El confinamiento y los problemas socioeconómicos, derivados de la emergencia sanitaria, han detonado diversos trastornos de salud mental en los colombianos como ansiedad y depresión. Según datos oficiales del DANE, seis de cada diez ciudadanos han sufrido síntomas relacionados a estas afectaciones, que han perjudicado su vida diaria durante la pandemia.
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La emergencia sanitaria desencadenó el miedo colectivo a comienzos de 2020 y, con este panorama, un gran número de personas han sufrido con creces la depresión en tiempos de cuarentena. El mayor problema de esta situación es que muchas de estas personas no han encontrado apoyo, porque todavía no se ha hablado lo suficiente de los efectos del confinamiento ni de cómo hacerles frente.
Al comienzo de la pandemia, la Organización Mundial de la Salud (OMS) advirtió que la crisis del coronavirus y sus consecuencias afectarían la salud mental de muchas personas; a su vez, aseguró que se podría registrar un aumento de los suicidios y de los síntomas relacionados a trastornos psicológicos, por lo que pidió a los gobiernos que no dejaran de lado la atención psicológica. En mayo de 2020, la OMS detectó, en tres de los países más afectados por la pandemia, el aumento de la angustia en la población: en China se registró un incremento del 35%; en Irán, del 60%; y en Estados Unidos, del 40%.
Para Cristina Rodríguez, psicóloga del Servicio de Salud en Castilla, España, es evidente que hay “una prevalencia de síntomas de ansiedad de hasta un 20% y un 18% de síntomas depresivos en la población en cuarentena”, por lo que no se trata de un problema menor.
En Colombia, uno de los grandes obstáculos que ha afrontado la salud mental, desde el primer brote del coronavirus, es la atención oportuna e integral de los pacientes. Ante la imposibilidad de un tratamiento presencial, en un principio, obligó a los prestadores de salud a reinventarse a través de la virtualidad y a realizar teleconsultas. Según el recuento entregado por la línea 192, opción 3, del Ministerio de Salud, los departamentos del país que más han pedido consultoría por el incremento de casos de trastornos mentales, emanados de la crisis del covid-19, son Bogotá, Antioquia y Valle del Cauca. De acuerdo con estos balances, hasta el mes de abril, 1.022 personas acudieron por vía telefónica a las líneas de atención para Orientación y Salud Mental; el 60% de estas llamadas fueron realizadas por mujeres, y el 45% restante acudió a la línea por ansiedad y estrés.
Aunque buscar ayuda es la mejor fórmula para prevenir el deterioro de la salud mental, quienes padecen trastornos no solo batallan con su enfermedad, también tienen que enfrentarse a un sistema de salud ineficiente, que no tiene los recursos necesarios para brindar apoyo a la población colombiana con problemas de esta índole.
La ansiedad, la escabrosa atadura del ser
Cada año se suicidan cerca de 800.000 personas que padecen depresión y ansiedad. Esta es la segunda causa de muerte en el mundo de personas entre los 15 y los 29 años, según la World Health Organization. A pesar de las múltiples posibilidades de acompañamiento que existen, según la OMS, más de la mitad de personas que padecen estos síntomas a nivel mundial, no reciben tratamiento de ninguna índole.
El confinamiento ha ocasionado un declive emocional para la población en general, sin embargo, la soledad y los cambios abruptos de rutina han empeorado las patologías de algunos pacientes. Esto fue lo que le ocurrió a Daniela Jiménez, una joven estudiante de 18 años, quien se destaca por sus estudios y su pasión por las luchas sociales. Siempre se ha preocupado por su salud mental debido a un pasado con la depresión que la obligó a vivir en carne propia los cambios de ánimo y el hundimiento. En cuarentena esta situación se ha hecho mucho más fuerte.
Aunque por fuera es una persona muy temperamental, en su interior se define como una mujer sensible y negativa. A veces la tristeza la invade y su fragilidad la vuelve susceptible a todo. “Uno de los errores que cometo constantemente es aislarme de todo cuando me siento mal, triste. Me recuerda un poco cuando tenía mis ataques de pánico y ansiedad, me costaba poder hablar con alguien, inclusive con mis amigos. Me es difícil ser abierta ante dichos problemas que me atormentaron y aún repercuten en mi vida”, dice.
Cuatro paredes y la imposibilidad de acercarse fisicamente a los suyos eran las ataduras que atormentaban a Daniela. Foto: archivo personal.
Según Mónica Talero, psicóloga especialista en seguridad y salud en el trabajo, los síntomas recurrentes de cada decaimiento van desde: “Miedos intensos, excesivos y persistentes sobre situaciones diarias. Con frecuencia, en los trastornos de ansiedad se dan episodios repetidos de sentimientos repentinos de ansiedad intensa y miedo o terror que alcanzan un máximo en una cuestión de minutos (ataques de pánico)”.
