Desde 1961, en Bogotá se viene hablando de la construcción de lo que se conoce como la ALO (Avenida Longitudinal de Occidente). Un proyecto que prometía mejorar la movilidad ordenando el flujo vehicular, dando alternativas a los automóviles particulares, separándolos del transporte de carga y de pasajeros intermunicipales. Sin embargo, luego de todos estos años la avenida no se ha podido terminar, pues tiene un faltante en el tramo norte.
La intención de las administraciones distritales con este proyecto, es descongestionar el caos que se produce en la mezcla de transportes de carga y de pasajeros; unos entrarían a la ciudad por la Autopista Norte y los grandes camiones ingresarían por un corredor económico que conectaría los municipios de Chía, Mosquera, Soacha, La Mesa, Tocaima y Girardot. En la actualidad, todo el transporte en esta zona tiene conexión en la Autopista Norte y la Avenida Boyacá.
La ALO, junto con la intervención de las vías del departamento de Cundinamarca, como la transversal de La Sabana, buscan aliviar la congestión vehicular que se experimenta en el noroccidente de la ciudad, especialmente en la localidad de Suba. La Alcaldía Mayor de Bogotá, mediante un decreto, expidió el POT 2022-2035 (Plan de Ordenamiento Territorial) para intentar darle finalización a la interrumpida ALO, en respuesta a que el tramo norte no ha podido terminarse debido a que se encuentra en conflicto entre los intereses ambientales, los transportadores y los vecinos del sector.
Con una longitud de 50 km, que atraviesa y afecta todo el ecosistema que encuentra en su camino, esta avenida tiene serios inconvenintes de carácter ambiental. La ALO, como va paralela a la zona de amortiguación del río Bogotá, se encuentra en su paso con los humedales y reservas acuíferas y de bosque, lo que hace que se mejore la movilidad pero se afecten ambientalmente otras zonas.
La propuesta del modelo de desarrollo es pasar de esto:
A esto:
Muchos ambientalistas creen que la propuesta de desarrollo de urbanización consagrada en el POT (Plan de Desarrollo Territorial) ha dejado sublevado lo ambiental. Fotos de Mateo Convers.
La pregunta que se hacen algunos habitantes de estos sectores es esta: ¿Será que las necesidades que el modelo de desarrollo urbano consumista, planteado en este POT, afectan de alguna forma la salud ambiental del territorio?
Para muchos historiadores y ambientalistas, gran parte de la ciudad de Bogotá fue construida sobre un inmenso lago, lo que hace que los humedales sean los vestigios y los relatos de que la ciudad es un ecosistema de agua dulce.
Una investigación desarrollada por profesionales de la Universidad Nacional de Colombia y la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, se encargó de diagnosticar las capacidades que tienen las diferentes autoridades ambientales, con base en el modelo de capacidades del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo - (PNUD). Este trabajo identificó una preocupación en torno a cómo estas entidades e instituciones del orden nacional y distrital se ven impedidas para el desarrollo de los objetivos que protejen el medio ambiente; por ejemplo, 76 entidades, de un total de 84, no actúan teniendo en cuenta el programa acordado en las Naciones Unidas para el Desarrollo, sino que trabajan bajo el modelo convencional y caduco del Ministerio de Ambiente, Vivienda y Desarrollo, con un enfoque económico y desarrollista, dejando de lado lo ambiental, que es punto principal y primordial en los programas de la ONU, dice la investigación.
Con esta disyuntiva, solucionada en parte por los entes reguladores, la comunidad cree que se está priorizando los intereses de los grupos económicos y de poder, olvidando el equilibrio entre el desarrollo de la ciudad y la protección al medio ambiente.
Muchos habitantes defienden la idea de entender la dinámica histórica de lo que significa para la construcción de identidad territorial, como sujetos éticos y políticos, la defensa y preservación de territorios ancestrales, elevando una preocupación para la supervivencia de esta y las próximas generaciones.
