El próximo 26 de septiembre de 2021 se cumplen cinco años desde la firma del Acuerdo Final para la Paz. Recientemente, la ministra de Relaciones Exteriores, Claudia Blum, dijo ante la ONU que “debe considerarse la existencia de disidencias de Farc como un incumplimiento de la antigua guerrilla"; pero desconoció, ante dicho organismo, los logros que ha alcanzado la comunidad fariana en los antiguos Espacios Territoriales de Capacitación y Reincorporación (ETCR).
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Los ETCR o “zonas de despeje”, nacieron el 15 de agosto del 2017, luego de la terminación de las Zonas Veredales Transitorias de Normalización (ZVTN). Estos espacios son administrados por la Agencia para la Normalización y la Reincorporación ARN, y existen alrededor de 24 espacios como estos en todo el territorio nacional.
Tras cinco años de la firma del Acuerdo Final para la Paz, la labor dentro de estos espacios de reincorporación ha sido la de incorporar a los excombatientes, de manera progresiva, a la vida civil, con el desarrollo de proyectos productivos dentro y cerca de dichos territorios. La mayoría de ellos están ubicados en zonas estratégicas, donde las labores productivas se encuentran en gran parte relacionadas o encaminadas a los proyectos de producción agrícola, ganadera, artesanal y, en algunos casos, semindustrial.
Uno de los ETCR que, hasta marzo de 2021, ocupa la mención de “más productivo”, es el ETCR Antonio Nariño, ubicado en el municipio de Icononzo, Tolima, más exactamente en la vereda “La Fila”, en inmediaciones del Páramo de Sumapaz. El clima está influido por una gran variedad de pisos térmicos, cuyas temperaturas permiten el cultivo de varias semillas y la crianza de distintas especies de granja. Las características del territorio determinaron, sin duda, en una pequeña medida el éxito de la productividad de este espacio territorial, pues los habitantes del Antonio Nariño tienen el compromiso y la convicción de cumplir con el acuerdo que les dio la posibilidad de hacer una tregua después de cincuenta años de guerra, los cuales se llevaron consigo sueños, oportunidades y sobre todo vidas. En nombre de las víctimas, de las semillas de paz y de las ideas, a través de las cuales ya no se empuñan las armas, esta investigación es una oportunidad de conocer una historia diferente a la de la guerra, la historia de los más de 300 excombatientes en Icononzo que le apuestan a la Paz.
Panoramica del ETCR Antonio Nariño, en Icononzo, Tolima. Foto de María Fernanda Ramírez y Karen Forero.
De camino a La Fila
“El balcón del oriente del Tolima”, es así como se conoce popularmente a Icononzo, un municipio ubicado sobre la subregión del páramo de Sumapaz en el departamento del Tolima. Geográficamente es considerado un punto estratégico, debido a que limita con el departamento de Cundinamarca; a su vez, es un lugar idóneo para el cultivo de semillas de gran variedad, pues el municipio posee una amplia variedad de temperaturas, que permiten el cultivo de diversos productos agrícolas. Algunos de los más destacados son el café y el banano, que generan ingresos de forma semanal; también es posible cultivar frutos como naranja, mandarina, guayaba y aguacate, pero, a diferencia del café y el banano, dependen mucho de la climatología temporal del año.
“Tenemos casi todos los climas”, afirma Jorge Fernando Huertas, un ingeniero de sistemas que abandonó la ciudad y se mudó a Icononzo con el fin de dedicarse al cultivo de café y aguacate en una finca cercana al pueblo. Mientras conduce su camioneta Ford Ranger color blanco, modelo 2014, manchada por el café de los frescos barros de las rutas rurales de Icononzo, narra cómo la vida de la ciudad de concreto lo aburrió y decidió mudarse hace seis años al “pueblito” de hombres y mujeres de ruana y sombrero, que se dedican al cultivo en las grandes fincas y en las pequeñas huertas. “Es un lugar muy tranquilo ahora, porque antes era considerado zona roja por el conflicto, por eso acá no hay bancos grandes, pero eso cambió desde que llegaron los excombatientes”, afirma mientras toma una de las rutas que conduce a la vereda “La Fila”, que está a 2 horas y 46 minutos, aproximadamente de Bogotá, y cuenta con 22 hectáreas, donde los farianos han realizado el tránsito a la vida civil con todo lo que implica en términos territoriales, sociales y económicos.
