Un Estado cuyas instituciones son débiles y permeadas por la corrupción de sus funcionarios, que no cuenta con el monopolio legitimo de los medios de violencia, y que no ha logrado ejercer control sobre la tributación, son algunos de los males que, el profesor emérito de Utadeo, Salomón Kalmanovitz, argumenta en su más reciente columna de opinión en El Espectador, titulada “Corrupción y Estado”.
Para Kalmanovitz, si bien se evidencia un progreso en las tres últimas décadas, en cuanto al fortalecimiento militar del Estado y el debilitamiento de los grupos ilegales, también es cierto que se ha dado un uso ilegítimo de la violencia por parte de las fuerzas armadas, y así mismo, en algunas regiones perduran el narcotráfico y la minería legal, al tiempo que proliferan las redes locales de poder y corrupción en detrimento de la renta pública.
A nivel burocrático, argumenta el columnista, el Estado no cuenta con funcionarios reclutados por mérito, ni tampoco que defiendan lealmente los intereses colectivos: “El país nunca ha sido una democracia basada en partidos disciplinados que obedezcan reglas electorales de proporcionalidad, donde los ciudadanos puedan manifestar libremente sus preferencias. Por el contrario, las ideologías y el sectarismo han conducido a largos conflictos que han cercenado los derechos de los trabajadores, los campesinos y las minorías étnicas, y han causado masivas expropiaciones de sus modestas propiedades”, destaca Kalmanovitz, quien agrega que las estructuras clientelares, donde se intercambian bienes y servicios por apoyo electoral, han hecho surgir a caciques locales que compran votos.
Ante este panorama, el economista reitera que no es suficiente con una reforma a la justicia, si antes no se construye el Estado desde la tributación justa, la competencia política, el fortalecimiento de los partidos políticos, una oposición vigilante, burocracias autónomas y organismos de control eficientes y sin mácula.