De noche el problema no disminuye. No podía conciliar el sueño y por ningún motivo podría escapar de la cárcel de su propia casa. Tuvo deseos de morir por la ausencia de sus amigos y de sus familiares que no podían ir a verla, por eso, en repetidas ocasiones sintió que la soledad la carcomía viva. Según el estudio ‘La soledad como fenómeno psicológico’, esta circunstancia es peligrosa porque es “una experiencia desplazada que ocurre cuando la red de relaciones sociales de una persona es deficiente en algún sentido importante, ya sea cualitativa o cuantitativamente”.
La frecuencia de sus ataques de pánico y ansiedad la desgastaron tanto que, por muchos días, perdió la voluntad de seguir con su vida: “Hubo un momentos en los que exploté, me sentí sola, triste, cansada… Sufría de insomnio constantemente, los ataques de ansiedad aumentaban, por eso decidí buscar ayuda con mi mamá”, recuerda. Cuando pidieron apoyo profesional, surgieron dos problemas: primero, en su institución educativa el psicólogo no tenía el tiempo suficiente para atenderla; segundo, en la EPS le daban citas, pero eran programadas tres o hasta cuatro meses después de su llamado, a pesar de que la urgencia era latente.
Daniela Jiménez, y su madre, Edith Rodríguez, una relación de amor y unidad desde su infancia. Foto: archivo personal.
La atención psicológica, en la mayoría de los casos, representa el punto de inflexión entre la vida y la muerte. Para la psicóloga Mónica Talero, esto no es algo que pueda ignorarse y son necesarias, como mínimo, seis terapias para que el tratamiento sea adecuado, y ocho, para que sea potencialmente exitoso.
David Bermúdez, psicólogo de la Universidad Nacional, resalta que la falta de acceso a los servicios de psicología o psiquiatría, por la emergencia sanitaria, ha sido evidente; también, asegura que todavía las entidades prestadoras de salud no le dan la suficiente relevancia a la salud mental. De acuerdo con la Organización Panamericana de la Salud, “el gasto en servicios de salud mental en todo el mundo representa un 2.8% del gasto total destinado a la salud en general. En países de bajos ingresos el presupuesto asignado a salud mental representa el 0,5% del presupuesto general de salud, mientras que en los países de altos ingresos este porcentaje asciende a 5.1%. Es decir que, en los países de ingresos bajos, el gasto en salud mental es de menos de 1 dólar per cápita, frente a los 80 dólares per cápita en países de ingresos altos”.
Un par de semanas después, Daniela tuvo su primera consulta con un psicólogo, allegado de su madre, que le ayudó a calmar los síntomas generados por la ansiedad. Al inicio, Daniela estuvo reacia a la terapia desde la virtualidad, pero su efectividad demostró que a través de este medio podía aprender a sobrellevar la carga emocional que tenía por problemas familiares y sentimentales, la sensación persistente de soledad, las reflexiones obsesivas y la nostalgia de un pasado en que los cuatro muros de su cuarto no parecían una cárcel.
Es recurrente por estos días que los expertos recomiendan hacer actividades físicas o ejercicios de relajación para solventar la crisis, puesto que estas actividades les ayudan a las personas a adecuarse mejor a las exigencias del presente y a superar los síntomas o manifestaciones asociadas con este problema.
Daniela reconoce que el apoyo de su madre fue fundamental para enfrentarse a la ansiedad. Foto: archivo personal.
Para Mónica, es indispensable que durante la consulta virtual se puedan identificar, con ayuda del paciente, las razones de estas problemáticas en su cotidianidad. Esto le permite al profesional, y a la persona que solicitó el servicio, integrar una terapia breve, donde las acciones personales y el autocuidado son claves para crear estados de bienestar. En estas intervenciones se suelen sugerir actividades físicas y de relajación, que dependen de la voluntad de la persona para cumplir las sugerencias de los expertos. Hay casos específicos donde el paciente necesita apoyo de psiquiatría y medicación, por lo que este primer encuentro es clave para realizar el diagnóstico y la ruta de acción. El problema es que estos cuadros clínicos, por lo general, se quedan en la atención primaria.
En los últimos años los fármacos han ganado protagonismo como alternativa de tratamiento para diversas afecciones mentales. En 2015, la encuesta nacional de salud mental concluyó que el 26,5% del total de la población adulta en Colombia consumían psicofármacos.
