Byron Murcia Canencio desapareció después de estar retenido. Es el mayor de una familia de cuatro hermanos que cultivó durante años un talento para la escritura, la música y la pintura. Desde las selvas y montañas de Colombia se comunicó por cartas y dibujos que le dieron esperanzas.
Alguna vez le preguntaron al sociólogo y periodista Alfredo Molano sobre su técnica de escritura narrativa, que consistía en contar a sus personajes desde la primera persona del singular (yo). Esta fue su respuesta:
“Hay dos razones. Una, porque la gente maneja un lenguaje más limpio en la primera persona. No es un lenguaje institucional. La gente no habla en tercera persona, sino en primera. Y segundo, porque la primera persona puede entrar a un lugar que no se entra de otra manera, que es el sentimiento. El sentimiento o la emoción”.
Este texto es un tributo a su técnica y a su memoria. Una representación “teatral” de la historia de Byron Murcia Canencio, desaparecido el 12 de julio de 2001.
Puerto Asís se encuentra localizado sobre la margen izquierda del río Putumayo. Fotografía de Diego Corso.Escena 1
Personajes:
-Mi nombre es Esperanza Canencio, aunque en la cédula de ciudadanía aparezco como “de Murcia”. Madre.
-Mi nombre es Gicela Murcia Canencio. Soy la última de los hijos de mi mamá, Esperanza Canencio, la única mujer. Hermana.
Esperanza:
Mi embarazo fue normal, pero cuando fui a dar a luz sufrí mucho para tenerlo, pues yo no fui a un hospital, fue en la casa, junto a una comadrona, como le decían antes. Fue duro, porque los dolores empezaron a mediodía, continuaron toda la noche y siguieron hasta al día siguiente. No podía tenerlo. Vivía donde mi mamá en La Dorada, en Putumayo, fui allá para tener a Byron. Ya estaban esperando en un carro para llevarme a La Hormiga, porque en ese tiempo no había puestos de salud. Yo decía –No, Dios mío, ¿cómo me van a llevar en una chiva? – y eso me ayudó a apurar el parto. Fue muy difícil, la comadrona decía que él venía enmantado y que hiciera el último esfuerzo para que naciera, pues si no se iba a morir. Pujé y nació, pero yo me desmayé. Cuando volví el niño ya estaba con pañal y en la cama.
Gicela:
Mi hermano es el mayor de cuatro. Era un niño, desde esa edad, con aspiraciones. Una persona que le gustaba mucho el dibujo y hacer deporte. Uno de los recuerdos que tengo de mi hermano es en la casa, de pequeños. Mi mamá tenía una volqueta de arena y a él le gustaba mucho hacer ejercicio ahí. Le daba puños a la arena para coger músculos y fuerza. Él le rogaba a mi mamá que le diera dinero para comprar cemento. Quería hacer unas pesas porque no había plata para comprar implementos o ir al gimnasio, todo era reciclado. Mi hermano, con unos tarros de pintura, la arena y el cemento, hizo unas pesas. Ese era el pan de todas las mañanas, todos los santos días hacía ejercicio con esas pesas.
Esperanza:
Cuando era niño tenía varios amiguitos. Tenía unos 4 o 5 años. Ya vivíamos aquí en Puerto Asís en el barrio El Jardín. Él tenía 2 amiguitos, los invitaba a ver los helicópteros, cerca de la pista del aeropuerto. Se hacía en la cabecera para mirarlos, le fascinaba eso. Más grande llegó a dibujarlos y a hacerlos en barro. Amasaba bien la tierra mezclada con agua y sacaba helicópteros muy bonitos. Los dibujaba con todo, con las hélices y hasta las ventanitas.
Esta es la cancha de fútbol en donde Byron Murcia jugaba con sus amigos en Puerto Asís. Fotografía de Diego Corso.
Gicela:
A mí no me gustaba jugar casi con muñecas, me gustaba jugar cosas de hombres: yermis, microfútbol, bolas o elevar cometas. No tenía muchas muñecas, pero sí tenía algunas. Como mi mamá es modista, yo sacaba un arrume de retazos de telas, y si había uno bonito, era para mis muñecas. Doña María, una señora de la cuadra, tenía una hija que hacía reinados de muñecas. Para mí, mis vestidos eran los más bonitos porque mi mamá los confeccionaba, le hacía hasta vestido de baño, pero como el reinado siempre era en la casa de la vecina, pues siempre ganaba la muñeca de la hija de ella. A mí eso me daba rabia, decía – ¿Para qué juego con muñecas si nunca gano? – y me incliné entonces por los juegos de hombres. Mi hermano Byron tenía unos tarros llenos de bolas, de canicas. Yo por la noche iba y se las robaba, pero él era de las personas que tenía muy en cuenta sus cosas. Entonces decía: “¿Quién me robó las bolas?” y yo, calladita, no decía nada.