El cambio del asfalto de la carretera a la trocha, que conduce a la vereda, está marcado por el movimiento brusco que genera la camioneta de Jorge. Él, astuto y acostumbrado, esquiva el barro como puede y maniobra los puntos más intransitables de la vía, mientras relata cómo eran antes de la llegada de los excombatientes: “Esto era camino real, solo se podía subir caminando, pero cuando se puso en marcha el proceso y empezaron a llegar de todas partes del país los excombatientes, ahí sí mandaron la maquinaria para el camino”, dice Jorge, mientras cambia la marcha de su vehículo y reduce la velocidad a primera, pues es el único cambio con el que la camioneta logra avanzar en las empinadas y enlodadas vías de Icononzo.
Vías de acceso al antiguo Espacio Territorial. La comunidad asegura que antes era más difícil transitar este territorio, pero, tras la llegada de los excombatientes, se han abierto caminos para conectar a las comunidades. Foto de María Fernanda Ramírez y Karen Forero.
Los frutales y el ganado hacen parte del paisaje; de izquierda a derecha, el amarillo de los racimos de banano contrasta con el verde de las hojas y el tallo de los árboles. Mientras se avanza de camino a “La fila”, las zonas empinadas hacen que la sensación térmica disminuya y el frío se apodere del aire, el color de la vista se oscurece y la tierra hace tránsito al clima de páramo. Allí el café de la tierra resalta con el verde de la cebolla, que nace de forma progresiva, y los cultivos de maíz, mora, fríjol y arveja, logran avistarse desde la carretera. “Ellos escogieron el lugar, por eso queda tan lejos del pueblo, porque yo creo que querían estar seguros, por si el gobierno no les cumplía”, cuenta Jorge, después de 45 minutos de tránsito por la vía rural.
Desde la llegada de los excombatientes al territorio, según Jorge y varios pobladores de Icononzo, la economía local y el turismo crecieron, pues se empezó a cultivar más y empezaron a llegar personalidades de diferentes áreas y lugares del mundo, desde periodistas hasta antropólogos, sociólogos y humanistas, que buscan documentar la implementación del acuerdo, que culminó más de cincuenta años de guerra. Después de tomar tres curvas más y subir la velocidad a segunda, la camioneta que brinda parte del sustento de Jorge y su familia, ha llegado a su destino, el Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR) Antonio Nariño.
Excombatientes trabajando en un cultivo de fríjol, una de sus muchas iniciativas productivas, que fortalecen la economía y brindan empleo a las comuniades. Foto de María Fernanda Ramírez y Karen Forero.
División Sectorial del ETCR Antonio Nariño
El sedentarismo fue un estilo de vida que los excombatientes de las Farc no podían darse, pues la vida en la selva no lo permitía, los campamentos de hule y madera eran la cotidianidad de quienes pertenecían a bloques, columnas y frentes. Ninguno se salvaba, pues la equidad en el trato, tanto a hombres como mujeres, era la misma, así que los traslados y las tareas eran repartidos de forma equitativa. “Si había una bamba para una, había una bamba para todas”, afirma alias Vanessa, memorando el compañerismo que vivió durante los años de guerra y que en la actualidad echa de menos, pues la división por hogares o núcleos familiares dentro del ETCR dificulta que los recursos sean los mismos para todos.
Tras la movilización de los excombatientes a los espacios territoriales y gracias a su permanencia en ellos, motivados por las oportunidades de trabajo y el desarrollo de proyectos productivos, algunos de los familiares de los firmantes se movilizaron a los ETCR, se integraron en la comunidad y participaron en el desarrollo de las distintas iniciativas que surgieron, lo que permitió que los exguerrilleros tuvieran la posibilidad de realizar lo impensable en tiempos de guerra: crear una familia. Esta era una ilusión que distaba del accionar diario cuando portaban las armas, pues “uno en la guerra no podía darse el lujo de tener un bebé”, afirma Yaneth. Hoy, después de cinco años del acuerdo que les dio la posibilidad de materializar estas ilusiones, llaman a los niños nacidos luego de la firma del acuerdo como “las semillas de la paz”, pues son la representación de lo que alguna vez se percibió como una utopía, y en ellos están motivados algunos de los proyectos del ETCR.