Marco geográfico
Tibabuyes es una Unidad de Planeación (UPZ) de la localidad de Suba que comprende los barrios de Los Almendros, Tibabuyes y Rincón de Santa Inés, entre las avenidas calle 145 y carrera 104 hasta la carrera 115, en el noroccidente de Bogotá.
Humedal Tibabuyes, 2021. Foto de Mateo Convers.
Tibabuyes es como también se conoce al humedal de Juan Amarillo, un extenso lago que es hábitat de una vastísima variedad de vida silvestre y vegetal, donde coexisten plantas, animales y aves nativas y migratorias.
El nombre Tibabuyes proviene del chibcha y significa “tierra de labradores”, debido a que las comunidades indígenas asentadas en el territorio, antes de la llegada de los españoles, utilizaban este sector de tierras fértiles como punto de reunión para celebrar sus fiestas tradicionales y congregar a los diferentes caciques en torno al agua y la vida.
En la época colonial se establecieron haciendas y casonas de descanso dedicadas a la ganadería. La ingeniera geográfica del Ministerio de Ambiente y Desarrollo, del departamento de Recursos Hidricos, Luz Francy Navarro dice que en tiempos de Simón Bolívar se promovía el resecamiento del cuerpo de agua, prometiendo que el terreno que fuera desecado sería propiedad del responsable de dicha iniciativa.
A comienzos del siglo XX, la población en su mayoría era de origen campesino y desarrollaba actividades agropecuarias. En 1956, con la creación de las localidades, se anexaron a Bogotá los municipios de Engativá, Fontibón, Bosa, Usme, Usaquén y Suba, y las fincas fueron reemplazadas por parcelas previstas para el loteo y venta. Todo este proceso de urbanización se presentó luego de la gran migración del campo a la ciudad de miles de personas que escapaban del conflicto político en la época de La Violencia. Esta necesidad urgente de vivienda tendrá lugar en la siguiente mitad de siglo.
En tan solo 10 años el impacto de los nuevos habitantes, la presión por el suelo y el desarrollo de servicios públicos y domiciliarios, transformó por completo el territorio; el humedal, la flora y la fauna experimentaron una reducción del 65% del volumen de agua. Tras 10 años más, en 1977, se transformó de un lugar lleno de vida y significado espiritual, considerado sagrado por los indígenas ancestrales, a un terreno contaminado, en el que se observan escombros de construcciones, arena y cemento, permitiendo que los habitantes de este sector vivan en terrenos recién rellenados, en eminente peligro por estar ubicados en zonas inundables.
"Este crecimiento desbordado y desorganizado es el reflejo de un desarrollo que carece de proyección a futuro y se ubica en un paradigma de consumo y desecho rápido y falla en la concepción de la defensa de la vida. Allí los más afectados son las familias más humildes, que son despojadas y expulsadas de las mejores tierras rurales y no tienen otro camino que vivir en zonas de riesgo, desplazadas o empobrecidas. Se van a las orillas de ríos, las quebradas y los humedales, sabiendo que en el invierno muy probablemente el agua inunde sus viviendas y pierdan lo poco que tienen, sin otra opción", dice uno de los líderes ambientales de esta zona.
El agua, organismo vital de Bogotá
La profesional en ciencias ambientales, Nathalia Sánchez, explica en qué consiste esta cadena ecosistémica: "Hay una conexión entre los cerros orientales y el río Bogotá. Por eso es clave proteger este circuito, que de circuito ya tiene poco, pues afectaría mucho más que solo a los animales y habitantes de este sector. La macro conexión de la que forman parte estas estructuras ambientales puede influir en los cambios climáticos, atentar contra especies polinizadoras y dispersoras de semillas y puede afectar la sostenibilidad alimentaria de toda la población".
Destinar el territorio inundable (humedales) para la construcción de vivienda, vías o comercio, representaría una afectación económica mayor que la que puede producir la misma construcción de esas obras. En palabras de la profesional entrevistada, “el territorio tiene memoria” y “atentar contra la salud ambiental es promover la desigualdad social en el futuro inmediato”.