Esperanza:
La música no le gusta tanto. A él lo que le gusta es pintar. Hace unos dibujos muy lindos. Cuando tenía unos 7 o 9 años nos fuimos a una montaña, y aunque no había aún entrado a estudiar, recuerdo que dibujaba muy bonito. Al entrar a la escuela ya le había enseñado las vocales y a unir las palabras. Cuando entró iba preparado. Allá se puso a dibujar. Hacía barquitos, le gustaba mucho el dibujo, más que cualquier cosa.
Gicela:
Era una persona muy aplicada en el colegio, yo envidiaba los cuadernos de él porque tenía una letra hermosa, no hacía tachones. Ver un cuaderno de él era como mirar un libro. Los dibujos eran perfectos, todo estaba bien. No iba a pintar un pelo de morado y otro de rojo, así no le gustaba. En ese tiempo se utilizaba mucho la tinta china, y a él le gustaba utilizarla para hacer las siluetas de los dibujos. En ese tiempo no había energía en Puerto Asís, tocaba con velas o había plantas por sectores, así que no todo el tiempo teníamos energía. Byron se quedaba hasta tarde en la noche haciendo sus tareas porque el tiempo no le alcanzaba, tenía que hacer ejercicio y jugar, entonces todo era distribuido. Los títulos los hacía muy bonitos en sus cuadernos, entonces, cuando yo iba a entrar al colegio, los recortaba de los cuadernos de él, los que estaban viejos, y los pegaba en los míos. Eso era una novedad. Llegaba a la escuela con esos títulos tan lindos y los compañeros me decían: “Gicela, ¿usted hizo esos títulos?”, y yo les contestaba: “Sí”.
Esta es la calle principal del barrio en el que nació Byron Murcia. Allí conoció sus primeros amores. Fotografía de Diego Corso.
Escena 2
Personajes:
-Mi nombre es Freddy Bastidas. Estuve retenido junto con Byron Murcia. Amigo.
Freddy:
A Byron Murcia le agradecemos mucho. Desafortunadamente, cuando estábamos retenidos, teníamos muchas restricciones. Por ejemplo, no podíamos ir al baño. Gracias a él nos daban más tiempo para poder ir. Como ellos sabían que él era pintor, lo buscaban y le decían: “Si usted hace el retrato de tal líder, nosotros les damos 10 minutos más de baño”. Cuando nos sacaban a bañarnos a un río, por ejemplo, sabíamos que eran 5 o 10 minutos, y gracias a Murcia, por hacer algún dibujo o letrero bonito, durábamos hasta media hora. A veces Murcia bajaba, entonces le decían: “¿Y el dibujo?”, él respondía: “No, no he terminado”. “Colabore, lo necesitamos rápido”, le decían, y él pedía más horas de baño o más horas de energía. Cuando ellos incumplían, Byron también incumplía. Por ese lado, creo que nosotros ganábamos con Murcia.
Uno de los dibujos que hacía Byron Murcia desde las montañas de Cololmbia. Muchas de esas hojas eran publicidad política. Fotografía de Diego Corso.Escena 3
Personajes:
Mi nombre es Betty Salazar. Byron fue un amigo, y durante mucho tiempo compartí con él cosas de nuestras vidas. Recuerdo aquella carta que me escribió cuando estuvo privado de su libertad.
Mi nombre es Virgilio Pinilla Pineda. Cuando el joven Byron Murcia fue estudiante, yo me desempeñaba en el Colegio Alvernia, de la ciudad de Puerto Asís, Putumayo, como coordinador de disciplina.