Uno de los cuatro barrios del ETCR. Foto de María Fernanda Ramírez y Karen Forero.
En la organización política y comunitaria, el ETCR se divide en cuatro sectores o barrios, denominados así: el primero es "Brisas de Paz", un nombre que hace justicia a los vientos fríos que saludan a los habitantes de este territorio; el segundo es "Carbonell", nombrado así en honor al prócer de la independencia José María Carbonell; el tercero es "27 de mayo", bautizado en conmemoración del nacimiento de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia Farc, en Marquetalia, Tolima, en 1964; y el cuarto es el barrio "22 de septiembre", en memoria de la muerte de Víctor Julio Suárez Rojas, mejor conocido como el Mono Jojoy, en el 2010.
Cada uno de estos espacios se rige bajo la figura de comuna, es decir, en cada uno de los 4 barrios se toman las decisiones bajo la lógica de espacios comunitarios. Allí se abordan todas las problemáticas relacionadas con lo cotidiano, por ejemplo, el manejo de los servicios básicos: agua, luz eléctrica, alcantarillado y pavimentación. También, se dialogan las solicitudes generales al espacio, donde tiene ya su consejo de manejo general.
Actualmente, hay tres cooperativas dentro del ETCR, una fundación y dos asociaciones. Estas tres cooperativas pertenecen a Ecomun, que es una cooperativa nacional establecida, que se encarga de recibir y administrar los recursos de reorganización individual y colectiva, propuestos por las Farc en el Acuerdo de La Habana, basado en el modelo de gestión. Es democrático y cualquiera puede ingresar a los órganos administrativos y de vigilancia.
Las cooperativas son Tejepaz, Emprempaz y Coopagroc; las fundaciones se denominan: Semillas de reconciliación y Fundación arte y cultura; y las asociaciones son Asoroja y Asomufan. Producto de los proyectos y situaciones ya mencionadas, el ETCR Antonio Nariño ha ampliado su territorio y su número de habitantes. Esta es una de las razones por las que ahora no solo hay más hogares, sino espacios de esparcimiento, en los cuales se encuentran tiendas comunales, proyectos productivos, parques de entretenimiento para niños y hasta canchas de fútbol y baloncesto, donde se reúnen en las tardes hombres y mujeres del espacio territorial.
Tejepaz
Alrededor de seis mujeres farianas, que pertenecen a la Cooperativa Multiactiva del Común Tejiendo Paz, están encargadas de la confección y venta de prendas de vestir para mujeres y niños. Compran las telas en el municipio de Icononzo y algunas en la ciudad de Bogotá, y con ellas diseñan y distribuyen sus productos dentro del taller, donde labora la cooperativa, o a través de redes sociales. Con esta estrategia digital realizan ventas, no solo en las principales ciudades del país, también hacen envíos al exterior, con el fin de llevar mensajes de la paz al mundo, plasmados en estampados y bordados.
Las camisetas diseñadas y confeccionadas por las mujeres farianas tienen frases sobre el poder femenino y la paz. Foto de Ana Maritza.
Emprempaz
La Cooperativa Multiactiva Emprendamos Paz, es la encargada de brindar servicios relacionados al turismo, como la estadía, la alimentación y el reconocimiento del territorio. La comunidad trabaja actualmente en la modificación del Centro Histórico de Arte y Cultura, del cual Emprempaz se verá beneficiada. Cuando este objetivo se logre, dicho espacio será un atractivo turístico muy influyente para el municipio, pues tiene la capacidad de atraer a todo aquel que esté interesado en acercarse a conocer sus iniciativas de paz. A futuro, esperan que esta ventana sea un apoyo para el sostenimiento, a largo plazo, de la comunidad: “Nos vamos a beneficiar todos, ¿que en dónde van a comer los turistas? En el restaurante que hace parte de Emprempaz. Que si tienen sed ¿qué van a tomar? La Roja, que es de Asoroja. Que, si les gusto una camisa, ¿A quién se la van a comprar? A Tejepaz y, por supuesto, se van a ir con la historia contada en el Centro”, añade Yaneth.
