Redacción: Nelson José Álvarez De León
Ilustración: Leonardo Gomez
Primera parte
En una de esas madrugadas en las que tenía los ojos cerrados, pero estaba muy consciente de que seguía despierto, lo sintió. Era débil, o al menos a comparación de la primera vez que ese olor asaltó su nariz. Abrió sus ojos de golpe, aguantó la respiración, tragó saliva y como si fuera poco a los músculos de su pierna izquierda les dio por bailar como seguramente muchos lo estaban haciendo ese sábado en la madrugada y terminó sintiendo un calambre en su gemelo. Exhaló, tenía la certeza de que el olor venía de la otra almohada, como era usual las veces que aparecía.
- ¿Y si no era ahí? – Se preguntó dejando en segundo plano la sensación de que el dolor aumentaba.
Lo cierto es que algo de razón tuvo, algunas ocasiones se le daba por llegar al piecero, en otras se posaba en medio de la cama, sin mencionar las veces que ese olor irrespetaba por completo su pieza y paseaba por la mesita de noche, el closet, su pequeño mueblo de libros e incluso en una ocasión en el desgastado marco de la puerta.
Se repitió como mínimo cincuentaicinco veces la misma palabra que se decía desde la tercera ocasión en que ese olor regresó a su cama, “No”. Pero poco antes de completar la vez cincuentaiseisava se dijo a si mismo “únicamente verificaré si está en la otra almohada” sabiendo perfectamente que estaba jugando con fuego.
- Sí, aquí estoy- Confirmó en un susurro en el que acentuaba especialmente la s.
El dolor en el gemelo lo hizo encogerse de hombros y apretar la boca, el olor le preguntó en un tono burlón “¿Te duele?”. Le dio la sensación de que el olor intentaba penetrar su sabana para que sintiera toda su esencia en pleno, sacó su mano, levantó el cubre lecho y se lo echó encima, dio la impresión como si no hubiese aprendido nada de sus anteriores encuentros. Pudo dormir quince minutos, casi dieciséis y el olor no tuvo que hacer nada, es más, esa noche ya se iba a desvanecer vio perdido ese round, lo que lo despertó fue soñar con esa noche saliendo de uno de los teatros del centro entrelazando sus dedos con la dueña de la causa de que sus ojeras no parezcan precisamente eso sino un daño vascular en el ojo. Fue únicamente una visión de su pelo, de su vestido azul, de sus medias largas, de sus botas, lo que hizo que abriera sus ojos y que su nariz le advirtiera que el olor estaba presente de la cabecera a las tablas de la cama, incluso sin querer queriendo ese sueño inocente impregnó el olor en el cubre lecho, en la sabana y en su pijama de cuadros azules y grises.
Ya no sentía dolor en el gemelo, con el tiempo pudo dominar pasar por alto la sensación de arropo que le daba el olor a pesar de todo, se desarropó, se quitó la pijama, se puso un esqueleto blanco junto con una sudadera negra y dijo para si mismo y para el olor:
- Creo que tengo ganas de dormir en el sofá.
La cocina, la sala y la entrada en una de esas ratoneras que a sus constructores les gusta llamar aparta estudios están pegadas, son casi una, entonces de camino decidió acompañar la iluminación naranja de los postes de luz con un café. Cuando se iba servir directo de la cafetera, sus ojos viajaron entre el color oscuro del tinto, una moña negra, más o menos dos años atrás, donde reconoció por primera vez a el olor. Se dio cuenta de que aun cuando no ha conocido a la primera persona que no atribuya al tiempo ser uno de los removedores más poderosos existentes, todavía aparece esa escena en sus ojos con una exactitud casi perfecta el día en que ella dejó su moña en la mesita de noche. Lo siguiente en la escena después de olerla, fue dejarla de nuevo en su mesita de noche, apagó su lámpara vieja (Comprada en una venta de objetos de segunda), únicamente para que en la oscuridad de su pieza donde difícilmente entra la luz se diera cuenta que en su almohada y en las partes en las que los dos estuvieron, en orden de arriba hacia abajo el olor también estaba, el mismo de la moña, indudablemente el de ella.
