Enrique Posada Cano*
Colombia inaugurará, el 7 de mayo del presente año, su tercer Instituto Confucio: el de la Universidad Tadeo Lozano. En 2007 se estableció el de la Universidad de Los Andes y en 2010 el de Medellín, que comparten Eafit y la Universidad de Antioquia.
El Instituto Confucio es para los chinos lo que el Cervantes y el Goethe, respectivamente, para los españoles y los alemanes: el más importante componente de la ‘diplomacia popular’ o ‘poder blando’.
¿Por qué escogieron los chinos el nombre de Confucio para bautizar esta emblemática bandera cultural de su imagen en el exterior? Mi respuesta es: porque nadie como Confucio representa a China de manera más global; porque ninguna otra filosofía como la suya ha penetrado de manera más absorbente el alma y el corazón de un pueblo que representa la sexta parte de la humanidad, y porque, finalmente, el confucianismo es la única teoría china que envuelve unos valores y unos principios que se constituyen hoy por hoy en la respuesta a la necesidad de lograr la armonía y la equidad en el desarrollo económico-social de una nación que se perfila como la primera potencia mundial del siglo XXI.
Una diferencia importante del I. Confucio con sus similares de otras lenguas es que los chinos se alían con universidades o instituciones educativas extranjeras en calidad de cogestoras del proyecto. Aquellos pagan el personal docente chino mientras que la institución local garantiza la vivienda y el seguro médico del mismo.
Hasta hoy son más de cuatrocientos Institutos y 500 ‘Aulas Confucio’ establecidos en 105 países. Las Aulas se especializan en la enseñanza del chino-mandarín para niños y adolescentes. Hasta hoy en nuestro país sólo existe un ‘Aula Confucio’: la del Colegio Nueva Granada.
Según cálculos de Hanban (Oficina del Consejo Internacional para la enseñanza del idioma chino) hoy por hoy la cifra de estudiantes extranjeros de esta lengua es del orden de los cuarenta millones. Desde el año 2005, cuando se fundó el primer Instituto Confucio en Seúl, el gobierno chino ha invertido más de US$ 167 millones en el sostenimiento de dichos centros alrededor del planeta.
Hanban es la entidad propietaria del nombre, el logotipo y la marca de los Institutos Confucio. Tal como acaba de ocurrir con el I. Confucio de la U. Tadeo, para crearse un Instituto o un Aula Confucio deben suscribir dos convenios, uno con Hanban, y el otro, con la Universidad cogestora. En el caso de la Tadeo, nuestra socia es la Universidad de Estudios Exteriores de Tianjin, una institución que cuenta con más de 11.000 estudiantes, buena parte de ellos extranjeros que se alojan en un hotel que aquella universidad tiene dentro de su campus.
Tianjin es, junto con Beijing y Shanghai, uno de los tres distritos especiales de la patria de Confucio. Cuenta con más de once millones de habitantes y es el tercer puerto en importancia de China después de Hong Kong y Shanghai.
Los Institutos Confucio tienen dos tareas importantes que deben cumplir de manera simétrica: la enseñanza del idioma y la ilustración más amplia posible sobre la rica cultura y civilización de China.
Estas instituciones son las únicas facultadas por el Ministerio de Educación de China para certificar el conocimiento del idioma de sus estudiantes mediante un examen equivalente al toefl para el idioma inglés: se denomina HSK y confiere la posibilidad de optar a cinco becas anuales y de integrarse a los ‘campamentos de invierno y de verano’, verdaderas inmersiones en el propio terreno en el idioma y la cultura de China.
No se trata de enseñar exclusivamente mandarín, sino que el Instituto está diseñado para impartir cursos y talleres de cultura china: pintura y música tradicionales; poesía; artes visuales, y dentro de estas, la caligrafía elevada a la categoría de arte; gimnasia rítmica o Tai Chi Chuan, gastronomía, etc. Sobre todo, tiene que constituirse en una cátedra sobre el mayor compendio de sabiduría popular del planeta: el confucianismo.