Facebook es su herramienta de difusión y trabajan a través de la página que lleva por nombre ETCR Antonio Nariño. En ella se encuentra un número telefónico y otro de WhatsApp, estos dos números son manejados por Ana Maritza, una mujer emprendedora que gestiona las visitas al lugar. Cuando alguien le da a conocer las intenciones de visitar la zona, “se lo comunicó a Emprempaz, pues ellos son los que se encargan de delegar la persona que va a estar al frente de la visita del turista” dice Ana. El guía se encarga de preparar la llegada. Si es más de un día, comunicará a doña Janeth, la encargada de la alimentación, para que se prepare. A la persona encargada del hostal, le pedirá que aparte el cuarto, y cuando se llegue el día, estará dispuesto a mostrarles todo el territorio a los invitados, contarles el funcionamiento del mismo y llevarlos a los lugares representativos de la zona, donde los esperan las personas de cada una de las cooperativas. Esta actividad tiene un costo de 50.000 pesos, dinero que va directamente para todos los integrantes de la cooperativa.
Museo de la Memoria del ETCR, rodeado del clíma de páramo de esa zona de Incononzo. Allí se pueden ver objetos que los excombatientes usaron durante la guerra. Foto de María Fernanda Ramírez y Karen Forero.
CoopAgro
Aunque es poco lo que se conoce sobre esta asociación, debido a que sus integrantes se encuentran en las labores ganaderas la mayor parte del día, la Cooperativa Multiactiva Agropecuaria del Común desarrolla actividades como la compra, manutención, ordeño y venta de ganado bovino. Los miembros de esta asociación, de manera conjunta, se encargan de alquilar predios a los alrededores del ETCR, de manera temporal, con el fin de criar ganado y ofrecer su carne y leche a los compradores locales en el municipio de Icononzo.
Esta no es la única línea de acción de esta organización, pues además de las labores ganaderas, la asociación se dedica también al cultivo de productos agrícolas, propios del clima de páramo en el que se encuentra ubicado el espacio territorial. Las semillas varían desde tubérculos, como la papa, hasta granos, como el maíz y el fríjol. De igual manera se cultivan frutas como la granadilla, la mora, el aguacate hass, entre otros productos que permiten que el comercio de alimentos tenga un movimiento más amplio y se produzca un movimiento comercial considerable en el pequeño municipio del Tolima.
Cultivo de productos agrícolas, propios del clima de páramo en el que se encuentra ubicado el espacio territorial. Foto de María Fernanda Ramírez y Karen Forero.
Coomicer
La Cooperativa Multiactiva Integradora de Campesinos y Reincorporados, al igual que CoopAgroc, se dedica al uso del suelo. La diferencia de esta con otras cooperativas es el modo de trabajo que tiene esta asociación, ya que, como su nombre lo indica, trabajan de manera conjunta con campesinos y pobladores de los alrededores del espacio territorial. Las labores van desde el cultivo hasta la cría de bovinos. Los sembrados se mudan de forma periódica y los trabajos que se ejecutan no solo conciernen a las labores de cultivo y cuidado de ganado, pues también se dedican al arreglo de las vías que dan acceso a las fincas y las zonas veredales.
Los productos que cultivan los campesinos y excombatientes no solo se comercializan en el territorio nacional, pues algunos de sus productos como el maíz, tienen la oportunidad de llegar a otros hogares en América Latina y el mundo, todo gracias al trabajo conjunto entre campesinos dedicados a la labor durante toda su vida y excombatientes, que buscan de nuevas formas de sustento y sostenibilidad. Esta integración ha facilitado la reconciliación y ha fortalecido los lazos de la población civil con quienes, en su momento, fueron alzados en armas.
Al fondo, un cultivo de maíz que se hizo entre excombatientes y miembros de comunidades aledañas. Foto de María Fernanda Ramírez y Karen Forero.
Asoroja
La Asociación La Roja, Cerveza Artesanal, es única dentro del ETCR, pues está dedicada, en su mayoría, a la ejecución de un solo proyecto productivo: La Roja, una cerveza artesanal elaborada con cebada roja, una semilla que solo se cultiva en el departamento de Boyacá y que, junto con el lúpulo, se encarga de dar un sabor que muchos consideran “delicioso”. Esta iniciativa nació gracias al apoyo de 32 excombatientes que se dieron a la tarea de ingeniar y reproducir entre su comunidad formas de producción sostenibles y rentables, que generaran un apoyo económico para ellos y sus familias.