Los expertos en salud mental afirman que los abusos de estas prescripciones no solucionan el problema de fondo, por lo que el tratamiento ideal debe estar compuesto por psicofármacos y psicoterapia; pero, ante la imposibilidad de recibir atención por periodos prolongados, el consumo de los medicamentos ha aumentado en todo el mundo. En España, por ejemplo, el Consejo General de Farmacéuticos afirmó que en el 2020 se incrementó en un 4,8% el uso de medicamentos para contrarrestar la ansiedad, la depresión o el trastorno del sueño.
Recientemente se han hecho populares en medios de comunicación y redes sociales, alternativas de tratamiento como la psicología positivista. David Bermúdez, psicólogo, afirma que este es un enfoque que busca tratar todas las variables humanas para llegar a la felicidad y promueve la valentía estoica de los optimistas para afrontar los problemas. Aunque esta rama tiene muchos adeptos, Bermúdez es enfático en que, en los últimos años, se ha malinterpretado esta vertiente debido a la errónea aplicación de terapias positivistas que realizan personas que dicen ser profesionales en coaching.
Daniela no acudió a estos servicios porque, después de largos periodos de insistencia, tuvo la posibilidad de conseguir citas con psiquiatría a través de su EPS. Este último año ha avanzado mucho en su bienestar mental y ha aprendido a afrontar los problemas, a aceptar la situación actual del mundo y a lidiar con la soledad. También, los procesos de introspección logrados con los psicólogos le han ayudado a alejarse del desasosiego que la aqueja constantemente.
Sin embargo, el panorama todavía no es alentador para muchas personas que, como ella, necesitan atención psicosocial urgente por la pandemia. En Colombia este tipo de acompañamiento profesional parece depender de una cuestión de privilegio, porque quien puede costear su tratamiento tiene garantizada la atención, pero quienes no, deben vivir todos los días con el peso de una afección mental.
Alejandra, quien prefirió no dar su nombre completo, es una mujer muy agradecida; sin embargo, los meses de encierro la afectaron. Foto: archivo personal.
Una aurora que mitigue la crisis
“Uno cree saberlo todo. Cree que tiene la mejor relación con la madre o la hermana, cuando no es así”, menciona Alejandra, una residente de la capital, que ha visto en el encierro y la convivencia un problema mayor durante la pandemia. Su caso es el de muchos pacientes en la actualidad, que enferman, al parecer, por causas relativas a la pandemia. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha sido persistente al advertir el riesgo inminente de un aumento de los suicidios y de los trastornos psicológicos debido a la emergencia global.
Alejandra padeció una crisis mental auténtica, porque a los problemas de relacionamiento con sus familiares se sumó la crisis económica y el desempleo. Graduada en Administración de Empresas y técnica en Hotelería y Turismo, llevaba desde el 2019 sin un trabajo estable. A razón de esto, su familia mostraba descontento y la presión en el hogar tenía a los miembros de la casa al borde de la ruptura. Los insultos constantes, las discusiones al rojo vivo y la falta de diálogo en el hogar la hacían sentir vulnerable ante las figuras amenazantes de su madre y su hermana, con quienes no podía estar en paz. En consecuencia, Alejandra tuvo una profunda depresión.
Esta es una afectación emocional en la que es posible experimentar síntomas similares a la ansiedad, pero con mayor profundidad. Se caracteriza por la pérdida de motivación para realizar actividades cotidianas, que pueden ir de la anhedonia (no poder sentir placer) a la distimia (falta de deseo). Ante esta situación, Alejandra solo recibió reproches de sus seres cercanos por no ser capaz de enfrentarse a las circunstancias de la vida con una posición más optimista, por eso, su ecosistema familiar solo le producía rechazo.
Pero, esta no fue la única manera en que la pandemia afectó a los ciudadanos. A Andrea Cubides la crisis no le dio tregua. Su tragedia fue más sutil, aunque no menos penosa: la soledad. Es una mujer joven que se encarga del cuidado de su hijo menor de 8 años y de su abuela de 93. Debido a la presión de ser madre, cuidadora y trabajadora de dos empleos por teletrabajo, sin el apoyo de nadie, desarrolló lo que expertos denominan un trastorno de pánico y ansiedad paroxístico, una afectación mental que produce ansiedad aguda y miedo intenso, acompañados de síntomas físicos, según explica la psicóloga Natalia Ubaque.
Andrea Cubides junto a su hijo, actualmente de 8 años de edad, y su abuela de 93, quien superó la enfermedad del covid-19. Foto: archivo personal.
