Hay una mujer que tiene alma de madre, aunque no lo sea. Se ha encargado de ir a diestra y siniestra adoptando hijas que, presuntamente, han cometido crímenes o han atentado contra otras personas. Pero el alzhéimer ha hecho que se olvide de sus hijas y sus rostros, de su fecha de llegada y de partida, de las que han muerto y de las que nacieron entre barrotes y olor a cigarrillos, orina y marihuana. También se olvidó de sus buenas intenciones, de su deseo por parirlas por segunda vez para darles la libertad.
La Cárcel del Buen Pastor, además de ser madre, aunque no lo sea, es abuela, amante, amiga, anciana y joven, todas las mujeres y ninguna al mismo tiempo. Esta mujer vive en el fondo del callejón de la carrera 68 con calle 80 en Bogotá. A su derecha se encuentra un silencioso conjunto residencial. A su izquierda, la escuela militar de jóvenes cadetes que le miran con desprecio.
Su piel se alza con dureza impuesta por ladrillos, sus extremidades son cemento rocoso y descuidado por los años. Tiene origen en la mitad del siglo XX, fue encargada por las hermanas misioneras quienes impartían la obediencia, el silencio penitente, las alabanzas y las oraciones continuas como forma de expiación. En 1952 pasó a manos del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario (INPEC) y, al igual que otras cárceles entre 1816 hasta 1952, fue testigo de la corrupción.
En 1893, la cárcel de mujeres El Buen Pastor se encontraba ubicada en el barrio Las Aguas, en el centro de Bogotá. Luego fue trasladada a su ubicación actual y es la cárcel de mujeres más grande de Colombia.
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“Mujeres y prisión en Colombia: desafíos para la política criminal desde un enfoque de género”, es una investigación realizada en el 2018 por el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE) de México, el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) de Colombia y la Pontificia Universidad Javeriana.
Este estudio pone foco en los diferentes aspectos de las prisiones colombianas, entre ellas, el perfil demográfico, social y económico que llevan a las mujeres a delinquir. Entre las características que resaltan de estas mujeres son: estar en edad productiva, con vida sexual activa, 56% de ellas no terminaron sus estudios, el 72% tiene ingresos mucho menores a un salario mínimo y el 75% de ellas se identifican como madres cabeza de hogar.
De acuerdo a cifras del INPEC, en el año 2018, 42.2% de las mujeres fueron condenadas por delitos relacionados con estupefacientes, 28.7% por concierto para delinquir, 17.4% por hurto y el 8.7% restante por delitos varios. Del mismo modo se ha podido determinar que, en la cadena del mercado de drogas, las mujeres cumplen el rol de vendedoras o distribuidoras minoristas.
El 7 de abril de 2002, las entonces Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) detonaron un carro bomba que causó la muerte de 11 personas en Villavicencio, Meta.
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Gloria Elsa Martínez es una mujer de 40 años, cabello negro lacio, piel blanca, ojos cafés y cuatro perforaciones en la oreja izquierda. Vive en Villavicencio, Meta, a ocho horas en carretera desde Bogotá. Desde hace cinco años su ropa es la misma: un uniforme de dos piezas café claro y con líneas naranjas delgadas a cada lado del cuerpo. Es el uniforme con el que se identifica a las prisioneras del Buen Pastor.
Gloria Elsa Arias es una de las 2.086 mujeres que cumplen condena en la Cárcel El Buen Pastor, según datos del INPEC en el 2018.
Pasó su niñez en una finca con sus padres (que ya fallecieron), tres hermanos y un hermanastro. Cuenta que todos los días a las cinco de la mañana ya estaban despiertos para sembrar o cosechar plátano, yuca o maíz. También cuidaba que el ternero no se pasara la reja y en racionar la comida de todos los demás animales. Eran tareas arduas para una niña, pero, según dice, la alegría con la que las desempeñaba lo hacía todo más llevadero.
Un día llegaron a la finca hombres armados y les expropiaron la finca sin explicación alguna. Fue una época dura para la familia González Martínez y para el país. Desde 1980 la guerra parecía no tener fin: el M-19, las antiguas Fuerzas Revolucionarias de Colombia (FARC) y los paramilitares se hacían sentir con mucha violencia.
En aquellos años, algunos periódicos ya no informaban, por el contrario, figuraban como los heraldos de la muerte, pues eran quienes daban aviso al familiar o al amigo de la víctima mortal o del desaparecido en qué lugar yacía su cuerpo, si es que tenían la suerte de poder ser identificado.
Así pues, Gloria con una mochila en la espalda y haciendo de tripas corazón, llegó junto con su familia a Villavicencio. No pudo terminar el colegio, sabía que debía dedicarse a trabajar. Años después se casó y tuvo dos hijas. Luego se dedicó a atender una bicicletería en donde conocería a su segundo esposo y con quien tendría su tercera hija.
Este hombre le propuso llevar droga escondida a diferentes pueblos cercanos. Al principio no ganaba dinero, pero, después de unos meses, entendió cómo funcionaba el negocio y conformó una sociedad con el mejor amigo de su esposo. El negocio no duró mucho.
Internas de la cárcel El Buen Pastor radicaron una carta el 1 de octubre de 2019 ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Allí expusieron las condiciones, según ellas denigrantes, que se viven dentro del centro penitenciario.
Era 2013. Gloria iba en un carro con su esposo, habían entregado parte de la mercancía del fin de semana, pero aún les faltaba una entrega en Villavicencio. La noche era más oscura de lo normal y las llantas se estaban quedando sin aire, pero no podían parar. De repente, una caravana de motos los asaltó.