Le echó leche al tinto, lo calentó y le echó una cucharita de azúcar, se sentó en el sofá mientras lo mezclaba y sin una sonrisa en el rostro como la que tuvo hace un rato cuando recordó la moña rememoró a uno de esos intentos. Ojos casi felinos, acento caleño con una que otra tizna rola, seis tatuajes, uno de esos entre los pechos, pero lo que para él fue lo más importante es que tenía un delicioso aroma, leve, casi sutil, pero dulce. Sus besos no tenían un sabor como tal y aún así lo atraparon, lo hicieron guardar su biblia en el ultimo cajón de la mesita de noche, voltearle la cara a un peluche que la dueña de él olor le regaló, morderle los labios y agarrarle fuertemente de la cintura para dirigirla encima de él. Pero por mucho que esos besos fuesen una telaraña en la que ya se había enredado y solo le quedaba una alternativa, muy para su desgracia se dio cuenta de algo, ese olor dulce, era tan sutil que con los suspiros de ambos se desvanecía. Pero el que se tornaba más intenso con cada gota de sudor era el olor, el que vivía con él y por instantes lograba que ignorara a la mujer que tenía encima.
- ¿Estoy loco? – Se preguntó él al notar con el rabillo del ojo, como el olor estaba tomando forma al igual que en otras ocasiones mientras que esa chica le quitaba el cinturón.
Parecía lana de color rojo intenso que se iba desenrollando, formando unas garras entretejidas, unos ojos en blanco gigantescos, una sonrisa tan burlona como su voz, sin ningún diente, pero con una profunda oscuridad detrás de ella y una forma que parecía unos cuantos retazos en los que se intentó dibujar un duende y justo encima un gremlin. No obstante, el siguió adelante, esas mordidas, esos roses de piel, esas palabras lascivas al oído, sus gemidos, fueron un sedante para él, estaba consciente de que el olor estaba ahí, pero le valía huevo. El olor sin perder la expresión burlona en su monstruoso rostro desenvolvió lana de su garra y en pleno clímax introdujo de su lana en la nariz de é. Largas tiras de lana entraban por sus fosas como aviones a punto de despegar.
- ¿Te pasa algo? – Preguntó ella entre jadeos.
Él intentando respirar por la boca no pudo responderle enseguida, pero no se detuvo en ninguna de las dos cosas, aunque ella tuvo que parar e insistir con su anterior pregunta. Él agarró con fuerza las dos tiras y las rompió, las que habían sobrado dentro de su nariz salieron de golpe haciendo que él retorciera su cara de dolor y que además con una gran preocupación pensara: “Sí, estoy loco ella no lo puede ver”
- ¿Y este pedazo de lana? – Preguntó ella con una risa nerviosa quitándole una tira de lana roja que tenía encima de su pecho desnudo.
Él con una sorpresa que decidió tragarse y con unas ganas inconcebibles de terminar lo que hubiese sido un final de diez respondió acercándose a su boca: “No sé”.
Como estaba previsto ella se devolvió a su casa una vez que terminaron, él la acompañó hasta la estación, se despidió de ella posando su nariz sobre su cuello tras darle un beso en el mismo, pero su esencia ya estaba más que comprobado que no duraba más que uno segundos, por tanto, el sabía que noche le esperaba en casa.
