Abarrotadas de libros sobre innovación están ahora las librerías. Casi cualquier discurso, no importa si es sobre derecho, periodismo o ciencias agropecuarias, intenta ajustar la noción de innovación. Conferencistas de todos los pelambres ordenan sus presentaciones en torno a la idea de innovación. Las asignaturas sobre innovación colonizan los programas y se escriben volúmenes sobre el tema y sus posibilidades. Peregrinas editoriales, a manos llenas, reflexionan sobre el asunto. No se trata de constatar si está o no de moda, se trata de pensar sobre su apariencia de apabullante actualidad.
Sin embargo, en las mismas librerías, por ejemplo, las secciones de filosofía, antropología o sociología no demuestran el menor interés en reflexionar sobre innovación, es un término que simplemente no parece existir. Los discursos epistemológicos disciplinares, aunque tienen total certeza de que sólo detenidos en la frontera de su saber mantendrán con vida su propia episteme, entienden que la idea de innovación difícilmente será insumo para su posibilidad futura. Los conferencistas, sabemos, aprenden a hablar y ordenar sus presentaciones aprendidas en relación con las ideas que circulan y las premisas son: poco fondo, lenguaje fácil, sensiblería y lugares comunes. Las instituciones educativas, sustituido estudiante por cliente y desaparecidas las humanidades, encontraron en la administración y el mercadeo, por tanto, en sus lenguajes, el horizonte propicio para conquistar su renovado botín. Se asumió que nuestro mundo aun sin comprenderlo y mejor, dejando de hacer preguntas serias sobre él, había devenido obsoleto (sin saber tampoco qué significaba eso realmente). La puesta en marcha nuevamente de la rotación terrestre se confió a nociones como innovación.
No obstante, parece obvio que en este planeta urgen las transformaciones reales, por ejemplo, urge priorizar la ciencia y la tecnología y privilegiar el arte, urge un pensamiento ambiental descentrado de lo humano, urge eliminar los modelos políticos beligerantes y eliminar todo tipo de discriminaciones y urge articular modelos de equidad; lamentablemente estas urgencias no son nuevas, son en buena medida las preocupaciones que ha tenido el pensamiento desde la emancipación moderna y en razón a la apuesta en el conocimiento, son aquellas que han alcanzado respuestas.
Un levantamiento arqueológico de cualquier pista disciplinar, de cualquier desarrollo conceptual o artefactual, de cualquier articulación social o apuesta de estructuración, no es distinto a una sumatoria lineal de aportes e innovaciones sobre el modelo o estado anterior. Es decir, al parecer innovar no es un asunto en realidad actual. La respuesta a una pregunta ingenua, del tipo: ¿qué diferencia innovar de cambiar? o ¿Innovar es evolucionar? podrían dar alguna luz sobre lo paradójico que resulta pensar en que en algún sentido innovar pueda ser la estrategia para consolidar un mundo mejor. De manera que cuando decimos: Estrategias innovadoras, empresas innovadoras, ciudades innovadoras, etc. ¿de qué estamos hablando realmente?