La roja es un producto controversial y desde sus inicios estuvo, literalmente, en boca de todo el mundo. Cuando se debatió el nombre que se le pondría, la primera opción apuntaba al origen de las Farc, y por esa razón pretendían llamarla “La Marquetalia”, sin embargo, por sugerencia de los mismos excombatientes, y de quienes asesoraron y acompañaron a la asociación durante la ejecución del proyecto, se determinó que el nombre no era adecuado y que a idea era generar recordación en los consumidores con la reincorporación, por esa razón se decidió que sería “La Roja”. El nombre hace alusión no solo a la especie de cebada, sino también a la estrella roja que ahora hace parte de la simbología del partido Comunes.
“No es tan amarga como otras, sabe a cebada”, afirman algunos de sus consumidores en el ETCR, como Ana, Nana Janet y demás excombatientes que la consumen ocasionalmente en la tienda comunal. Tiene aproximadamente 5.5 grados de alcohol y su precio en el espacio territorial corresponde a 5.000 pesos colombianos, lo que equivale a un valor aproximado de un dólar con treinta y siete centavos, un valor accesible para una botella de 350 ml.
La Roja fue trasladada a la ciudad de Bogotá, producto de la cercanía y facilidad para su producción y venta. Semanalmente se producen entre 150 y 300 litros. Desde la capital se gestionan todo tipo de operaciones relacionadas con la cerveza y la “Pola Paz”, la nueva presentación que se comercializa en un tamaño más grande y con un sabor diferente. Se trata de un litrón de etiqueta ilustrada, con los paisajes de montaña y su precio es de 30 mil pesos dentro del ETCR, un valor aproximado de ocho dólares con treinta y dos centavos, cuya cantidad y precio son equivalentes.
La Roja y La Pola Paz se pueden adquirir en Colombia y en algunos países de América Latina y el mundo. En Bogotá, ciudad en donde se encuentran radicados, se pueden encontrar en bares y restaurantes por un valor unitario de $8.000 y $40.000 respectivamente. Con la recolección del dinero de estos dos productos se generan empleos, no solo para excombatientes, también para la comunidad, y se gestionan apoyos a las diferentes iniciativas de los 24 ETCR en el territorio nacional.
Pola Paz, el nuevo producto de la Asociación La Roja, Cerveza Artesanal. Foto de María Fernanda Ramírez y Karen Forero.
Asomufan
La Asociación de Mujeres Farianas de Antonio Nariño se creó con el propósito de hacer de las mujeres del ETCR fueran autosuficientes. En la guerra ellas siempre desempeñaron los mismos roles de los hombres, sin embargo, durante el proceso de reincorporación muchas de ellas han tenido que adaptarse a los roles de género que las rodean y, por esa razón, muchas de ellas se resisten a tomar el riesgo de asumirlos. En esa medida, no quieren depender de ningún hombre, “porque uno no sabe, el día de mañana se van, se consiguen a otra y nos dejan aquí tiradas, con nuestros hijos y sin un peso”, explica alias Vanesa. Actualmente esta asociación cuenta con 25 mujeres, que trabajan encaminadas a varios proyectos, tanto productivos como sociales, que son: los proyectos Montaña Mágica y Política Pública, y la iniciativa de Siembra, transformación y comercialización de derivados de la sábila.
Montaña Mágica es un proyecto liderado por Asomufan, con el fin de brindarle un espacio de cuidado a los hijos de la paz, quienes nacieron después del conflicto. El mayor objetivo que tiene la cooperativa para este proyecto es que los niños y niñas le apuesten a la convivencia y a la no repetición del conflicto armado. Por tanto, el jardín está pensado para que todas las Semillas de Paz tengan un lugar en el cual se encuentren con más amigos, puedan interactuar e ir aprendiendo en paralelo, mientras le dan tiempo a cada una de sus madres de trabajar, “una necesidad que tenemos aquí porque nunca pensamos en llegar a reproducirnos”, dice Ana Martiza, y añade que actualmente hay 97 niños.
