"Me decía que yo era prostituta, de ahí no me bajaba": relatos de la violencia a mujeres en el conflicto armado.

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La Comisión de la Verdad escuchó 1.154 testimonios de víctimas de violencia sexual, de los cuales el 89,5 % fueron mujeres y el 10,5 % hombres. Para la Comisión es clave entender que la guerra en Colombia ha tenido rostro de hombre, ha sido patriarcal, machista y de heterosexualidad agresiva.

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Las violencias del conflicto y su relación con el patriarcado

La cultura patriarcal permeó todas las áreas del conflicto armado colombiano. Esta es una de las reflexiones del capítulo Mi cuerpo es la verdad: experiencias de mujeres y personas LGTBIQ+ en el conflicto, un apartado del Informe final de la Comisión para la Verdad. En el capítulo sexto se devela el poder simbólico de la violencia cuando esta ha sido construida sobre una normativa patriarcal. Sobre el término, Friedrich Engels, lo define como el sistema de dominación más antiguo que se conoce, pero fueron los movimientos feministas de los años setenta quienes retomaron y actualizaron su contexto, definiéndolo como el dominio masculino sobre las mujeres.

De este modo, el hombre es siempre la cabeza en el hogar y en la sociedad, posee poder en las instituciones, ejerce dominio sobre las mujeres, de manera que estas dependen de él. La violencia en Colombia perpetuó otras discriminaciones como el racismo y el clasicismo, el desplazamiento forzado es, por ejemplo, una manera de perpetuarlo porque a pesar de que las víctimas hacen parte de la población civil, sufrieron otras formas como el cuidado de familiares y personas enfermas en condiciones precarias.

La Corte Constitucional en el Auto 092 de 2008 manifestó que la violencia sexual fue una estrategia para el desplazamiento forzado y estuvo estrechamente relacionada con el dominio de determinados grupos en zonas específicas del país, por eso, este tipo de violencia ejercida hacia una mujer no solo debilitó el tejido social sino que dejó a las víctimas sin cómo defenderse. A eso se refirió Sara, una mujer afrocolombiana del Chocó cuando dijo: «(...) Como lo puede contar esa historia, la que siempre hemos vivido. De hecho, todo lo que hacen esos grupos subversivos es por la misma historia: que el hombre siempre ha querido subordinar a las mujeres. Entonces ellos también están en una época patriarcal, por decirlo así. Creen que son los dueños del mundo y que pueden acabar, violar, matar, hacer todo lo que se les dé la gana con la vida de la mujer».

Así como Sara, muchas víctimas reconocen que lo que pasó con las mujeres durante el conflicto armado es un espejo de la cultura colombiana, en la que el hombre por ser hombre tiene el poder de decidir sobre los cuerpos femeninos para su propio beneficio.  Es decir que aquello que les sucedió con un guerrillero o un paramilitar, antes ya les había sucedido con un padrastro, un primo o un tío, a eso se le llama un continuum, la permanencia de las violencias cotidianas. El caso de Liliana, una mujer maltratada por su compañero sentimental refleja lo que creen muchas mujeres violentadas: ella se lo buscó.

De acuerdo con la Comisión para la Verdad, el contínuum de violencias estuvo muy relacionado con los valores morales de la sociedad, de manera que las enseñanzas del catolicismo frente al papel silencioso y abnegado de la mujer ejemplar, contribuyó al imaginario del deber ser de las mujeres. Así lo vivió Antonia, una dirigente de la Unión Patriótica (UP): «El teniente coronel Alejandro Londoño Tamayo me decía: “Usted por qué no se va para la casa a cuidar a sus hijos, eso es lo que corresponde a una mujer. Esto no es para mujeres, esto es para machos”. Me lo decía desde la campaña. Y eso era público. O sea, él no lo decía a escondidas».

Sin embargo, muchas mujeres víctimas como Yamile, tuvieron que sufrir además los cuestionamientos de sus parejas, quienes las culpaban de haber sido abusadas: «Me decía que yo era prostituta, de ahí no me bajaba, de prostituta. Que yo me les había ofrecido, que era una presa fácil. En dos ocasiones me amarró a la cama y qué no me hacía».

Las representaciones del desprecio hacia las mujeres

En los testimonios de exintegrantes de los grupos armados, la Comisión encontró referencias explícitas a la utilización de las mujeres como parte de una técnica para mantener satisfechos a los hombres armados. Los paramilitares repetían cantos referentes a violaciones de mujeres que tuvieran nexos con el grupo contrario. La periodista Adriana Villegas denunció haber escuchado a un pelotón de soldados del Batallón Ayacucho cantar todos juntos: «Un minuto antes de morir / escuché la voz de mi novia / que con voz de perra me decía: / «Si te mueres, se lo doy al policía». Porque yo soy, ja, soy, ja, el vampiro negro. / Yo nunca tuve madre ni nunca la tendré. / Si alguna vez yo tuve, con mis manos la ahorqué. / Yo nunca tuve novia ni nunca la tendré. / Si alguna vez yo tuve, los ojos le saqué. Cuando se muera mi suegra, / que la entierren bocabajo; / por si se quiere salir, / que se vaya más abajo. / Con los huesos de mi suegra / voy a hacer una escalera / pa bajar a su tumba / y patear su calavera. / Con los pelos de mi suegra / voy a hacer un estropajo / pa tallarle a su hija / el ombligo y más abajo».