Betty:
En esa carta me saludaba, deseaba que estuviera bien junto con mi familia y mis tres hijos, que para ese entonces él había conocido. Saludó a mis hermanos, decía que estaba enfermo de una rodilla por causa de una explosión. A pesar de que yo estaba comprometida, éramos muy jóvenes, y entre los dos hubo cierta atracción. Él decía en ese tiempo: “Si Dios me permite volver a mi pueblo, me gustaría verla. En la carta manifestaba que tenía mucho tiempo para recordar a la gente que estuvo con él. Me decía que me escribía muy poco por la dificultad del lugar donde estaba. Un pedazo de papel era muy valioso, no tenía en dónde escribir. Me pedía disculpas por el tamaño de la hoja, me decía que en donde estaba solo se veían las hojas de los árboles.
Virgilio:
La antes llamada banda de guerra, ahora banda de paz, es una agrupación musical que formé hace más de 40 años en el Colegio Alvernia. Este joven fue parte de la banda. Pasó por un proceso de selección, en ese entonces había un personal bastante numeroso en la institución, entonces se podía dar el lujo de seleccionar a sus integrantes por su voluntad, desempeño, estatura y presentación. Él tocaba el heraldo, un instrumento de viento largo que no todo el mundo toca con facilidad. Él tenía esa habilidad. Fue uno de los integrantes representativos y distinguidos dentro de la Institución.
Todas las cartas y dibujos que enviaba Byron a su familia, fueron organizados en un cuaderno que guardan con mucho cuidado. Fotografía de Diego Corso.
Escena 4
Personajes:
-Mi nombre es Esperanza Canencio. Madre.
-Mi nombre es Gicela Murcia Canencio. Hermana.
Esperanza:
Cuando no pudo ingresar a la fuerza armada que él quería, un hermano me dijo: “Esperanza, no le podemos truncar los sueños a Byron”, porque vino muy triste. Entonces mi hijo me dijo: “A mí me toca irme, pero para el monte, a seguir cosechando, porque ¿qué más hago?”. Mi hermano me llamó y me dijo: “Miremos cómo lo metemos, pregúntele si él quiere”. Le comenté a Byron, entonces respondió: “Pues sí, mamita, aunque sea eso. Dígale a mi tío que sí”. Se presentó, hizo los exámenes y pasó.
Gicela:
Recuerdo que, como nos tocaba económicamente tan duro, al salir de vacaciones, Byron se ponía a trabajar en diferentes cosas. Mi hermano se iba por allá y a mi mamá no le gustaba mucho. Era peligroso, a veces a los muchachos no les pagaban. Una vez, un señor le dijo a Byron que estaban dando un trabajo para ir a cortar unas copas de los árboles, mi hermano le dijo: “Yo me le mido”, y se fue. Resulta que cuando estaba bien arriba se cayó, se vino abajo con escalera y todo. Nosotros decimos que, de pronto, ahí, en esa caída, fue que se molestó la columna.
Esperanza:
Luego de estar tan solo un año de servicio, cayó en una toma armada. A mí me llamaron a decirme que a ellos se los habían llevado y, posiblemente, en ese grupo estaba Byron. Yo les preguntaba si iba para allá o qué hacía, y me decían que no era necesario ir, que ellos estaban esperando por información. Yo esperaba noticias, saber qué razón me llegaba. Me llamaron a decirme que tenía que ir al departamento del Meta, porque nos iban a entregar las primeras cartas de supervivencia.
Dos de los detalles que más llaman la atención de las cartas de Byron, son la buena caligrafía y la perfecta ortografía. Fotografía de Diego Corso.
Gicela:
Fue una incertidumbre y confusión terribles, mi mamá armaba maleta, la sacaba y lloraba. En ese tiempo yo no tenía la capacidad de decirle: “Mamita, cálmese”. Miraba el sufrimiento de ella. Yo igual lloraba, pero no le daba ánimo ni mi mamá tenía apoyo, era muy pequeña en ese tiempo. Fue terrible, estábamos solitas, siempre hemos sido las dos porque mi hermano trabajaba y ya tenía su familia. Vivíamos en la casa juntas. Cuando llamaron a mi mamá y le confirmaron que mi hermano había caído en esa toma, ahí empezó el calvario de nosotras.
Esperanza:
Él ha hecho muchos escritos y ha dejado unos cuadritos sin escribir. Aquí dice que se le acabó el esfero, por eso en las cartas que él me envió, junto con este dibujo, me decía que le mandara colores y lapiceros, porque eran muy escasos por allá, incluso, una hoja de papel, por eso los dibujos son hechos así.