El café se acabó y en el ultimo sorbo, viendo las pepitas de azúcar haciendo un circulo en el fondo del pocillo, se hizo una invitación: “¿Ahora unas cervezas?”. Sacó de la nevera un sixpack de botellas de vidrio, dos de latas y una botella de litro de refajo. Al abrir con un destapador la penúltima cerveza y que cayera un chorro en sus zapatos, apareció la reminiscencia de otro de sus intentos. En una de sus caminatas nocturnas por la ciudad, en algún punto de la trece escuchó como un grupo de personas estaba cantando a grito herido música popular, entonces con una sonrisa de oreja a oreja se le vino a la punta de la lengua aquella expresión popular, “olor a cantina”. Acompañado de música de Álzate, Paola Jara y Jhonny Rivera, de una señora llorando con su amiga en le mesa del frente, una pareja besándose con una pasión que no pudieron guardar para la intimidad (el sujeto incluso le estaba alzando la pierna a la chica a la altura de su cintura) frente a los baños y el montón de borrachos que vio en la entrada, se tomó doce cervezas en esa ocasión, las más baratas que tenían y a su vez las que dejaban un olor más intenso. Regresó a su casa triunfal, se quitó la chaqueta con un paso de Elvis y la tiró encima del sofá, lanzó los zapatos de camino a su pieza y se lanzó a su cama de palomita quedando boca abajo, le dio la vuelta a su almohada para sentir aquel frio refrescante. Por desgracia su nariz lo sintió, su mirada triunfal fue cambiada por una de preocupación y para colmo escuchó una risa que se arrastraba en la garganta antes de salir por la boca. El olor esta vez con una forma que parecía un montón de destellos azules, pero aún conservando sus ojos blancos, aunque en esta ocasión conservaba sus garras, esta vez sus brazos eran tan largos que pudo dar un abrazo que rodeaba toda la cama y además lo apretaba a él ya que estos eran pesados y fuertes. Él con una fuerte presión en la espalda y sabiendo que el olor estaba presente por toda la pieza, frunciendo en seño, determinado y ya tomándolo como un reto personal se dijo:
- Solo faltó un poco más.
Segunda parte
Visitó cantinas, bares, discotecas, del sur, del centro, de chapinero, de galerías, del norte, de modelia. Sus favoritos eran los bares de salsa y donde ponían merengue ochentero y noventero. Un día en el que incluso madrugó, se echó cera en el pelo siendo cuidadoso de no dejar ni un solo mechón rebelde, planchó su mejor camisa y emboló sus zapatos más elegantes y lo único que encontró abierto para empezar a beber fueron algunas tiendas de barrio. Ya cuando el sol iba haciendo lo suyo y el tiempo se iba como de costumbre sin consultar a nadie, él se movía a donde la música arrastrara sus pies amantes de los ritmos caribeños. Un sitio oscurísimo por la 19, con unos precios un poco elevados a su parecer, aunque ese día él salió decido a volver con cincuenta pesos de sus ahorros del ultimo año y medio ¿Su atractivo? Que escuchó “Mi sueño” de Willie Colón. Pidió media de aguardiente y con cada trago que bebía hacia una pausa para cantar un fragmento de la canción.
“Yo quiero esconderme nena bajo de tu saya para huir del mundo. Pretendo también suavizar el enredado de tus cabellos. Dale una transfusión de sangre a este corazón que es tan vagabundo”
El vagabundo no alcanzó a cantarlo entero cuando se pasó el primer trago y no pasó demasiado tiempo cuando ya se había tomado el segundo y el tercero, sincronizando cada trago con la música, sus pies poco podían hacer porque aún estaba temprano para que llegaran las parejas para bailar.
“Tú quieres ser exorcizada por agua bendita de mi mirada. Que bueno es ser fotografiado más por las retinas de tus ojos lindos”
En esta ocasión y con la mirada perdida espero unos segundos después de cantar “lindos” y en un parpadeo pasó del séptimo trago al decimo segundo. El había decidido quedarse en ese sitio hasta que llegaran parejas para bailar, aunque cuando pusieron “Que alguien me diga” de Gilberto Santa Rosa el coro de esa canción fue el único culpable de que él se fuera sorprendiendo a los que trabajaban allí debido a que ya lo habían visto estarse casi todo el día ahí metido por lo menos unas cuatro veces.
Los tragos hicieron lo suyo, no caminó, se tambaleo toda la veinticuatro y tomó un bus frente a cine embajador luego de comprar el cigarrillo más barato que tenía una vendedora ambulante que iba pasando. Se paseó por varios sitios de la zona rosa del norte, en cinco de ellos lo echaron por pesado, algunos conocidos que le dejó el andar vagando por todos esos establecimientos durante los últimos meses, lo vieron con media camisa por fuera algunos mechones rebeldes y percibieron un olor a cigarrillo y diferentes licores en él. Le dieron algo de dinero y lo embarcaron en un taxi. Sus ojos estaban, pero no había un reflejo dentro de ellos no se sabía que estaba haciendo con ellos, pero era de todo menos mirar a algún lado. Al taxista se le dio por pasar por la zona de discotecas y bares de galerías faltando un par de horas para que la noche se llamara madrugada, y entonces la escuchó.