El entrenamiento militar inculcó valores que incluían el pensamiento de una masculinidad violenta. Por eso, el uso de la violencia eficaz para someter y ejercer dominio sobre las mujeres, vistas como el sexo débil. Las mujeres fueron vistas por los actores armados como sus enemigas, y sus cuerpos se convirtieron en el medio de opresión, justificando así violaciones que reproducían prejuicios basados en roles de género.            

Esto se establece sobre un común denominador, el imaginario del combatiente superior cuya imagen heroica y viril se remonta a la época del colonialismo. Es la misma imagen del padre de familia cuya responsabilidad de proteger la familia los inhibe de expresar sentimientos y emociones por miedo a ser vulnerables porque la conducta masculina era relacionada con la fortaleza y cualquier forma de sentimentalismo era vista como debilidad. 

La Comisión encontró que todos los grupos armados y civiles involucrados en el conflicto armado, perpetuaron una forma de dominio a través del patriarcado con violencias estructurales y permeados por una conducta misógina y machista, lo que quiere decir que se hace necesario el cuestionamiento de estas masculinidades para la comprensión de las bases del conflicto, en este caso naturalizadas por estar intrínseca en la sociedad colombiana.

Fuente: Elaboración propia basado en el Capítulo 6 del Informe Final de la Comisión de la Verdad

“Nosotras hemos sido abandonadas por el Gobierno”

Según la última encuesta realizada por el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) en el año 2021, se constató que Colombia es un país cuyo acceso a la tierra, ingresos y riqueza es sumamente desigual. Además, de acuerdo con los indicadores de bienestar económico y social ofrecidos por los distintos parámetros de medición del DANE, estas condiciones suelen ser más difícil para las mujeres que para los hombres, por eso en el Informe, muchas de las mujeres víctimas atribuyen al Estado una responsabilidad directa en la violencia hacia ellas en el marco del conflicto.

Al referirse al Estado, lo relacionan con desprotección, negligencia y revictimización. Así lo manifestó Adela: «O sea, por eso mucha gente se fue. Por eso le digo que no tiene nada que ver con nosotras. Mujeres, más que todo mujeres, amigos de nosotras, todos se desplazaron y nosotras no. Nosotras hemos sido abandonadas por el Gobierno, por las administraciones, por todos hemos sido abandonadas».

En los testimonios, muchas de las mujeres narraron sus historias de niñez donde la desprotección del estado era evidente por medio de la pobreza y la precariedad en sus familias, lo que empeoraría durante la guerra, como en el caso de Melissa: «En mi casa fui la mayor, mis padres eran muy pobres, éramos muchos y mi responsabilidad era ayudar. Yo toda la vida he limpiado, cocinado, criado, alimentado, y me he dedicado a los demás, toda la vida he dado. Casi no tengo recuerdos felices de mi infancia, a excepción de mi mamita y todo lo que ella hacía por nosotros. Uno entiende eso cuando ya está viejo y le toca vivir la misma historia».                

La violencia encarnada por las mujeres se sostuvo sobre una conducta discriminatoria, si bien el Estado no brindó las garantías necesarias, violentando así su derecho a una especial protección y en muchos casos la revictimización fue una barrera frente al reconocimiento de lo sucedido durante los años que se perpetuaron esta violación sistemática a los derechos humanos y en especial a las mujeres.

Otro atributo de la poca o nula presencia del Estado en las zonas más afectadas por este flagelo, era la misma imposición de superioridad que promulgaban las fuerzas del estado en los municipios a donde llegaban, puesto que la figura femenina recibía tratos que reproducían el modelo hegemónico del poder.

El apartado concluyó con el siguiente fragmento: «La violencia sufrida en el conflicto armado se perpetuó en la vida cotidiana de las mujeres; los impactos y cicatrices se acumulan y se potencian. Aun así, ellas no se limitaron a lamentar lo sufrido, sino que se enfocaron en encontrar maneras de afrontar las violencias. Han cuidado de los suyos, han recuperado su autoestima; han tenido la valentía de salir en la búsqueda de sus desaparecidos, el coraje de rescatar secuestrados o reclutados, y la fuerza para trabajar sin descanso en el sostenimiento de sus familias. Y también se han ocupado de buscar formas de sanar, de afrontar el dolor para reconstruirse y continuar con sus proyectos de vida».

Antes del conflicto las mujeres ya se sentían desprotegidas por el Estado, por lo tanto la violencia hacia ellas durante la guerra sólo incrementó las violencias sistemáticas de las que fueron víctimas, pero si hay algo que es cierto es que sus testimonios fueron cruciales para el esclarecimiento de la verdad sobre las vivencias de las mujeres durante el conflicto armado interno.

 

 

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