“El estrés mío se debió principalmente al desorden en los horarios, es decir, yo no tenía horarios fijos en ninguno de los dos trabajos, por lo que llegaban semanas de tanto trabajo que hasta incluso debía precisar de mis días de descanso con tal de cumplir con los requerimientos. Sumado a eso, con el divorcio reciente con mi pareja y la soledad que conlleva, ahora debía de encargarme de mi abuelita y mi hijo, ambos población en riesgo”, recuerda ella. Durante esta dura experiencia, vivió de cerca el contagio y el temor de quedarse todavía más sola si algunos de sus familiares faltaban: “Cuando mi abuelita (de 93 años) salió positiva para covid, yo temblé. No sabía qué pensar, hacía de cuenta que mi abuela no tenía opción”, dice con la voz entrecortada.
Ambas mujeres estuvieron sumergidas en crisis imposibles de tratar por su cuenta y ninguna supo desde el principio cómo debía actuar. Esto, porque “las personas no reconocen una situación de enfermedad mental”, menciona Jaime Arregoces, psicólogo clínico. Desde su experiencia, lo que ha podido ver es que incluso los mismos pacientes ignoran su situación, porque no hay educación sobre este tipo de afectaciones en la población en general.
Tras meses de lucha interna, las dos mujeres acudieron por su cuenta a solicitar apoyo psicológico, pero su EPS no les facilitó una atención oportuna y tuvieron que esperar a que hubiera un hueco en la agenda médica o acudir a servicios particulares. Aun así, las terapias realizadas con mucho esfuerzo y con las limitaciones de la virtualidad surtieron efectos positivos en ambas mujeres; no obstante, su lucha contra las limitaciones del sistema de salud es un claro ejemplo de que el panorama de la salud mental en Colombia no se encuentra en su mejor momento. Según el presidente del Colegio Colombiano de Psicólogos, Bernardo Useche Aldana, con la pandemia aumentaron los problemas mentales, así como los suicidios. A su vez, la encuesta Pulso Nacional, realizada por el DANE, consultó a 20.452 personas, de las cuales, al menos el 60%, manifestó haber tenido síntomas relacionados con la depresión o la ansiedad a causa de la cuarentena.
La salud mental en Colombia
“Colombia es un país que le ha prestado muy poco interés a la salud mental”, dice Jaime Arregoces. Este problema es de muy antigua data. En el país, la salud mental enfrenta varios obstáculos, no solo por la falta de recursos hospitalarios, centros de atención y personal competente para el manejo psicológico y psiquiátrico, también por la escasa financiación de estos servicios a nivel nacional.
La OMS recomienda tener 10 psiquiatras por cada 100.000 habitantes, pero en Colombia existen actualmente cerca de 1.200 psiquiatras, es decir aproximadamente 2.5 psiquiatras por cada 100.000 habitantes. Estos centros psiquiátricos en Colombia carecen de estructura y personal para prestar un servicio digno para los pacientes especiales. Una cantidad importante de estos centros del país tienen una situación económica grave por las deudas con las empresas de salud, a quienes prestan servicios.
El Colegio Colombiano de Psicología, desde el 2006, ha expedido 110.000 tarjetas profesionales. Pero, las EPS no han presentado un plan de atención efectivo para la salud mental, que le ofrezca a los profesionales un salario digno. Hay psicólogos a quienes estas entidades les pagan $8.500 por consulta, en comparación con otros profesionales de la salud que reciben salarios muy buenos, como los psicólogos clínicos de algunas entidades reconocidas, que tienen una tarifa de $400.000 por consulta.
A nivel legislativo, aunque se tienen las herramientas legales, su aplicación es cuestionable. En el año 2013: “La resolución 5521 de 2013, que derogó los acuerdos 029/11, 031 y 034 de 2012, que actualiza los medicamentos y procedimientos del plan obligatorio de salud con el objetivo de brindar tratamientos más integrales a esta población (…)” no dio los resultados esperados y generó, en su lugar, un cúmulo de quejas y tutelas en los despachos de las distintas cortes.
De forma paralela, el Plan Decenal de Salud Pública 2012-2021, que incluye la convivencia social y la salud mental como prioridades, fue considerado como algo positivo por profesionales, académicos e instituciones, quienes esperaban un cambio sustancial para la salud mental del país. Sin embargo, el acceso al servicio continuó limitado y no por ausencia de leyes y planes, sino por variables actitudinales, sociales y estructurales propias del sistema de salud, que no dieron los frutos esperados, de acuerdo con lo mencionado por el Ministerio de Salud y Protección Social, en la resolución 5521 de 2013.
Por eso, urge una revisión responsable por parte de las entidades prestadoras de salud y el Gobierno Nacional, para evitar que la falta de atención a personas con afecciones mentales siga incrementando problemáticas de salud pública como el suicidio y la violencia doméstica en esta coyuntura. Igualmente, es indispensable generar conciencia sobre los problemas de salud mental más frecuentes, para crear sociedades capaces de enfrentar el declive emocional de manera individual o con sus seres queridos.