“No he podido encontrar la mujer, que dibuje mi cuerpo en cada rincón sin que sobre un pedazo de piel. Ay ven devórame otra vez, ven devórame otra vez”
Esa canción “Devórame otra vez” de Eddie Santiago logró que sus ojos volvieran a reflejar un alma, le dio el billete de mayor denominación que tenía en la billetera al taxista y prácticamente saltó de este sin esperar las vueltas, ya algunos mechones de cabello se le habían levantado y tenía un cuarto de la camisa por fuera. Bailó como pudo con toda muchacha que aceptara echar pista con él. La euforia le duró durante algunas canciones de Eddy Herrera, el grupo bananas y cerró con broche de oro cantando por lo alto mientras bailaba solo “Nuestro amor será” del grupo rapsodia. Ya pusieron música más tranquila, él se sentó a escucharla con la compañía de dos botellas de ron y por los sobrados de la euforia pensó que también era acompañado por un grupo con el que mamó gallo y bailó. Ese grupo que conoció se desvaneció a medida que las botellas iban bajando, los que atendían en el sitio estaban preocupados de que sería difícil sacarlo del sitio, pero no. La playlist que habían preparado hacia el medio día se encargó de echarlo con un golpe peor que una patada. Mujer divina de Joe Cuba sonó, un aroma de alguna parte de su cuerpo al mismo tiempo a su nariz llegó. Una leve llovizna se veía venir en sus ojos, no pasó de la primera línea “La primera noche que te vi, yo sabía que eras para mi, jamás otros besos preferí”. Él se levantó de la mesa junto con el cuncho de la ultima botella de ron, pagó dejando todo lo que tenía, solo se quedó con cincuenta pesos. Regresó a su casa vencido, completamente despeinado, con la camisa por fuera y arrugada y los zapatos llenos de barro y rayados. Únicamente quitándose los zapatos y arrojándolos en un rincón del que nunca los recogió, se acostó en su cama arropándose hasta el cuello y poniendo sus piernas cerca del pecho. Ignoró completamente a el olor que en esta ocasión era del tamaño de un peluche y tenía el aspecto de un duende, ignoró su risa burlona a carcajadas que en el pesado silencio de su aparta estudios se sentía como un estruendo, solo miró algún punto de la pared de su pieza que no podía ver bien por la oscuridad y con los ojos que pasaron de una llovizna a un aguacero, el labio que le temblaba de forma involuntaria y un lamento que no dejaba escapar de la garganta dijo como pudo:
- No fue suficiente.
El amargo recuerdo se terminó junto con la ultima lata de cerveza de hace rato. Sacó de un mueble de discos al lado del sofá una botella de whisky y una de vino, ambas heredadas. Teniendo el palpito de que el olor ese día iba a hacer algo que en casi dos años no había podido hacer, salir de su pieza, destapó primero el vino y recordó el más reciente de sus intentos.
- No tiene olor- afirmó él de varias mujeres que llevó. Aunque algunas tenían un olor que se desvanecía muy rápido y otras que logran impregnar su esencia en su cama, pero como mucho un día antes que el olor volviese más fuerte y cada vez en más lados de la pieza y al mismo tiempo.
Incluso estaba resignado porque de algún modo el olor hacía parte de el, de su vida, el sexo se convirtió en anestesia para dormir, para no tener que sentir el olor por poco tiempo o al menos olvidarse que estaba ahí lo que durara el acto. Un día en el transporte público escuchó como una señora estaba hablando mal del que parecía el esposo de su prima, de como llegó oliendo a burdel, escuchó como argumentaba que por los brillos y “maricadas” que se echaban encima tenían un olor muy fuerte. Entonces intentando no emocionarse,
desistió de comprar el límpido con olor a lavanda que vio en aquel comercial y fijó su rumbo hacia Santa Fe y a el Samper Mendoza.
