre funcionales para la reproducción del sistema (García Canclini, 2004: 158). Por otra parte cuando hablamos de cultura hegemónica, esta no es un todo integrado y compacto, Ticio Escobar distingue en ella “la cultura oficial estatal, la oficial eclesiástica, la erudita local, la erudita internacional y la de masas” (Acha, 1991: 130).
[5] También se relaciona cultura popular con la “cultura de masas”, sustituyendo o deformando sus formas expresivas, debido a la capacidad de penetración de los medios de comunicación.
[6] En los documentos, entrevistas y textos revisados aparecen diferentes formas de nombrar el festival, sin haber encontrado una denominación oficial: Festival de la chicha, la vida y la dicha; Festival de la chicha, el maíz y la dicha; Festival de la Chicha, la vida, el maíz y la dicha. Para este trabajo se utilizará una denominación reducida: Festival de la chicha, y en algunos casos sólo El Festival.
[7] El barrio de la Perseverancia pertenece a la localidad de Santa Fe, y le corresponde el estrato 2.
[8] No confundir rito o ceremonia con espectáculo: “La ceremonia sería la producción de una realidad que se inscribe en el orden cotidiano, modificando las condiciones previas a su desarrollo, mientras que en el espectáculo habría reproducción de una realidad que es previa al mismo” (Acha, 1991: 220).
[9] La Asociación Comunitaria Los Vikingos fue creada en 1987 por un grupo de jóvenes del barrio de La Perseverancia.
[10] “El festival comenzó de manera accidental, durante una investigación sobre los años del barrio que llevaba a cabo la Asociación Comunitaria Los Vikingos (…) Acudieron a los más viejos, 25 personas que tenían entre 70 y 80 años, y les hicieron entrevistas sobre la historia del barrio (…) Los esperábamos en la Chichería de Rincón, arriba en la primera calle del barrio, a los más viejos les gustaba tomar chicha y su piquetico con su ruanita. Allí se entrevistó a mucha gente que hablaban del barrio, de su fábrica Bavaria, de la chicha, la persecución del resguardo… “. Entrevista a Luís Eduardo Ruiz Murcia representante legal de los Vikingos, 5 de junio de 2013.
[11] "Antes la gente se reunía en las chicherías para hacer sus festejos y descubrimos que para contar la historia de la Perseverancia, teníamos que remitirnos a estos lugares. El festival lo realizamos inicialmente como un homenaje a las personas más antiguas del barrio ya que vimos que la chicha les evocaba mucha alegría". Entrevista a Luís Eduardo Ruiz Murcia representante legal de los Vikingos, 5 de junio de 2013.
[12] Etimología de la palabra chicha: según la Real Academia Española y otros autores, la palabra "chicha" proviene de una voz aborigen del Panamá (chichab) que significa "maíz". Durante la época cuando el código de Policía prohibía el expendio de la chicha, la venta de esta se camuflaba bajo otros nombres como mazato o “Rostampin de Bolonia”.
[13] Los principales adoratorios de los Chibchas eran las lagunas en donde hacían las ofrendas de cosas preciosas. La laguna de Guatavita era el más célebre de todos estos santuarios.
[14] “Nemcatacoa, llamado también Fo, el dios de los pintores de las mantas y de los tejedores, y presidía á las borracheras y las rastras de los maderos que bajaban de los bosques. Lo representaban en forma de un animal peludo á manera de oso, arrastrando la cola, y cubierto con una manta. La mejor ofrenda que se le podía hacer á este Baco chibcha, era embriagarse con chicha, pues creían los indios que en este estado su dios cantaba y danzaba con ellos”. En: http://www.banrepcultural.org/blaavirtual/historia/paperi/v2/v38/38/ppi6.htm
[15] "La elaboración de la chicha es controlada por la Secretaría de Salud, se hace manipulación de alimentos, se buscan los sitios en donde la van a preparar y continuamente la Secretaría está haciendo visitas para que la chicha salga higiénicamente". Entrevista a Luís Alberto García, representante legal de la Casa de la Cultura del barrio La Perseverancia, 15 de mayo 2013. El artículo 5 del Acuerdo que declara el Festival como de interés cultural señala que “La producción y comercialización de la chicha por expenderse en el festival, se ajustará a las normas higiénico sanitarias que regulan la producción de alimentos y bebidas (…). La Secretaría de Salud Distrital se encargará de difundir y controlar el cumplimiento de las normas pertinentes”. La institución que regula la elaboración de alimentos y bebidas es el Hospital Centro Oriente.
[16] De acuerdo con Marcos Marguli los elementos culturales son “todos los recursos de una cultura que resulta necesario poner en juego para formular y realizar un propósito social”, y se distinguen por clases; materiales (naturales o por el trabajo humano), de organización, de conocimiento, simbólicos y emotivos (Colombres: 1984:79-80).
[17] En el presente año (2013) aún no se ha aprobado la realización del festival, por lo que no se hará en la fecha que la comunidad ha elegido (día de la raza). Las razones son siempre las mismas, que la carpeta del proyecto no está completa, a pesar que se presenta con todas las indicaciones estipuladas y claro con las limitaciones propias de una comunidad pobre. La solución dada por el Alcalde de la Localidad de Santa Fe, Sr. Carlos Rodolfo Borja Herrera, es llamar nuevamente a licitación pública, para que seguramente se entregue la realización a fundaciones y personas por fuera del barrio (se habla de un cartel de fundaciones en la ciudad de Bogotá). Es importante destacar que la revisión de folios de los festivales realizados hasta la fecha dan cuenta de que cuando lo realizan organizaciones por fuera, los resultados son deficientes y además, en casi todos los casos, al desconocer las características del festival, las fundaciones deben subcontratar a los creadores y promotores del festival, personas reconocidas y valoradas por los vecinos del barrio, para que éste pueda concretarse.
[18] Consejo de Bogotá, Acuerdo 121 del 2004 (Junio 24). Disponible en: http://www.alcaldiabogota.gov.co/sisjur/normas/Norma1.jsp?i=14040
[19] La elaboración de la chicha es otra expresión cultural, en cuanto esta actividad desborda los límites de la localidad, existe venta de chicha en diversos sectores de la ciudad, además del barrio de la Perseverancia, en los barrios de Egipto, Belén, la Concordia (Plaza del Chorro de Quevedo) y en Las Cruces.