“Sigo andando y el camino va quedando atrás, pero aún vienen conmigo los del hogar. Una noche más y mi sola compañera es la soledad, en el fondo de mi ser tu imagen estampada está, de aquella mujer amorosa que eres tú, mamá”, dice uno de los textos que me envió Byron. Para mí fue un dibujo muy hermoso. Él no me comentaba en la carta que, de pronto, se iba a escapar, pero según lo que leí: “Mi sola compañera es la soledad”, le escribí: “Mijo, no vaya a hacer algo que no deba ser. Aguante, algún día Dios lo debe sacar que allá, muy pronto. Usted sabe que lo queremos mucho y lo estamos esperando”, pero veo que no lo pudo hacer.
Gicela:
Cuando empezaron a llegar las cartas uno se daba cuenta, con el transcurso del tiempo, cuando las leía después, que la situación de él no era fácil. Yo sufría, mientras mi mamá no se daba cuenta, yo decía: “Si mi mamá me ve así, va a ser peor”. A veces me acostaba y recordaba que a él le daban mucho espagueti y lentejas. Una vez recibimos una carta que decía que, en combate, se había caído y no tenía un diente, que tenía algo en la rodilla. Yo sufría bastante, pero nunca le dije a mi mamá. Yo empecé también con una crisis, miraba mucho al monte porque yo pensaba que lo iba a ver ahí, era mi pensamiento. Miraba a la gente tirada en el piso y pensaba: ¿Y si mi hermano salió del monte, está igual?, de pronto loco, porque después de un tiempo dijeron que mi hermano había salido de allá así, loco. De todas las cosas que dicen uno empieza a pensar si puede estar en otra ciudad, o en algún pueblo comiendo quién sabe qué, hasta lo están maltratando. Nunca le decía a mi mamá.
Después mi mamá se recuperó, miraba los dibujos que mi hermano le mandaba, las pulseras que hacía. Mi mamá miraba eso y leía y leía las cartas, y al final, lloraba. Estaba deprimida, se fue cayendo, delgadita se fue poniendo. Yo le daba el ánimo que podía, vivíamos juntas y no tuve plata para llevarla a un psicólogo, tampoco para hablar por la falta de conocimiento, ir al hospital a pedir ayuda. Era lo poquito que yo le podía dar. Yo decidí guardar las cartas para que no volviera a leer, pues lo hacía casi todos los días. Había algunas que se sabía de memoria.
Esperanza:
¿Cómo es vivir la vida con un hijo desaparecido? Es muy difícil. Uno sabe que la vida continúa, aunque al principio, no. Eso me dijo la psicóloga: “Doña Esperanza, la vida sigue, usted no puede sumirse en el dolor, tiene que pensar en sus otros hijos”. Yo seguí trabajando con mi máquina de coser, recibiendo trabajos. Empecé a ir de nuevo a la iglesia, porque en un momento uno dice: “Dios mío, ¿por qué?, ¿yo, que tanta fe te tenía?, ¿por qué me tiene que suceder esto?”, pero volví. Fui a un retiro espiritual, eso ayudó bastante. El recordar es doloroso. Hubo un tiempo en el que yo no quería que me preguntaran nada, porque uno tiene que superar.
Cada carta y cada dibujo sirven como conexión para la memoria y para resistir al olvido. Son muchos años sin noticias de él. Fotografía de Diego Corso.
Epílogo de la desaparición - Final de la obra
Esperanza
Tuve un sueño. Él llegaba vestido de blanco, me decía: “Mamita, usted sí puede, usted sí puede”, yo le decía: “Mijo, ¿qué es lo que yo sí puedo?”, y él repetía y repetía. Se presenta un muro bien alto, entonces yo le decía: “Mijo, ¿tengo que pasar ese muro?”, y él respondía: “Sí, mamita, yo la voy a ayudar”, y cuando menos pensaba pasaba el muro. Antes de que él me dijera eso, al verlo todo vestido de blanco, me acerqué, él me decía que no lo tocara, se abrió la camisa y estaba lleno de sangre, le dije: “Mijo, ¿qué pasó?”, ahí intenté tocarlo, me dijo que no y se abotonó la camisa.
Gicela
Eso fue terrible, porque peor fue el sufrimiento de mi mamá. Antes se tenían pruebas de supervivencia, se sabía que estaba vivo, que allá se encontraba con sus compañeros, pero después de eso, ¿quién daba razón de él? Nadie.
Esperanza Canencio, madre de Byron Murcia Canencio, no pierde la esperanza de encontrar con vida a su hijo. Fotografía de Diego Corso.