Por: María José Nieto
El ganador del premio nobel de economía de 1994, el matemático John Nash nació el 13 de 1928 y murió el fin de semana pasado. Su padre, ingeniero eléctrico, y su madre maestra, advirtieron desde muy temprano que la genialidad de su distraído e indisciplinado hijo no lo hacían el más simpático de su clase; de manera que no tuvo amigos, excepto de sus dos vecinos con los que decidió instalar un laboratorio para fabricar explosivos. Semejante experimento concluyó cuando uno de ellos murió al manipular un artefacto que explotó dejando herido al otro, que pronto fue enviado a una academia militar para evitar que siguiera en la misma escuela de Nash.
En la universidad (Carnegie Mellon) intentó sin éxito avanzar en ingeniería química, pronto se inclinaría por las matemáticas, mientras crecía su ensimismamiento y los compañeros se alejaban más de él. Luego, durante la Segunda Guerra Mundial, el prestigio instrumental de las matemáticas para el diseño de modelos de análisis y formulación de códigos secretos, determinó que todas las universidades demandaran gran cantidad de investigadores matemáticos.
John Nash entonces optó por Princeton donde se encontró con Eisntein (quien según Silvia Nassar una vez le criticó el borrador de su tesis doctoral con un desdeñoso “carece de análisis matemático”) y con Von Newman. Allí dedicó toda su atención a la crítica y desarrollo de la teoría de juegos hasta llegar a consignar sus conclusiones en una tesis doctoral de 27 páginas que contenían los nuevos paradigmas conceptuales de una profunda revolución teórica en el pensamiento económico contemporáneo.
La teoría de Nash estudia la forma en que individuos racionales resuelven situaciones de conflicto que tienen costos y beneficios tomando decisiones que llevan a que el “juego” concluya cuando cada jugador, de forma independiente, elige su estrategia dominante en respuesta a la que suponen será la de su competidor. El resultado es un equilibrio no cooperativo en el que los participantes no obtienen el mayor beneficio posible, ni en términos individuales ni en términos colectivos.
Este equilibrio, conocido como “equilibrio de Nash”, permitió reemplazar la hipótesis de racionalidad económica subyacente en los razonamientos clásicos del teorema fundamental de la mano invisible de Adam Smith. Permite además analizar el significado de la hipótesis de racionalidad cuando el nivel de satisfacción de un individuo se ve directamente afectado por las decisiones de otros agentes.
La idea central es que lo racional para un jugador (agente) depende, de manera decisiva, de lo que es racional para el otro; así por ejemplo el juego del dilema del prisionero, utilizado para ilustrar con sencillez la forma en que la racionalidad individual no conduce necesariamente al bien común, tiene como resultado que los dos delincuentes tienen como estrategia dominante confesar e ir a la cárcel, aun cuando existe la posibilidad de salir en libertad si ninguno de los dos confiesa.
De esta forma, la teoría de Nash proporciona nuevas herramientas para el análisis del comportamiento de los agentes en diferentes escenarios estratégicos y pone de manifiesto las fuentes sistemáticas de ineficiencia que existen en las transacciones de mercado. A la vez, abre el camino para demostraciones que contradicen la hipótesis básica de Smith al señalar que las decisiones individuales egoístas pueden ser incompatibles con el nivel máximo de bienestar general.
El legado de esta mente brillante ha sido fundamental para que la microeconomía tradicional avance en el arduo proceso de formalización matemática de sus postulados básicos al desarrollar el método de la teoría de juegos que cada vez es más usado como herramienta de análisis en situaciones en las que las decisiones individuales son interdependientes, como en el caso del dominio de la ciencia política, la administración de empresas, la negociación de conflictos y la biología.