Así va la construcción de Montaña Mágica, donde estudiarán las semillas de la paz. Foto de María Fernanda Ramírez y Karen Forero.
Este proyecto existe desde 2016, pero con el pasar de los años ha tenido varios cambios. En un principio estaba ubicado en la casa que Carlos Antonio Losada había dejado para tal fin, pero, debido a los problemas de humedad y al tamaño del espacio, tuvieron que buscar un nuevo lugar para el jardín. Con ayuda de programas como el de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), poco a poco fueron recolectando los fondos necesarios para construirles a sus semillas, el espacio idóneo.
Es por eso que el 3 de enero de 2021, Vanesa empezó a trabajar como supervisora de uno de los tres bloques que componen el proyecto: el bloque A, y que actualmente ya está finiquitando detalles en sus paredes, puertas y tejado de zinc. Es un espacio que, según cuenta Ana, va a tener muy probablemente una docente del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), donde Evelyn y Samantha, hijas de la paz, van a poder disfrutar interactuando con más niños, porque “es mejor que crezcan jugando a las muñecas, que jugando a los fusiles”, añade Yaneth.
Por otro lado, Política Pública es una iniciativa que pretende el diseño y la difusión de políticas para la mujer. Desde que dejaron sus armas, las excombatientes empezaron a trabajar para fomentar este proyecto, que tuvo mayor impacto en las mujeres que no pertenecen al Espacio Territorial, el cual se ha convertido en un referente municipal y regional de las luchas femeninas. Este proceso está pensado con ese fin, pues las integrantes de Asomufan aseguran que a ellas en la guerra no les tocó vivir escenarios de discriminación o violencia de género, contrario a lo que ya está normalizado en la sociedad actual. Por lo que esperan ayudar a otras mujeres a conocer sus derechos y establecer en la agenda local un papel importante para la mujer rural.
Cultivo de sábila liderado por la Asociación de Mujeres Farianas de Antonio Nariño. Foto de María Fernanda Ramírez y Karen Forero.
Finalmente, a través de la iniciativa de siembra, transformación y comercialización de derivados de la sábila, las mujeres farianas buscan obtener la maquinaria necesaria para convertir esta planta en un insumo de cosméticos, shampoo, cremas corporales y todo lo que pueda estar ligado al cuidado del cuerpo, “para implementar el autocuidado de la mujer y también para ofrecer un producto más natural, porque hoy en día a todo le echan mucho químico”, plantea Ana.
A través de estos proyectos buscan generar empleo a las madres cabezas de familia, que viven por los alrededores de la zona y no tienen la oportunidad de formarse o trabajar en algo digno. “Nosotras sabemos que hay mujeres que no reciben un recurso de nada y están sacando a sus hijos arañando, entonces lo que queremos es brindarles ese apoyo a través de la sábila, así se benefician ellas, nos beneficiamos nosotras y esta es otra manera de realizar una reconciliación también”, asegura Yaneth.
Actualmente, cuentan con 2.500 matas sembradas dentro del ETCR, sin embargo, por ahora el proyecto está pausado, pues la búsqueda de la maquinaria no ha sido fácil, ni el arriendo del terreno perfecto para la siembra y, mucho menos, los trámites para obtener la certificación del Invima de esta “microempresa”, dado que han tenido más inconvenientes que apoyo de esta institución. Por esto, las mujeres de la asociación temen que les toque hacer lo mismo que Asoroja, es decir, desarrollar el proyecto por fuera de Antonio Nariño, lo que representa una desventaja para iniciar, porque esto significa un incremento en sus gastos.
De manera que, hasta ahora, se han llevado a cabo múltiples proyectos que representan la voluntad de los reincorporados de seguir adelante con la paz, la capacidad de las comunidades de perdonar y reconciliarse, y la oportunidad que tiene la economía rural de beneficiarse de los proyectos productivos del ETCR de Icononzo. En este proceso, hay personajes claves que le han puesto el hombro a la paz y procuran, todos los días, luchar por un porvenir distinto.