— ¡Quietos! métanse pa’ allá, al monte. ¡Los vamos a matar por hijueputas!, somos de las fuerzas paramilitares de Colombia y ustedes nos están goleando.
— Por favor, no nos apunten con las armas. ¿De qué hablan? Nosotros no les hemos hecho nada.
— ¡Cállense, bola de malparidos! a ustedes los vamos a matar porque ustedes nos tienen que pedir permiso a nosotros para poder sacar la mercancía ¡A nosotros no nos van a ver la cara de huevones!
— Por favor no nos maten, le entregamos la plata y toda la mercancía.
En el camino de vuelta Gloria ató cabos y supo que quienes los habían amenazado no eran paramilitares. Era el mejor amigo de su esposo, su socio, que buscaba venganza porque ella lo había sacado del negocio.
La marca Libera Colombia nació en el Instituto INPEC con el fin de buscar inversión empresarial para los productos que las internas fabrican mientras cumplen condena. Bisutería, artesanía y marroquinería, entre otros.
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El 25 de abril de 2014, a las tres de la mañana, oficiales de la policía entraron en su casa mientras dormía con su hija menor. No encontraron los paquetes de droga, pero tenían pruebas contra ella. Después de un juicio fue condenada a cinco años y siete meses por la venta ilegal de estupefacientes.
En siete meses Gloria saldrá libre. Su hija mayor, Danna González, hoy de 24 años, asumió las riendas del hogar y le brindó la educación a sus dos hermanas durante los años que su madre estuvo ausente. Luna, la menor de todas, y a quién Gloria dejó de tan solo 6 años, hoy tiene 11 y va en primer grado de secundaria.
El Ministerio de Justicia, la Agencia Nacional Inmobiliaria, la Agencia Nacional de Infraestructura y la institución Uspec, firmaron un acuerdo el 20 de octubre de 2019 con el propósito de desarrollar un plan de reubicación de la Cárcel El Buen Pastor. (Foto: Archivo El Espectador)
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Poco antes de terminar la audiencia el juez se puso de pie y declaró su sentencia: por el delito de homicidio se le imputaron quince años de privación de la libertad para Floralba Espitia y Matilde Espitia Peña, madre e hija respectivamente, en la Cárcel El Buen Pastor de Bogotá. A pesar de estar dentro de la misma prisión, no compartían celda o patio.
Matilde fue condenada a los 17 años y llegó a la cárcel para adultas cuando cumplió los 18. Allí conoció de primera mano la ley del crimen y el castigo, el poder de la fuerza y la importancia del silencio.
“He visto cosas que jamás esperaba ver. Fumé, consumí droga y probé el lesbianismo, pero lo dejé”, dice Matilde. Los primeros tres meses fueron un calvario. La habían asignado al Pabellón 2 y su compañera de celda la quería obligar a ser su novia. En una ocasión hasta le arrojó un vaso de plástico lleno de café hirviendo al rostro.
Luego fue trasladada al Pabellón 5. Allí conoció el precio de hacer favores. Una de sus compañeras le pidió que, mientras le hacían la requisa en su celda, guardara una dosis de droga que tenía escondida. Una dragoneante la descubrió y sacó la droga de entre sus senos. Perdió su oportunidad de redención y la cambiaron de pabellón.
Hoy Matilde tiene 27 años. Ahora su cabello es color cobre, se maquilla con sombras azules en los párpados y con un labial rosado. Ahora tiene cinco perforaciones en la oreja izquierda y una en el ombligo. Su rostro tiene manchas y sus manos parecen estar cubiertas de moretones: tiene lupus, una enfermedad creada por su propio sistema inmune y que ataca a tejidos sanos, no ha recibido tratamiento desde su diagnóstico.
“Mujeres y prisión en Colombia”, del año 2018, asegura que el 67,5% de las habilidades que las reclusas adquieren durante su condena, no son útiles para obtener un ingreso económico una vez obtengan la libertad.
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Cabello negro y lacio hasta los hombros, piel blanca, ojos negros, ceño fruncido, espalda recta. Así se mueve la silueta de Claudia Cardona entre las calles, salones y universidades donde imparte su conferencia sobre los derechos de las mujeres privadas de la libertad. Es contundente y tiene una mirada fija y penetrante, su voz es amable, pero se puede notar que un dolor profundo le invade la piel cuando tiene que hablar de la situación de salud que se vive en una prisión.
En el encierro de los barrotes, Claudia tenía que sufrir la inclemencia de los encargados en el área de la salud. Solo un médico atendía a todas las reclusas, el ginecólogo existía para quienes podían costearlo, no recibían toallas higiénicas a tiempo. Pasó nueve años de su condena padeciendo cólicos, dolores agudos y aumento en el sangrado de la menstruación.
Meses después de su salida, el sangrado era imparable. Consultó con un médico y supo entonces que tenía una enfermedad en su útero que ya había hecho metástasis, atacó al órgano reproductor y, al no recibir tratamiento a tiempo, tuvo como consecuencia la extracción del órgano.
Desde aquel año, Claudia ha dado charlas en universidades y congresos sobre los derechos de las mujeres en los centros carcelarios. Sus temas van desde el trato justo e igualitario hasta la educación para las personas privadas de la libertad.
Como psicóloga de la fundación Humanas Libres, ha llevado la voz de protesta a quienes se encuentran libres y aquellas que están recluidas, una lucha que hace pensar dos veces antes de pronunciar y señalar con el dedo índice, donde poco se piensa, pero siempre se juzga a los corazones feroces de mujeres que por algún error o azar de la vida las llevó a habitar el estirado útero de la mujer de mil rostros.