Ati Quigua, la indígena que lucha por los arhuacos

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La Sierra como útero 

Camina, se detiene, respira y toca el agua con la yema de sus dedos, como quien roza las alas de una mariposa, delicada, sutil, sublime. La Sierra es el lugar en el que nació Ati Quigua, un lugar frío que recuerda con claridad y lo asemeja a las rocas con escarcha de hielo en su superficie, como si alguien se hubiese tomado el trabajo de derramarla paulatinamente en el letargo de la noche. En este escenario se desarrolló toda su niñez y también su adolescencia, lugar en el que comenzó su travesía y donde la sabiduría tomó la autoridad total sobre su vida. 

De las grandes generaciones que se han levantado en medio de los arhuacos, la historia de Ati Quigua parece peculiar, pues sus antecesoras han sido mujeres de primicias a lo largo de los años. Mujeres que se han levantado a pelear sin armas, pero han hecho una lucha a nivel intelectual, siendo mujeres que han podido acceder a una educación superior, lo cual no es normal en medio de su comunidad. 

Así fue criada Ati, en medio de mujeres sabias y letradas. Como el caso de su bisabuela Seykwinduba, que fue raptada y educada por curas de la Misión Capuchina, un movimiento evangelístico llevado a cabo por monjes misioneros que se instalaron en Nabusimake, capital ancestral de los arhuacos y, finalmente, esta mujer pudo casarse con un Mamo. También está la historia de su abuela Zaikawia, que estudió en esta misma institución de manera voluntaria. 

En ese paraíso natural, en el corazón de la vertiente suroriental de la Sierra Nevada de Santa Marta, estaba ubicado este internado, al cual eran llevados niños y niñas arhuacos, forzosamente, desde 1914 hasta principios de 1980. En esta época, los indígenas eran considerados por la Constitución Política de Colombia como salvajes que se debían integrar a la vida nacional. Muchas personas de la comunidad intentaron adelantar sus estudios pero finalmente desertaron. 

En medio de esas mujeres brillantes que eran ascendentes de Quigua, había una que obtuvo lo que ninguna otra en su comunidad había podido lograr. Luz Helena Izquierdo, mamá de Ati, rompió con todos los estereotipos, siempre en contra de la corriente, debido a la prohibición que tenían las mujeres arhuaco para estudiar. Pero consiguió llegar a ser la primera profesional indígena que tuvo el pueblo arhuaco, ser becada y obtener un título de enfermera.

Su liderazgo aumentó en medio de aulas de clase, en las visitas para brindar atención de salud en comunidades retiradas y ayudar a los mamos. Para los arhuacos, la mujer está asociada con el servicio comunitario, ser hablante de la lengua nativa o tener similitudes en la cultura, la maternidad, la cercanía con la madre tierra y el cuidado de la familia, en especial de su esposo.  Para el hombre la manera de mostrar el poder y el estatus es a través del tejido y elaboración de mochilas.

 

‘‘Sanar la tierra es sanarnos a nosotros mismos’’ – Ati Quigua.  (Foto: Valentina Libreros Negro)



Al mirar las siete generaciones de la familia materna de Ati, de cada mujer, Quigua  tiene una lectura de la historia. Para los arhuacos se deben proyectar siete generaciones hacia adelante y con esto persistir en el propósito. Su padre es Guanano, no tuvo la oportunidad de compartir esa cultura con él, sin embargo, conoció a su abuela paterna Bacho Buku Dujicho, la cual era una princesa de la selva. Ya siendo concejal, Ati Quigua tuvo el primer acercamiento con ella, en un momento en el que su vida corría peligro, su salud estaba deteriorada y ahí fue cuando se evidenció que tenía cauchos en los pulmones. 

Todo esto era una muestra de lo que significó la cauchería para las mujeres indígenas, por el aumento de la industria automotriz y el uso excesivo de caucho. Como consecuencia murieron 40.000 indígenas. Era la esclavitud de la selva,  las mujeres padecieron toda clase de abusos y maltratos. Para la abuela paterna de Quigua hablar siete lenguas fue su condena, siempre era usada como obrera para esclavizar al resto de los pueblos por el simple hecho de poderse comunicar con ellos. 

Su abuela sobrevivió a una época muy difícil, pero asegura Ati que el Estado y la Iglesia y todos los intereses internacionales continúan, los concordatos siguen vigentes en la educación, la inquisición parece estar reinante en medio de las ciudades, los internados comulgan con los abusos y los niños son obligados a cumplir toda clase de trabajos en contra de su integridad.  