Humedal Tibabuyes en la actualidad, vista al fondo de la localidad de Suba desde la localidad de Engativá. Foto de Mateo Convers.
Estructura ecológica principal
Se divide en tres diferentes eco regiones; cuenca sabana de Bogotá, cuencas nieblas del oriente y la cuenca del Sumapaz. Es un eje ambiental que nutre el territorio de la sabana de Bogotá y conecta los cerros orientales, los ríos y quebradas que se encuentran a lo largo y ancho de la ciudad.
"Entender esta estructura es primordial para el comienzo de una identificación con el territorio. Si no entendemos dónde estamos, no sabremos hacia dónde iremos. Reconocer nuestro territorio hasta Sumapaz visualizará la importancia de su protección, nos responsabiliza, y en cuanto mejor esté nuestro ecosistema ambiental, mejor será para nuestra salud", dice un ambientalista de la zona.
El colectivo "Somos Uno", que encabeza la acción social de la comunidad de Engativá para frenar la construcción de estas obras y rescatar el humedal, es una iniciativa creada para estar vigilantes en estos proyectos de desarrollo de la ciudad y cuidar las diferentes fuentes de agua. "Juan", uno de sus líderes, expone sus argumentos para oponerse a la construcción de la ALO:
En la siguiente entrevista, Sofía, integrante de "Somos Uno", cuenta cómo es la relación de comunicación entre el colectivo y las entidades gubernamentales.
"Con respecto a la salud ambiental, hago una identificación de mi territorio y una proyección a futuro de acuerdo a mi experiencia. Desde pequeña se me inculcó la importancia del agua y la naturaleza, la intrínseca conexión que tenemos con ella, el deber de protegerla, y más cuando vivo en este país, donde se promociona la importancia de cuidar nuestro territorio, la diversidad ambiental y las especies que lo habitan", expresa Sofía.
Los vecinos del Humedal Juan Amarillo se estremecieron cuando vieron volquetas llenas de arena y excavadoras entrar al sector del humedal; en ese momento comenzó una lucha por la defensa de la vida, el agua y el territorio que llevan más de una década alzando la voz:
Parte de la comunidad en torno al fuego y al alimento. Toma años generar estos lazos de confianza, pero una vez conformados, son casi inseparables. Foto de Mateo Convers.
Esta lucha viene siendo protagonizada por un grupo de personas vecinas del humedal en Engativá, conformado por adultos mayores, madres cabeza de familia, jóvenes activistas y profesionales en diferentes áreas y niños que no les da miedo ensuciarse un poco las manos. Todos ellos conformaron la huerta La Resiliencia, nombrada así en honor a la capacidad de resistencia y adaptación extrema que tienen.
Este colectivo ha enfrentado una lucha, su voz ha llegado a puntos de inflexión que mueven fibras sensibles. Su camino ha sido largo, pero sienten que el fruto del esfuerzo está por verse. En este video hay fragmentos de una audiencia pública llevada a cabo en la Cámara de Representantes, el 18 de noviembre de 2021:
“Una lucha que no se ha perdido”, son las palabras de Herman Martínez, exdirector del Jardín Botánico de Bogotá. Después vino la intervención del director de gestión de recurso hídrico, Fabián Caicedo, del Ministerio de ambiente:
"Si lo que se tiene que hacer para detener las obras duras que se intentaron construir en el humedal, es la presión social, seguramente el colectivo "Somos Uno" estará ahí presente, cumpliendo su cometido", confesó uno de sus miembros.
Mural a la resiliencia. Foto de Mateo Convers.
Esta investigación es un llamado de atención, una banderita roja que eleva el autor a la espera del canto de los pájaros. Una invitación al acompañamiento de los jóvenes y líderes ambientales. Es un trabajo en su honor, con el motivo de visibilizar su lucha y la capacidad de conformar una comunidad cuidadora.