Ana Maritza
Nació bajo el seno del grupo étnico Curripaco, ubicado en Inírida, municipio y capital del departamento del Guainía. Su lengua materna pertenece a la familia lingüística Arawak y la mayoría de su comunidad habla en lengua Kurripaco, por lo tanto aprendió a hablar español hasta los 13 años; a los 14 años entró a las filas de las antiguas Farc y allí reforzó este idioma.
La esperanza todavía hace parte de la cotidiandidad en el territorio. Foto de María Fernanda Ramírez y Karen Forero.
Caminó en la montaña durante 20 años al lado de Carlos Antonio Lozada, en el Bloque Oriental, como alias “Vanesa”, de apodo cachetes. Hoy en día hace parte de Asomufan (Asociación de Mujeres Farianas de Antonio Nariño), que vela principalmente por la equidad de género. Es la jefa de comunicaciones del Espacio Territorial y una apasionada del estudio, sueña con brindarle todos sus conocimientos a “nené”, su hija Evelyn; sobretodo, quiere enseñarle el idioma inglés.
Johan David Machado Benavídez
Belisario, Alirio, Eugenio, alias Jeringa o simplemente Johan, es el organizador departamental del Tolima, donde es consejero y evalúa el nivel de cada excombatiente con el fin de saber qué actividad y/o trabajo le pueden asignar. Tiene un diplomado en equidad de género, por lo que trabaja por los derechos de las mujeres. Perteneció al Bloque Central de las Farc y su padrino allí fue Adán Izquierdo. En el 2011 cayó preso con una condena de 60 años, sin esperanza de salir, por eso, aprovechó el tiempo en la cárcel para realizar sus estudios de básica primaria y secundaria, adicionalmente aprendió sobre contabilidad, organización de empresas, manejo de madera y tutelas; también lideró el Movimiento Nacional Carcelario, desde la cárcel Picaleña en Ibagué.
Muchos de los excombatientes sienten que el campo y los animales hacen parte de su vida. Foto de María Fernanda Ramírez y Karen Forero.
En 2017, cuando recuperó su libertad gracias al acuerdo de paz, volvió a Marquetalia, específicamente al ETCR Marquetalia, allí entregó las armas e hizo el grado décimo con la UNAD (Universidad Nacional a Distancia). Sin embargo, se trasladó al ETCR Antonio Nariño porque vio más oportunidades de trabajo, y en la escuela de la vereda La Fila culminó su bachillerato.
Yaneth Morales
Johana Gómez es su nombre de cuna, pero hoy en día no se identifica con él, sino con su nombre de guerra, como ella lo denomina: Yaneth Morales. Se desplazó de frente en frente de las Farc, brindando sus servicios como enfermera. Con el proceso de paz llegó al ETCR Antonio Nariño de Icononzo, y para no perder la costumbre, trabaja en busca del cuidado y salud de sus camaradas. Hace parte de los 9 miembros de la dirección general del espacio territorial y es miembro de ASOMUFAN, también se desempeña como la presidenta de la fundación de arte y cultura "Semillas de reconciliación" y la representante de salud, donde se encarga de sacar las citas médicas, buscar las ambulancias, si se presenta alguna emergencia, y brindar los primeros auxilios.
La vida, todo lo que está en juego en Colombia. Foto del Centro de la Memoria Fariana.
Hoy, a sus 35 años, se siente cohibida pues cuenta con el conocimiento y los años de experiencia en el ámbito de enfermería, pero no con el título, aunque trabaja constantemente en conseguirlo, esta situación todavía no le permite ejercer profesionalmente sus conocimientos, por lo que se limita a brindar primeros auxilios.
Nana
“Nana”, es el nombre por el que se conocen los excombatientes del espacio territorial a Diana, la mujer que recibe de manera diaria a habitantes y visitantes del espacio Antonio Nariño, en la tienda comunitaria del ETCR.
Dos de los proyectos económicos que lideran algunos de los excombatientes. Foto de María Fernanda Ramírez y Karen Forero.
Actualmente se desempeña como presidenta de la asociación Comprempaz, dedicada a los proyectos productivos de hotelería y turismo dentro del espacio, como el hostal, el restaurante, la tienda comunitaria y la línea turística dentro del espacio territorial, que sirve de guía a periodistas, estudiantes, delegados de organizaciones y demás visitantes del ETCR.
Portada: foto del Centro de la Memoria Fariana.