La vida de su abuela paterna corría peligro. De sus labios, como susurrando al viento, expresó con dolor lo que parecía ser la culminación de una vida dolorosa, pero que acababa con la mayor victoria y orgullo que una abuela puede sentir al ver su herencia prosperada, ‘‘fue en ese oscuro y borroso momento cuando la voz de mi abuela se quebró y dijo que después de conocerme, su vida había tenido algo de sentido’’, recuerda Quigua y se hunde en un silencio frío. 

Las dificultades para la educación formal escolarizada de las mujeres indígenas, y en especial del pueblo arhuaco, son enormes. En promedio, cada dos años se gradúa una mujer y escasamente una logra tener acceso a la educación superior. Hoy en día, algunas universidades tienen programas especiales, pero para Ati, todavía está vigente la violencia cognitiva en medio de las aulas, en las que, asegura, no hay diálogos de saberes y no se atienden las particularidades.

Era un 20 de agosto de 2005 el día en que Ati Quigua se convirtió en la primera concejal indígena de Colombia. (Foto: Valentina Libreros Negro)

Abriendo el portón político

Ati creció en la Sierra, realizó sus estudios primarios y secundarios en donde estuvo hasta los 17 años. En el año 2003, Luz Helena Izquierdo, su madre, fue amenazada por paramilitares, era en ese momento la representante legal de la Asociación de Cabildos del Cesar y La Guajira. Con el alma destrozada, ella tiene que partir de la Sierra y es ahí cuando cambia el plan de vida de la familia Izquierdo y se ven obligados a rehacer sus vidas en Bogotá. 

Al llegar a esta ciudad, con 22 años, Quigua decide levantar su voz y no callar ante las amenazas que venían a intimidar a su familia, quería visibilizar la situación a pesar de no ser profesional en ese momento, estaba estudiando Administración Pública, pero decide ingresar al concejo de Colombia. Este acercamiento al sector público no fue fácil, desde el primer momento empezaron los cuestionamientos, puesto que no era normal la entrada de una mujer, joven y además indígena a estos escenarios, en un partido que hasta ahora comenzaba. 

Según el Estatuto Orgánico de Bogotá, la edad que se requería para obtener la curul era de 25 años, y Ati Quigua, en ese momento, solo contaba con 23. Los magistrados rechazaron el peritaje antropológico, el cual demostró que, para los arhuacos, Ati tenía entre 27 y 30 años, debido a que para esta cultura las mujeres reciben su mayoría de edad al llegar la menarquia. 

Era septiembre de 2004 cuando se anunció la pérdida de la curul, su corazón se desaceleró, a su mente venían los diferentes rostros de las mujeres, hombres y niños que representaba. En ese momento Quigua se armó de valor e interpuso una tutela ante la Corte Constitucional para volver al cabildo y, afortunadamente, el universo respondió a sus impetuosas súplicas y le devolvieron la curul como concejal de Bogotá. 

Era un 20 de agosto de 2005 el día en que Ati Quigua se convirtió en la primera concejala indígena de Colombia. Al mirar la dimensión del espacio y la mirada cartesiana que tiene el Estado del territorio,  ya como concejal, Quigua tuvo acceso al POT de Bogotá; teniéndolo en sus manos, verificó que no tenía una sola palabra de aire, ‘‘esta sociedad no comprende lo que es el espacio - dice Quigua-, es inconsciente hasta del aire que respira, y no puede comprender el espacio desde una perspectiva indígena, no es lo mismo hablar del territorio en términos de una cultura como la de la Sierra a como el estado lo ve’’. Para los arhuacos la base de todo ecosistema es el agua.

En el 2016 Quigua recibió el premio Pace Città di Ferrara y el premio internacional Daniele Po. (Foto: Valentina Libreros Negro)

Parte del ejercicio en su paso por el concejo consistió en dejarle un plan distrital a Bogotá a 10 años, que tenía como objetivo recuperar los espacios del agua, recordar la memoria de territorios colectivos a partir del agua y una apuesta fundamental era avanzar en un ordenamiento hidrográfico que permitiera superar los conflictos socioambientales que vive el país, aconsejada y respaldada espiritualmente por el mamo Arwa Viku, un gran líder del pueblo arhuaco, el cual siempre le dice que más que ser una senadora en el futuro, logre ser una sanadora, mujer capaz de sanar la dependencia política, mental y emocional. 

Los niños y niñas colombianos también fueron un punto muy importante en su agenda, pensando siempre en que deben tener las herramientas y oportunidades para crear un mundo y no están hechos para ser servidumbre de la autodestrucción. A Quigua le brota una sonrisa  al imaginar a las mujeres siendo más activas como madres y gestoras de la civilización. 

