Esta no es la historia de un héroe que salvó millones. Es la vida de un hombre, un policía que se dio cuenta que el cielo está lejos, y que lo que llamamos infierno solo necesita un poco de luz para mostrarnos que es la vida misma a la espera de un buen acto.
Yermis
Jorge Velázquez, nacido en Armenia, no olvida su infancia. Rondas, juegos y pasatiempos hicieron parte de su niñez, llenándolo de recuerdos agradables y alegres al lado sus primeros amigos de la cuadra, niños que como él, solo buscaban diversión.
En su tiempo libre, Jorge observaba a su vecino Diego Fernando, quien llegaba todos los días con uniforme verde, el verde clásico de la Policía Nacional. Usaba botas negras muy brillantes y caminaba erguido. El pequeño Jorge lo veía con admiración, quería ser como él. Decidió entonces hacerse su amigo y confesarle su deseo más grande: ser policía.
No hay nadie en la estación de policía de Usme que conozca más el código que Jorge. Es consultor, consejero y abogado de los ciudadanos y compañeros oficiales que pasan a su oficina en busca de ayuda. (Foto: Paula González)
Con el tiempo se incorporó a la Policía Cívica Juvenil en su natal Armenia. Allí recibió la preparación física, emocional y académica que cualquier adolescente vería de forma aburrida. Sin embargo, esa formación cultivó en él amor y respeto por la Institución de la policía.
Su tía Chavita, de cuna paisa, lo educó con amor y disciplina. Creció junto a sus primos, cómplices de travesuras y refugio en días difíciles. Jorge ríe a carcajadas mientras recuerda: “Un día decidí ir una fiesta muy popular. Era un adolescente y quería acercarme a las niñas. Mi tía me dijo “¡A las nueve en punto lo espero en la casa!”. Sin saberlo, las nueve pasaron volando, llegaron las diez y los minutos continuaron en medio de coqueteos. Lo único que me regresó a la realidad fue el grito de mis amigos: “¡Kikeeeee, Chavita va para...!” Y antes de terminar la frase, todo mi futuro de tener novia se vio derrumbado. Chavita, en pijama, me sacó de la fiesta a jalones”.
¡Mijo, vaya a la universidad!
Una de las decisiones más radicales que un joven puede tomar es qué estudiar después de terminar el colegio. Jorge tenía muy claro hacia dónde quería ir, pero Chavita lo impulsaba a estudiar una carrera universitaria, no solo porque así “tendría un mejor futuro”, como decía ella, sino porque no iba a correr los riesgos que se asumen al incorporarse a una fuerza armada.
Sin contemplar que el destino le daría la respuesta llevándolo a prestar el servicio militar, algo que para muchos en el país es un error, para él fue una oportunidad para aplicar todo aquello que en la Policía Juvenil había aprendido: el orden, el respeto, el amor a Dios y a su Patria.
Y como una señal de la vida Diego Fernando, su vecino, apareció con una invitación a la que no se podía negar. Consistía en inscribirse para hacer parte de una brigada más adelantada, salir a campo y conocer la realidad de primera mano. Pasó los exámenes de rutina, y cuando creyó que podría cumplir con todos los requisitos, tuvo que recurrir a una ayuda económica, un préstamo de Chavita. Fue cuestión de tiempo para ver su sueño cumplido. En 1995, Jorge Enrique Velázquez hacía parte del Grupo Antinarcóticos de Tuluá en el Valle del Cauca.
“Lo importante en ser policía no es quedarse con el conocimiento: es heredarlo a todas las generaciones que sean posibles. Ese es el dilema de la institución, muchas veces las nuevas generaciones olvidan que la policía es más vocacional que profesional”. (Foto: Paula González)
Allí maduró muy pronto. Mientras cualquier joven dudaba sobre la profesión que eligió, él se despertaba a las cuatro de la mañana y se ponía su uniforme en segundos, y junto a sus compañeros trotaba repitiendo las oraciones y cantos de la Institución. Fueron años de enfrentar sus miedos y llevar su cuerpo al límite. “Rendirme no era opción.”
En medio de su labor, no solo ponía a prueba su cuerpo, sino también la valentía de su corazón y la capacidad para no romper en llanto. Jorge recuerda una de las historias que, según dice, le arruga el corazón, le explota el coraje y al mismo tiempo le recuerda cómo conoció a la mujer que amó por primera vez.
Jorge encontró a un joven que iba en bicicleta y aparentemente se había caído. Lo subió a su camioneta para llevarlo al hospital. En la espera por la llegada de su familia, uno de los médicos lo llamó diciéndole: “Tombo, venga, hágame un favor”. Eran dos niñas de 14 años, aproximadamente, completamente perdidas, hablando incoherencias y aparentemente bajo los efectos de las drogas. Era extraño en medio de un lugar donde la inocencia de los niños no daba para consumir alguna droga por voluntad propia. Jorge, con su experiencia en antinarcóticos, pudo determinar que habían sido drogadas y seguramente, víctimas de algún tráfico de personas. “Las niñas estaban perdidas en un mundo de drogas. Una de ellas repetía que las había traído Shakira. Nada tenía sentido”, narró Jorge en medio de un recuerdo.
