Conozca la historia de Eduardo Muñoz, un hombre que a pesar de sus múltiples logros y nominaciones a premios nacionales e internacionales, tiene todavía una meta pendiente: transformar positivamente la vida de los campesinos y los bosques nativos de su natal Machetá, Cundinamarca.
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“Yo sé qué tan lejos estoy de mi casa, si sé qué tan lejos estoy de Machetá”, dice Eduardo Muñoz, un hombre de 33 años, barbado, pueblerino orgulloso, padre de Juana, cofundador de “El Escarabajo Verde” y realizador audiovisual, que recorrió más de la mitad del país en busca de documentar la gran pasión que ha tenido desde niño: contar historias.
El 14 de marzo de 2015, en Cartagena de Indias, llegó de camisa azul estampada, pantalón beige y zapatos negros, junto a su compañero de trabajo y gran amigo Alejandro Vargas. Ambos habían viajado para, quizás, recibir un premio que años atrás se habían prometido. En ese momento La Heroica se vestía de gala para conocer los ganadores de los premios India Catalina de ese año, que resaltan y premian el esfuerzo, la calidad y el talento de las producciones de la televisión colombiana, sin embargo, aquí no empieza ni termina su historia.
La semilla
Era mayo de 1986, y en Colombia los grandes sucesos de la historia reciente ya habían pasado. La nación se estaba recuperando de hechos como la toma y retoma del Palacio de Justicia, por parte del M-19 y el Ejército; la tragedia de Armero, en el Tolima, que ocurrió seis meses atrás; la masacre en Tacueyó, en el municipio de Toribío en el departamento del Cauca, que culminó en enero de ese año; los premios India Catalina en su 3a edición en marzo; y Virgilio Vargas, del Partido Liberal, estaba a 19 días de ganar las elecciones presidenciales, cuando el 6 de mayo, en Machetá, Cundinamarca, nació Eduardo.
Según su historia, este municipio se fundó después de la llegada del oidor Miguel de Ibarra, a la provincia, en 1593, y la fundación de Tibirita y Manta el 7 u 8 de junio del mismo año, dando paso a lo que hace 427 años se llamaba Toaquirá, que guarda curiosas anécdotas, riquezas culturales, arquitectónicas, patrimoniales y turísticas; pues en este sitio se empezó a escribir la historia de lo que hoy se conoce como Machetá, que en lengua chibcha significa “Vuestra Honrosa Labranza”, según Acosta Ortegón, o también denominada “Puerta de Oro del Valle de Tenza”. En esta comarca se inicia el conocido Valle de Tenza que está conformado por Machetá, Tibirita y Manta, en Cundinamarca, y varios municipios de Boyacá como Guateque, Pachavita, Macanal, Somondoco, Santa María, Tenza, Sutatenza, Chivor y otros. Es el pueblo que refugió al cuartel general de la guerrilla de los Almeidas en 1816, y es el pueblo que desde 1986 vio crecer a Eduardo Muñoz.
Él empezó a crecer y criarse en el seno de una familia humilde, formado y protegido por doña Leonor, su abuela materna, y doña Estela, su mamá, en la casa ubicada en el barrio Pablo VI, que es el punto de anclaje de la memoria familiar materna, pues allí vivieron varias generaciones de la familia Gómez. Todos vivían en un hotel que albergó a varios personajes importantes del pueblo, que tuvo oficinas, fue colegio y finalmente se convirtió en una parte importante en la vida de Eduardo. “Crecí ahí, mi abuela materna, que es muy importante para mí, está allí, su espíritu; mis recuerdos de infancia están ligadas a esa casa todo el tiempo”, afirma Eduardo. Jairo Castro, que es su amigo desde tercer grado de primaria, también la recuerda, porque jugaban por las tardes al trompo con Eduardo en su patio; que hoy en día está marcado en sus paredes blancas de adobe, con dibujos, manos, pinturas y colores, pues es el lienzo de Juana, su hija.
A Eduardo Muñoz le gustan mucho los procesos de trabajo en el campo. Acá está en compañía de unos campesinos. Foto: archivo personal.
En su paso por la escuela Antonio Nariño, donde cursó su primaria, empezó a dar “sus primeros pinitos”, según su mamá, haciendo oratoria, cantando, bailando, preparando sus poemas e interviniendo en cosas muy puntuales de lo que pasaba en su entorno. Aún siendo un niño, como lo recuerda Jairo Peña, que era director de núcleo en esos tiempos, Eduardo tenía un potencial muy fuerte en la oralidad para manejar público. Igualmente, doña Estela recuerda cuando Eduardo bailaba sanjuanero en compañía de uno de sus compañeras de curso, que era el acto cultural más esperado por todos, “en mi tierra todo es gloria cuando se canta el joropo, cuando se canta el joropo; si es que se va a bailar el mundo parece poco, y vamos cantando y vamos bailando y vamos tocando caramba, que me vuelvo loco”.
