El profesor José Fernando Ovalle, se considera a sí mismo un hombre grande que es egresado de la segunda promoción de la ASAB (en el año 2000), y fue conducido por la vida misma al camino de la Danza Contemporánea que, interpreta como una pregunta. Una pregunta que, en algún punto, debe ser sobre nuestra cultura, sobre las cosas que vivimos, sobre las cosas a las que nos apegamos, sobre las problemáticas sociales que aquejan nuestro país o aquellas cosas que solemos sentir. Para él, la danza contemporánea siempre va a ser una pregunta que le permite reflexionar, que le permite ser; desde el pensamiento y el movimiento, una persona con un lugar en el mundo.
Citó al autor Lucas Condró que, habla de la técnica en la danza contemporánea como una sistematización de una experiencia singular. José Fernando, habla de cómo se pueden sistematizar sus propias posibilidades de movimientos, o sus propios intereses y la concepción de cómo se quiere presentar a sí mismo. Y así mismo, considera que esta danza, posee sus propias exigencias más allá de llenar formatos de códigos de movimientos que se utilizan en otras danzas.
Ejemplifica esto, con el simplemente caminar sobre un escenario y cómo en esa caminata, el intérprete tiene una conciencia plena del tiempo que toma caminando, el cambio de peso que sucede en esta acción y cómo lograr que el espectador vea un universo ajeno a la realidad inmediata; en ello es donde se encuentra una técnica que se aplica a la danza contemporánea.
Mientras que, hay técnicas que proponen cuerpos que, según él, son homogéneos, uniformes o incluso imitaciones unos de otros, la danza contemporánea abre las puertas a la experimentación. Hace especial hincapié en que, la danza y la técnica, son espacios que se retroalimentan y dialogan entre sí todo el tiempo, pero que no se pueden confundir. La primera, es el instrumento para que el cuerpo se pueda conocer y funciona para entrenarlo. Pero la segunda, la danza, propone comprometer el pensamiento y superar la parte ególatra de las formas.
La manera de enseñar a sus estudiantes, se basa en coordinar y ayudarles a que puedan generar diálogos en sí mismos. Que no se queden en la repetición, pues considera que ya existen demasiados bailarines que son muy buenos en ello, pero ahora hacen falta bailarines que cuestionen, indaguen, propongan y no vivan en la automatización de la repetición de códigos técnicos. No importa qué, les enseña a sus estudiantes que deben tener un pensamiento crítico frente a las formas y que deben entender que cuando hacen algo con un proceso, al espectador eso le va a llegar.
El Semillero Cuerpo y Espacio, nació en el año 2011 y, al ser una persona inquieta, José Fernando reunió a un montón de estudiantes y les propuso empezar a entrenar e investigar. Al ser un espacio universitario, señala, debe quitar esa visión del profesor que tiene la verdad absoluta. No. Él se esfuerza en formarlos como seres conscientes que, si quieren bailar, deben empezar por entender su cuerpo, porque eso es una experiencia personal, sensible, en la que se encuentran consigo mismos. Así que, les da todas las pautas, las motivaciones que se le ocurren; textos, poemas, incluso lecturas más académicas.
“Hay muchos referentes. Pero ellos deben tratar de asumir su propio proceso”.
Para José Fernando, estamos en una cultura que cataloga como “horrible”. Donde, estando en un contexto amateur de la danza, los chicos quieren ser todos iguales. Dice que, en la virtualidad, el tiempo y el contexto nos piden que pensemos diferente. Que recordemos que la danza contemporánea no es un deber ser, sino una necesidad de expresarse. Que armar una coreografía puede hacerse con pautas de improvisación para no solo repetir movimientos y que, es un tema de organizar unas emociones en el espacio y trabajar bajo premisas de estados de ánimo o de metáforas, que permiten fijar al estudiante, sus propios movimientos porque cada cuerpo tiene sus propias potencias de movimiento.
Hablando acerca del tema principal de esta versión del festival, para el maestro José Fernando, un cuerpo prosaico o cotidiano, se basa en entender que, en el gesto más simple, puede habitar la danza. y que, un cuerpo poético, es la consciencia que tenemos de ese gesto simple y cómo lo redimensionamos; el entender qué puede hacer el intérprete para que el movimiento cotidiano, se convierta en danza, que el gesto no pierda potencia, sino que se revuelque y adquiera una intención ligada a la necesidad de expresarse. Él cree que hay que conquistar el pensar, el hacer y el sentir. Que se puede reflexionar desde el cuerpo sobre lo que se siente y de allí tomar una consciencia sobre lo que se hace a través de una técnica. Es un proceso paralelo, donde se articulan las tres cosas.
En esta ocasión, no van a proponer algo nuevo en el festival, porque su proceso se ve dirigido hacia un proyecto universitario más académico y porque, considera que es necesario hacer una pausa y darle su tiempo a los proyectos para que se desenvuelvan y encajen. También porque estábamos en un proceso de pensar en la casa como un espacio que se habita desde la danza. Ahora, las cosas se asumen desde un bagaje y una experiencia que permite asumir las clases presenciales, con más entereza. Ahora, cuando ya sus estudiantes entendieron la danza en cámara, deben volver a entenderlo en físico. Leyendo cuerpos, respiraciones, intenciones e impulsos. Así que presentarán de nuevo su propuesta: ¿Nos tomamos un café?
“La danza nos permite reconocernos. Es real, no es abstracto, es real, concreto. Me reconozco en un contexto y en un tiempo específico. Ahora o desde la gente que me precedió en mi núcleo familiar. Reconocerse.”
Nicole Camila Peña Montoya |