Esto también lo ha expresado ante diferentes entidades Dayana Domicó, antropóloga y actual coordinadora de jóvenes y mujeres de la Organización Nacional Indígena de Colombia. ‘’No es tan relevante el título que alguna entidad o institución otorgue, sino que nuestro conocimiento como mujeres es el que en todo momento debe resaltar. Las comunidades no nos brindan títulos académicos, pero otorgan conocimientos que la academia nunca va a otorgar’’, manifiesta Dayana. 

Con todas estas iniciativas únicas que dejó su paso por el concejo, Ati fue la única mujer indígena en ser elegida por segunda vez con un respaldo de 13.501 votos. Fue la autora del acuerdo 347/2008 estableciendo lineamientos en la política pública del agua incluyendo el mínimo vital que se adoptó en Bogotá. Acuerdo 231/2006 Semillas Nativas, el acuerdo 455/2010 en el que implementó cultivos ancestrales como un complemento para la política de soberanía alimentaria, sustentada en economía campesina e indígena. 

Bogotá no conoce con profundidad el trabajo de la exconcejal, ella reconoce que debe persistir en dar a conocer su trabajo a más esferas de la sociedad. El día en que sus copartidarios no la acompañaron en sus ideas, decidió salir del partido, no quería estar en una estructura política en la que sus ideas no eran importantes. 

Era un 20 de agosto de 2005 el día en que Ati Quigua se convirtió en la primera concejal indígena de Colombia. (Foto: Valentina Libreros Negro) 

Ella siempre soñó con hacer un movimiento para la tierra integral, que no fuera un partido porque asegura que los partidos están partidos, se cansó de ser la del mariachi, la que llegaba con músicos pero en el cabildo no eran conscientes de estos espacios culturales que se le debían habilitar a los jóvenes. Su experiencia fue dura, empezó con ‘Sé’, un hijo con conciencia, como lo llama después de fracasar en su campaña para ser parte del Senado, pero quiere seguir trabajando lejos de la corrupción. 

Cree en los abrazos y semillas que ha sembrado sabiendo que son esfuerzos reales y concretos, aunque le duele no estar en el Congreso, pero es consciente de que su labor ahora es más importante en los procesos sociales y organizativos, definiendo la vocación ambiental del país y rechazando absolutamente el extractivismo; Ati quiere que se recuerde la historia de las mujeres, lo ve como un tiempo para escribir la historia de la mujer y el sentido de la mujer en territorio colombiano. 

En cuanto a su vida personal, es una mujer feliz, espontánea, sonriente en todo momento, es madre de una niña de 13 años a la que ve como maestra que le permite crecer día a día; ve el cuerpo de la mujer como el único medio de traer personas a la tierra, mujeres que crean civilizaciones. Es una mujer sensible, profunda, que abraza con sus palabras. 

En el año 2016 Quigua recibió el premio Pace Città di Ferrara por sus luchas en defensa de la salud y el medio ambiente, en este mismo año también recibió el premio internacional Daniele Po que reconoce a mujeres y asociaciones líderes que trabajan en pos del medio ambiente y los derechos humanos.

La educación superior para Quigua es una herramienta que permite sobrevivir en un sistema que exige ese tipo de requisitos para avalar los conocimientos. (Foto: Valentina Libreros Negro)

Actualmente, está promoviendo una escuela de liderazgo femenino basada en la inteligencia, el amor, la cooperación con la tierra y el cosmos, se siente afortunada porque participan líderes espirituales de diferentes religiones. Cree que sanar la tierra es sanarnos a nosotros mismos y que la creación más hermosa es el planeta, que aquel que ame a Dios debería amar su creación. Ella mira el mundo de una manera procesual, no como coyunturas, no se mueve por eventos, tiene una visión y unos temas en los que su corazón está comprometido. 

Al fondo canta ¡pío! ¡pío! ¡pío! un copetón que se ha posado sobre el árbol en el que Ati está recostada, mientras salen de su interior elogios a la madre tierra. Esta mañana se siente tranquila, sus manos se ven ligeras y confía en que todo lo que alguna vez su mamo Julio Torres le dijo y le entregó como una encomienda de la vida, para hacer brillar su tierra en medio de soberanos, se está llevando a cabo día tras día. Cierra sus ojos, huele el aire como si percibiera algún aroma especial, a leguas se nota su conexión con la naturaleza, cruza la pierna izquierda todavía con sus ojos cerrados e imagina las casas, los niños, las mujeres, las mochilas, las plantas, el agua y la escarcha de hielo que se posa sobre la Sierra.

Reconocimiento personería jurídica: Resolución 2613 del 14 de agosto de 1959 Minjusticia.

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