Confucio nació en el año 551 en Qufu, provincia de Shandong, y murió en el 479 antes de nuestra era, época de ‘los reinos combatientes’ o de ‘Primavera y Otoño’, cuando distintos condes y príncipes se trababan en guerras por el dominio territorial. Resultado, la conformación, a lo largo de los siglos, de esta nación multiétnica, diversa y compleja: China.
La ‘cultura confuciana’ abarca a unos 1.500 millones de asiáticos que habitan, además de China, Japón y las dos Coreas, distintos países del Sudeste Asiático como Singapur y Malasia.
No hubo nunca un Dios en la milenaria historia de China, si por Dios se entiende la noción de un ser sobrenatural, creador del universo. La necesidad de sobrevivir, junto con el peso de su raíz milenaria, fue el signo que marcó la conducta de los chinos durante los dos milenios que precedieron a la política de reformas y apertura posterior a la llamada ‘revolución cultural’, más propiamente descrita por los propios nativos como ‘la década del caos’.
Hacia la octava centuria de nuestra era, China vestía con su seda natural a las cortesanas europeas, para quienes tomar en las tardes infusiones de té preparado con la yerba importada de China constituía una ceremonia. En esa misma época, tal como afirma Carl Jung, los intelectuales europeos se graduaban en el confucianismo. Al gigante tenía entonces la reputación de ser una de las mayores, si no la más grande, potencia moral del planeta.
El confucianismo es la jerarquización absoluta de la sociedad, que ubica al cielo arriba del emperador; debajo del soberano, a los súbditos, y en la cima de estos, al varón como padre o hermano mayor. Es una línea de dominio patriarcal.
Para Confucio, en la raza humana no se distinguían clases, pues lo que presidía todo era la naturaleza humana, lo cual le valió ser condenado a las tinieblas durante la revolución cultural por Mao Tse-tung, quien no podía concebir a la humanidad sino como una división de clases sociales en lucha permanente.
Confucio se quedó solo cuando en las primeras décadas del primer milenio, al entronizarse en el poder el Primer Emperador Qin (259 – 210 antes de Cristo), éste mandó a incinerar sus Cuatro Libros Clásicos. El Emperador militaba en el legismo, escuela adversaria del confucianismo y para la cual los ritos y ceremonias confucianos no eran más que un culto al ocio.
Con el confucionismo estamos hablando de una dominación ideológica que lleva 2.500 años de vigencia. En la “Doctrina del Medio”, obra fundamental de Kun chi, nieto de Confucio, el autor sostiene que el principio fundamental del confucianismo es la benevolencia, ren (仁) o altruismo. La segunda gran virtud es yi, (义) justicia o rectitud. El tercer principio es li (礼) o representación de ceremonias y normas de decoro. El cuarto, chi (智) inteligencia, poder de sabio juicio y discernimiento, y el quinto, agregado posteriormente, xin (信)o fidelidad a la propia palabra.
En cuanto a Deng Xiaoping, el gran reformador de la nueva China, su acercamiento al pensamiento tradicional confuciano es sutil, pero contundente. De modo diferente a como procede Mao, no ataca a Confucio, sino que astutamente se limita a montar sobre la mentalidad confuciana de los 1.300 millones de chinos un modelo económico mixto, neo-confuciano, único en el mundo.
Nada es más confuciano que ese antiguo proverbio del cual arranca Deng para sus reformas: “No importa de qué color es el gato, lo importante es que cace ratones”. Y algo que enfurecía a los izquierdistas en los inicios de la apertura, eran otras sentencias suyas como ésta: “!Enriqueceos!, eso es glorioso”.
O esta otra, que dejaba abierta la incógnita de si el camino que emprendía China en esos momentos era capitalista o socialista: “Tampoco yo lo sé –decía-, dejemos que dentro de cincuenta años las generaciones de entonces lo definan”[1].
[1] Textos Escogidos de Deng Xiaoping (1982-1992) Ediciones en Lenguas Extranjeras, Beijing.
*Director del Instituto Confucio y del Observatorio Asia Pacífico, de la Universidad Jorge Tadeo Lozano.