Por: Antonia Gómez Almarales
La mitad de las veces cuando voy a ver una película no sé muy bien de qué trata y antes de ver Mank estaba al tanto de tres cosas: David Fincher dirigía, estaba protagonizada por Gary Oldman y producida por Netflix. Esto lo hago porque no me gusta predisponerme, prefiero descubrir que me sumergí en una comedia o un thriller ya cuando estoy involucrada con la historia. No lo sabía cuando comencé a verla, pero con Mank esto se tradujo en autosabotaje.
Seguimos la historia de Herman J. Mankiewicz (Mank para los amigos), mientras escribe el guion de la ópera prima de Orson Welles: Ciudadano Kane, película que después sería considerada como una de las mejores en el mundo… película que procrastiné ver por mucho tiempo y que, de haber tenido el conocimiento previo que Mank giraba en torno a su creación, hubiera visto antes. Sin embargo, debo decir que no es estrictamente necesario, Mank es un filme que se sostiene por sí solo y que, si bien tener Ciudadano Kane y la historia de Hollywood en la cabeza permite que se disfrute mucho más; verla y luego ver Ciudadano Kane también tiene su encanto y produce un efecto distinto, casi como una continuación lógica.
El director nos cuenta la historia dando saltos en el tiempo entre los eventos que inspiraron la escritura del guion y la escritura per se, en el proceso, conocemos a varios personajes que atraviesan por la vida de Mank y posteriormente influyen en su obra.
La película tiene un gran mérito y buena parte de él deriva de la ejecución misma. Fincher quiso recrear los métodos utilizados en los cuarenta y lo consigue fijándose en los detalles más esenciales. No es sólo rodar en blanco y negro, y tener (falsas) quemaduras de cigarrillo en la cinta, se procuró iluminar las escenas como se hubiera hecho en la época: filmar los recorridos en carro con el fondo falso que se utilizaba en aquel entonces, no nos trae el sonido limpio de la actualidad, sino que el audio está cuidado con tal cautela, que alude a los primeros micrófonos que se usaron para recoger diálogos.
Las actuaciones reflejan el esmero que estos artistas le imprimen a su trabajo. Se nota a leguas que se dedicaron a estudiar minuciosamente la actuación de aquel entonces, pues ésta ha variado bastante a través del tiempo: nace formalmente con el teatro, donde la lejanía del espectador exigía diálogos audibles y gestos grandes; luego, al llegar el cine, se utilizaron los mismos gestos, pero a falta de palabras fue necesario encontrar otras formas de hacerse a entender: se desarrolla el sistema de estudios y aparece el cine sonoro, dejando rastros de la técnica anterior pero agregándole una calidad de audio característica y una entonación inconfundible. A medida que el sistema de estrellas cobra más y más fuerza, el público pide ver la cara de los actores, los primeros planos y planos cerrados se popularizan y ya no requieren de gestos grandes para comunicar, sino una actuación naturalista como la que conocemos en la actualidad.
Los encuadres tienen algunos ecos a Ciudadano Kane y a su vez cuentan con la firma de Fincher en su forma característica de mover la cámara. La cinta en general es bastante oscura, y yo lo interpreto como que, al ser una película que trata sobre lo que hay detrás de una película, sobre la vida real, la intensión de la oscuridad era hacernos notar una ausencia de luces de cine y tratar de situarnos en la cruda realidad.
El montaje utiliza planos largos donde casi que vemos a los actores realizar la escena completa, dándonos la sensación de que estamos allí viendo todo en tiempo real. Me encantó la forma cómo montaron la secuencia del conteo de votos de las elecciones: en un primer momento nos presentan cortes rápidos de los focos a los números, a las personas, el trago, los narradores, los micrófonos y a cualquier otro elemento relevante, recreando los saltos que da la mirada cuando no sabe dónde posarse. La segunda parte de esta escena me recordó de cierta forma a El último hombre (F.W. Murnau, 1924) cuando nos muestran al protagonista borracho, la sobreimpresión de imágenes que hicieron aquí también me gusta bastante.
Estamos frente a una película densa, se sienten sus dos horas y cuarto de duración a causa de la cantidad de diálogos que ofrece y la importancia que cada uno de ellos trae consigo. No está cerca de parecerse a una película dominguera y es probable que más de uno se disperse en el camino. Mank es una bella película que, consciente de que no se puede retratar la vida de una persona en dos horas, nos ofrece un gran vistazo.