Ya en el colegio Juan José Neira, su afinidad con el medio audiovisual se fue agudizando cada vez más, puesto que empezó a explorar lenguajes de expresión escénica y artística en cabeza del profesor de artes, Antonio Castañeda, que propuso a los muchachos desarrollar puestas en escena, teatro, exposiciones y salidas al público. Allí tuvieron a Eduardo muy presente participando de todo ello, pues según Antonio, desde niño posee la sensibilidad artística necesaria para comunicar en un lenguaje muy profesional; por eso, él destaca de Eduardo la manera como percibe y transforma lo que ve y lo define como un buen pintor.
Fue un alumno que se destacó con sus excelentes trabajos y calificaciones, esfuerzo que se vio reflejado más tarde con los resultados de la prueba Saber 11, dado que fue ganador de una beca otorgada por el colegio para estudiar en la Universidad de Cundinamarca, puesto que obtuvo el mejor puntaje del ICFES. Sin embargo, tuvo que renunciar a esta, pues realmente lo que quería estudiar era Dirección y Producción de Cine y Televisión, carrera que no estaba en la UDEC y que siempre soñó estudiar.
La siembra
Culminada su formación como realizador audiovisual y en busca de trabajo, se adentró oficialmente al mundo audiovisual. ¿Tenía claros sus planes? Sí, pues su idea era pertenecer a la televisión privada para tener un trabajo fijo, por eso, estuvo un tiempo pasando hojas de vida a canales como Caracol, RCN y a empresas de producción como Teleset. El día clave para su carrera profesional llegó un día que recibió dos llamadas que definieron su futuro; la primera de Néstor Oliveros, su profesor en la universidad, ofreciéndole trabajar con ellos en la licitación que había ganado para grabar los primeros capítulos de “Los Puros Criollos”, programa televisivo del cual Eduardo había hecho parte del piloto; y la segunda, para trabajar como asistente de producción en una novela llamada “Hasta que la plata nos separe”, del canal RCN. En cualquiera de las dos propuestas se tenía que presentar al día siguiente a las ocho de la mañana.
Aunque había planeado entrar a trabajar en la televisión privada, “para ese momento de mi vida no sabía ni qué hijueputas hacer con ella, porque eran dos caminos totalmente distintos, por un lado, un trabajo estable en la televisión privada, y por el otro, un trabajo que duraría solo meses en la televisión pública”, dijo Eduardo. Decidió presentarse en la Plaza de Bolívar al día siguiente, a las ocho de la mañana, para empezar su primer trabajo como sonidista en “Los Puros Criollos”. “No tengo una razón sensata por no haberme ido por el trabajo estable, me fui por el otro solamente porque ajá, si me hubiera ido para el trabajo de RCN, tendría una carrera en la televisión privada distinta, aunque me queda la duda, no me arrepiento”, agregó.
Es el primer machetuno en llevar el nombre del municipio a los Premios India Catalina en la ciudad de Cartagena. Foto: archivo personal.
Allí conoció y se reencontró con varios amigos del “parche”, los cuales crecieron bajo la buena sombra de Néstor, como lo denominó Alejandro Vargas, uno de los integrantes, y a quien, junto con Eduardo, se les fueron presentando paulatinamente varias historias para contar. Se ganaron tiempo después la convocatoria de Discovery Channel para realizar el documental Rescate Andino que, desde su punto de vista, los dos amigos eran “dos gatos cualesquiera, en una competencia de leones”, ya que, estaban compitiendo contra grandes del mundo audiovisual como Laberinto Producciones, y recién, en ese año 2013, habían logrado comprar su primer cámara a un señor de Medellín, quien les pidió 8.450.000 pesos por ella, dinero que entre los dos lograron conseguir en una noche.
La cosecha
Llegó el 2014 y con él grandes oportunidades, pues el gusto por el vallenato y el deseo por contar historias, hicieron que estos dos “gatos” se unieran para subirse en una gran aventura, tras ganar la convocatoria que anualmente hace Señal Colombia para realizar un documental que le rinde homenaje a una figura pública del país. Aunque Colombia para ese año tenía varios temas de coyuntura nacional como los 15 años del asesinato de Jaime Garzón, los 25 años del homicidio de Carlos Pizarro y la muerte del maestro Jairo Varela; el modo en que presentaron la idea pesó más e hicieron que la balanza se inclinara para homenajear a Leandro Díaz, compositor y uno de los grandes símbolos del vallenato que había muerto un año atrás.