En busca de darle cabeza fría a lo que estaba pasando salió a fumar un cigarrillo. En la puerta del hospital vio al chico que había ayudado con su familia. Una hermosa mujer se acercó a darle las gracias por haber ayudado a su hermano. Sin oportunidad de responder algo a quien después sería su esposa, escuchó que alguien gritaba enojado. Al darse vuelta vio a un travesti que estaba siendo insultado por otro hombre. “No sé qué va hacer, pero son suyas, así que me responde Shakira”. Sin pensarlo, Jorge arremete en búsqueda de respuestas, las mismas que aún lo hacen fruncir el ceño, apretar los dientes y sentir rabia. Las niñas habían sido víctimas de explotación sexual en una de las zonas más marginales de Tuluá.
Más de 20 años de trayectoria en la policía quedan cortos para resumir la experiencia de Jorge. Experiencia ganada con tropiezos, decepciones y pérdidas, pero también con una enorme motivación. (Foto: Paula González)
“Sentir miedo es bueno, es nuestro polo a tierra”
Jorge se toma las manos. Tiene la mirada perdida. La adrenalina, que todavía recorre su cuerpo lo devuelve a un pasado duro. Su vida y la de muchos de sus amigos estuvo en riesgo. Recrea los disparos cerca de su cuerpo, los gritos y las explosiones. Jamás sintió tanto miedo como ese día, rogó entonces a Dios para que lo protegiera.
Cuando Jorge tenía 25 años hacía parte de la brigada de Antinarcóticos en una de las misiones a Corinto, Valle del Cauca. La brigada fue atacada por un grupo alzado en armas que defendía unos campamentos de cultivos ilícitos.
Allí hirieron su tobillo derecho, perdió entonces gran parte de su movilidad, aturdido por las explosiones y adolorido por las esquirlas en su cuerpo. “En medio de todo eso, ¿qué puede hacer un ser humano cargado de miedo, con el único motivo de no querer morir ahí, en manos de una bala sin rostro? Asumí, entonces, que sentir miedo es bueno, es nuestro polo a tierra”. Dice Jorge. Como puede se arrastra a un zanjón hasta que sus compañeros lo ayudaron.
La bala causó daños irreparables en su pierna, pues estuvo a punto de ser amputada. Luego de una reconstrucción por parte del equipo médico, Jorge logró recuperarse. Sin embargo, la depresión se apoderó de él. Todos los días sentía que la tristeza no lo dejaba pensar bien, dudaba de muchas cosas. Solo con la compañía y el apoyo de su familia logró salir adelante. Las heridas estaban curando, ahora se trataba de darle tiempo al tiempo.
Después de jornadas largas y dolorosas de terapia física, recibió la devastadora noticia que no podía volver al combate. Las opciones no eran muchas: o debía retirarse a su casa a descansar o decidía estar en una oficina archivando. “Luego de estar con la adrenalina desbordada por todo mi cuerpo, que me digan que me tengo que quedar quieto, que no puedo volver a usar el uniforme ni mucho menos volver a sentirme parte de un propósito o de una acción me dejó derrotado”, recuerda Jorge con nostalgia.
“Todo lo que hago es por darle lo mejor a mis hijos, son el único motivo". (Foto: Paula González)
Intendente de la policía Jorge Velázquez
El tiempo solo sana lo que ya no importa. Jorge ve cada día como uno más y no como uno menos. Hace parte de la estación de Policía en Usme, una localidad al sur de Bogotá. Allí recibe las denuncias, quejas y reclamos de la comunidad inconforme.
Jorge no culpa a nadie por el disparo, de hecho, siente un poco de lástima por aquella persona que detonó el arma. “Seguro fue un joven lleno de miedo. A todo le encuentro un lado positivo.” Tiene la esperanza de que la educación sea la solución a todos los conflictos. Jorge entabla una conversación activa que se mueve entre la física y la historia, maneja el Código de Policía al derecho y al revés. Es el consultor que todos los de la estación buscan para dar respuesta a cualquier inquietud que tengan sobre cómo deben actuar ante las infracciones de la comunidad.
“A mí esta vaina me gusta. Generalmente todos critican a la policía, pero cuando ya no encuentran solución, es a nosotros a quienes llaman”. Velázquez sabe que ser policía no es su oficio, es su vocación.
Kike, como le dicen las personas cercanas a él, tiene dos hijos de 17 y 10 años. El niño es el mayor y la niña la dulzura de su vida. De ellos solo espera que no sigan sus pasos, o tal vez sí. Lo que realmente desea es que exploten sus talentos y hagan lo que realmente aman. Los ve muy poco, debido a que viven con su exesposa en Yopal, Casanare. Pero va a verlos cada vez que puede.
Su piel está marcada por las cicatrices de un conflicto que no eligió, pero también de una historia que él quiso contar por medio de tatuajes que representan todo lo que para él tiene sentido: su familia, su labor en el mundo, sus derrotas, pero también la importancia de tener una buena conexión espiritual.
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Esta crónica hace parte del especial "La otra cara del conflicto, rostros e historias" producido por el CrossmediaLab en asocio con la Policía Metropolitana de Bogotá, a través de su Modelo de Policía para el Posconflicto, que busca contar un puñado de historias que tienen como común denominador: la vida, la reconciliación y el perdón de sus protagonistas.