Comenzó por los sitios más decentes, los que siempre generan chistes, los más mencionados, los más famosos, luego pasó huecos más escondidos en los que sus anuncios eran una hoja con una frase escrita en Word impresa. Pero con ir a esos lugares no iba a conseguir que el olor se fuera, tenía que combatirlo en su territorio. Llamó a dos trabajadoras sexuales, le compró a cada una un pachulí y la condición para dárselo es que se lo echaron cuando estuviesen con él en su pieza. Estuvo con las dos al tiempo, miró mientras ellas se besaban y se acariciaban meticulosamente de punta a punta y cuando una estaba encima de él y la otra encima de su rostro escucho esa risa que se arrastraba en la garganta antes de salir. El olor en una esquina del cuarto con una gran sonrisa, mirándolo fijamente con los ojos blancos y esta vez con una forma que parecía hecha de humo le dijo:
- Yo podría ser más intenso que eso, pero diviértete.
- ¿Tú hiciste esa voz lindo? – Preguntó una de las mujeres extrañada de que él pudiese hablar con la boca ocupada
- ¿Pueden escucharlo también? – pensó él incorporándose
Antes de que él retomara el aire para responder la mujer que estaba en su rostro acercó su rostro a la otra almohada y con una sonrisa que el nunca pudo identificar que reflejaba le preguntó despeinándolo:
- ¿De quién es este olor? Es dulce, siempre es fuerte pero bastante
- Agradable- la interrumpió él quitándose a la otra mujer de encima.
Estiró su brazo hasta el suelo aún estando la cama y sacó su billetera del bolsillo trasero de su jean.
- Váyanse, ya me aburrí- les dijo con un tono indiferente que parecía incapaz de tener en todo lo que hablaron con él ese día.
Ellas hicieron el amague de reírse, pero se les quitó la sonrisa del rostro cuando el sin siquiera voltearlas a ver estiró el brazo para darles el dinero del servicio. Ellas se vistieron, tomaron el dinero y sin que nadie dijera palabra se fueron y no se llevaron el pachulí que les regaló. Él cogió uno de los perfumes, lo roció en su cama y el resto lo regó en el suelo de la habitación. Puso un banquito de madera en el sitio donde se había materializado el olor y comentó “ponte cómodo” y se fue a dormir en el sofá.
El vino y el whisky se acabaron, no le sonó mal la idea de darle una probada al limpia pisos olor lavanda. Cogió una copita de aguardiente e incluso la alcanzó a llenar unos segundos antes de que un fuerte golpe en el suelo rompiera el silencio de madrugada de su aparta estudio. Una garra morada brillante se alcanzó a reconocer entre las sombras de su habitación. Un monstruo cuadrúpedo, corpulento que llenaba las paredes y el techo del aparta estudios, una garra parecía estar en estado gaseoso, la otra estaba hecha con lana morada y el cuerpo un destello de este mismo color. El se asomó hacia su cuarto y cuando vio esos ojos blancos y esa sonrisa de burla con una gran oscuridad por detrás, dejó caer el limpia pisos y la copa que se acaba de servir y sin poder despegar sus ojos de los de ese monstruo recordó cuando dijo esa frase.
La moña, no, ella, su vestido, todo fue el origen de el olor. Pero se supone que debería ser solo eso un olor y desaparecer como el de cualquier persona. Él recordó que ella siempre dejaba algo en su casa, el día de la moña fue el más especial, salieron de uno de los teatros del centro, caminaron la noche Bogotana, cenaron y terminaron la noche de la mejor manera que podían, juntos. Pero dejó de dejar sus cosas, incluso la ultima vez que se vieron no tenía esa sonrisa que había logrado borrar de su mente, pero justo regresó en ese momento. Cuando tenía un mes de verla, pero sintió su olor en la otra almohada de su cama (la que no usaba, la que era de ella), intentó dormir abrazado a esta y muy a la ligera ignorando todas las veces que su abuela le insistió para que guardara su lengua dijo con una leve alerta de lluvias en sus ojos:
- Daría mi alma para que este olor siempre me acompañe.