Esta historia tuvo un proceso largo y de mucha dedicación, cuenta la esposa de Eduardo, ya que fue testigo de días y noches enteras, donde se dedicaron a planear y escribir. Duraron aproximadamente siete meses entre Lagunita de la Sierra, donde nació el maestro y Codazzi, San Diego, Hatonuevo, Valledupar y Tocaimo, entrevistando, documentando y reconstruyendo los episodios buenos, tristes y sorprendentes de la vida de “Leandro Díaz, el último juglar”, nombre que, posteriormente, le otorgaron al documental. Allí pasaron varios meses escuchando las grandes melodías del maestro por cuenta de personas como Wilber Mendoza, hijo de “Colacho”, quien fue uno de los mejores acordeoneros de todos los tiempos en la música vallenata. Tuvieron que hacer un esfuerzo enorme para no dejarse contagiar de la emoción que generan este tipo de cosas y poder seguir trabajando, como lo dijo Alejandro.
Meses después, el 18 de febrero de 2015, Eduardo recibió la gran noticia de estar nominado a los premios India Catalina, gracias a este documental; de esta manera, cumplió la promesa que dos años atrás había hecho, de estar algún día en alguna edición de estos premios. El 17 de marzo de ese año se vistió con camisa azul estampada, pantalón beige y zapatos negros, y junto con su amigo, intrigados, guardando la mínima esperanza de ganar este galardón, se dispusieron a entrar en las instalaciones donde se celebraban los India Catalina.
“Y los ganadores son...”, dijo el presentador Agmeth Escaf en medio de un auditorio lleno y en silencio. Rodeados de un jetset que les parecía lejano y esperando que pasaran los segundos más eternos del momento, cada uno se tomó un trago de whisky; sonaron acordes de la música del documental y seguido de ello, el presentador pronunció: “Leandro Díaz, el último juglar”, de inmediato corrieron hacia las escaleras, y juntos recibieron la estatuilla. Al pisar la tarima no hicieron más que agradecer a infinidad de personas, y Eduardo no desaprovechó el momento para demostrar el amor que tiene por su pueblo y la felicidad que siente de ser machetuno.
La miniserie “Que el mundo lo sepa”, donde Eduardo fue realizador, ganó un galardón en los Premios TAL, un reconocimiento que destaca la producción de contenidos en la televisión pública de América Latina. Foto: archivo personal.
Eduardo vive orgulloso de sus raíces y cada cosa que ha producido tienen ese tinte pueblerino, provinciano, “de lo que considero algo auténtico de la Colombia que yo conozco o que más quiero”, dice Eduardo. Para él, la ciudad es un mundo que disfruta, pero al cual no pertenece del todo, y Alejandro siempre ha sido cercano a ese sentimiento, pues él dice que “la gente de provincia, la gente de campo, la gente del pueblo, termina siendo lo más valioso de este país porque es gente de corazón abierto y bondadosa”.
De ahí en adelante, Eduardo siguió perteneciendo a varias producciones como los Puros Criollos, Sanpacheros, De Donde Vengo Yo, entre otros, que gozan de reconocimiento y que lo han llevado, durante siete años consecutivos, por varias nominaciones. Producciones como “El vuelo del cuerpo”, que fue ganador al mejor documental en el Festival Internacional de Cine-Danza que se celebra anualmente en la capital del estado de Utah, en Estados Unidos y también seleccionado como mejor documental y segunda mejor cinematografía en el Kadoma International Film Festival 2019, en Osaka Japón, es para Eduardo: “la vitrina internacional más lejana de una peli en la que haya trabajado”.
Gracias a su carrera profesional tuvo la oportunidad de viajar, aprendió de diferentes culturas y conoció muy bien cada una de las regiones, aspecto que hizo, según él, que se diera cuenta que Machetá es un lugar único, particular y especial; por esa razón, se ve en su vejez sentado en la popular silla de los pensionados, que es un banco hecho de ladrillos de, aproximadamente, dos metros de largo, y uno y medio de alto, pegado a la fachada principal de una casa esquinera, hecha de adobe. Esa casa, fue base militar en la época de la guerrilla y el paramilitarismo, pero hoy en día es un salón de ensayo de la banda sinfónica y la oficina de la Unidad Municipal de Asistencia Técnica Agropecuaria (UMATA), ubicada diagonalmente a la iglesia del pueblo.
Eduardo nunca se vio viviendo en otro lugar que no fuera su pueblo, y aunque se le presentaron oportunidades de hacerlo, siempre decidió volver a su municipio, por eso siempre tuvo presente la idea de hacer algo en Machetá. Se había propuesto crear una fundación que le diera formación artística y técnica a los campesinos, un tema de cultura rural, para que ellos empezaran a entender por qué son importantes para la sociedad y no un rezago, como muchos lo consideran; con su proyecto quería mostrarles la sabiduría con la que cuentan, teniendo como referente que cualquier cosa que hiciera siempre fuera en pro de cuidar el medio ambiente.
El fruto
Es así como en 2019, junto con Jorge Monje y Esteban Segura, unieron ideas para fundar la organización El Escarabajo Verde, buscando su propia conexión, la del habitante de la montaña y la de la gente que se va sumando al viaje del escarabajo verde, para repoblar el bosque andino antes del 2050, y así ayudar a revertir el calentamiento global.
Jorge sostiene que el desierto verde es una vista linda, pero es el resultado de la destrucción del bosque. Según dice, a Cundinamarca le quedan 316.000 hectáreas de bosques, de las 2.3 millones que había. Foto: María Fernanda Ramírez.
El Escarabajo tuvo un gran comienzo, ya que pasaron la etapa de diseño, donde realizaron un buen trabajo de marca, pues detrás de la organización, la historia que ellos cuentan es: “Un cocinero, un documentalista y un coach empresarial se unieron para recorrer la provincia de los Almeidas en un escarabajo del año 56, buscando reconectar y reforestar el bosque andino”. Esta carta de presentación les ha funcionado, pues la gente de la región ya empezó a referenciar esta organización, la cual, del mismo modo, se hizo visible para varias entidades importantes como la Corporación Autónoma Regional y de Desarrollo Sostenible (CAR), siendo partícipes de las mesas de trabajo del Plan de Acción Cuatrienal y de la estrategia de mercados verdes de esta; la Secretaría del Medio Ambiente de Cundinamarca y la Fundación Terra, que desarrolla programas y proyectos enfocados en brindar oportunidades para el mejoramiento de la calidad de vida de sus colaboradores y comunidades.
Este proyecto cumple un 80% social y un 20% ambiental, porque “si las comunidades que viven en el bosque se hacen amigas del bosque y ven en el bosque un aliado, para tener dignidad, entonces florecen las comunidades, florece el bosque”, dijo Monje. Esto, debido a que la amenaza de la naturaleza es un inconveniente para la desaparición de la pobreza y el hambre, la pérdida de biodiversidad y la capacidad de los agricultores y las comunidades locales para adaptarse a los efectos del cambio climático, según el libro Bosques andinos, estado actual y retos para su conservación.
La esperanza
Las estadísticas nacionales afirman que los bosques andinos son deforestados en grandes cantidades y su amenaza no tiene suficiente atención. Por eso, y porque muchos de los que pertenecen a la organización de Eduardo son habitantes de Machetá, en conjunto buscan aportar y ayudar en algo a la comunidad machetuna, arrojando resultados que se puedan mostrar y replicar al resto del país, dice Monje.
Con esto, esperan trabajar duro en los próximos años “para que esto se salve”, afirma Eduardo; su intención es que se haga una reducción de residuos en un 100%, para que la huella de carbono llegue a cero y la economía circular y local hagan que la gente siga viviendo en el campo. De esta manera, espera que los se coordinen a través de asociaciones sólidas, produzcan limpiamente y entren en competencia con grandes industrias extranjeras. El El Escarabajo Verde busca que los machetunos sean proveedores directos de grandes cadenas de restaurantes que usan comida orgánica, por eso es que la gente del pueblo no siente al Escarabajo como algo lejano, ya que la organización nace ahí, en Machetá, procurando que los habitantes de la montaña tengan dignidad para vivir, aportándole positivamente al medio ambiente.
Así es Eduardo, un ser humano preocupado por las personas, que sin la gente machetuna o sin sentarse a tomar una cerveza con el que le ayuda a sacar la cebolla o la papa, no se siente él mismo. Es por eso que hoy en día trabaja para convertir al municipio en un lugar tranquilo para todos los que lo habitan y para que la generación de su hija tenga esperanza, pues aseguró Eduardo, “que es un hecho que Juana crecerá en Machetá, teniendo la experiencia de crecer en el campo, de ver y disfrutar con su familia y sus amigos sin tener que subirse a un bus. Si al final de la vida Juana me odia por esto, quiero que le digan que fue con toda la buena intensión”, concluye.