Sombras y reflejos

La Brújula

LA BRÚJULA es un medio de comunicación de la Universidad Jorge Tadeo Lozano "hecho por estudiantes y para estudiantes", donde se dan a conocer los acontecimientos y la realidad que influye en la vida universitaria tadeísta.
  • Literatura

Export taxonomy

Destacadas
 Sombras y reflejos
Compartir en
Miércoles, Marzo 5, 2025
Un paso, tras otro paso, luego otro, y seguir adelante. Tal vez, así llegaríamos a casa de la tía, lejos de la finca, lejos de las sombras, lejos de mamá

Escrito por: Luna Martinez  

Editora/correctora de estilo: María Navarro 

ilustrado por: Jean Montoya 

La arena que cubría la carretera se sentía ardiente; aún por debajo de las chanclas, picaba y arañaba. Nos cubría enteros. A veces pasaba un carro y saltábamos a la selva; nadie podía vernos porque no se sabía dónde se escondían las sombras. De ellos teníamos que cuidarnos. Luego de esos brincos espontáneos volvíamos a la carretera, que, aún más caliente, aún con la arena alborotada, se nos pegaba a la piel y cosquilleaba dentro de los pulmones.

Yo marcaba el paso, aunque no a mi ritmo, porque con el miedo que sentía en el pecho, las manos y los ojos, habría salido a correr de estar solo. Paso adelante, respiro. Paso adelante, contemplo. Al ritmo de los piececitos pequeños de mis dos hermanas. La más pequeña había aprendido a contar hasta diez el mes pasado; aún le escurrían goterones transparentes por el rostro, pero en silencio. La otra, solo era dos años menor que yo, tarareaba la canción que mi papá antes cantaba cada momento del día: cuando se levantaba, cuando veía a mi mamá, cuando comía los huevos revueltos, cuando se ponía las botas y se despedía de todos, feliz. Ahora la canción se encontraba distorsionada, agujereada…

Cuando las sombras volvieron al pueblo, nadie supo resistirse. Las historias de otros tiempos pesaban, y los fantasmas enterrados en nuestro cementerio recomendaban no alzarse en contra de su viscosidad, estruendo y nauseabundo aliento. A los niños no les ofrecían dulces; a su oído susurraban futuros distintos, decentes… añorables. Yo nunca hice caso de sus promesas. En casa tenía todo cuanto quería, y si me esforzaba lo suficiente, conseguiría estudiar. Antes, era una posibilidad. En casa tenía todo cuanto necesitaba, y las sombras se dieron cuenta.

En casa se había quedado mi mamá, arrodillada, rezando. Tal vez ahora que estábamos lejos, ya lloraba nuestra distancia, lloraba la ausencia del canto de papá, el recuerdo de los ladridos de los perros que habían aparecido ahogados una mañana. Lloraba las promesas en el aire, en la tierra. Ahora que estábamos lejos, que mis hermanas no me veían el rostro, yo lloré junto a mamá. Se me quemó el rostro, porque cuando las lágrimas son de odio y amargura, no de tristeza, tienen la temperatura de la tierra al mediodía.

"Pronto llegará el día de mi suerte"

No había sido la voz de mi hermana. No había nadie alrededor. Miramos el cielo esperando encontrar a nuestro padre cantando. Tampoco. Solo nos rodeaban chicharras y grillos, siempre dispuestos a amenizar el silencio; monos escondidos que observaban atentos; un rastro de hormigas rojas, laboriosas, bordeando el camino.
Antes de verles, los sentí. Su viscoso, estruendoso y nauseabundo aliento se podía percibir de colina a colina. Estaban cerca. Nos tenían. No había escape, y si corríamos, no existía esfuerzo comparable a su fuerza violenta.

Mis hermanas estaban escuchando. Aún no los habían olido, pero sabían que estaban cerca. La más pequeña ahora lloraba con toda la fuerza que sus pulmones reservaban. Berreaba. La otra empezó a cantar, igualita a papá, imitando sus entonaciones, la risa intercalada entre las frases, el suspenso antes del coro. Fue la última vez que escuché esa canción, la última vez que vi cómo nos parecíamos tanto.

Me giré hacia la selva con los pies apoyados, casi enterrados, en la carretera. Observé detrás del follaje que nos dividía del mundo maravilloso. Mariposas blancas revoloteaban, nos rodeaban, nos invitaban. Cuando una se posó en la punta de la nariz, escuché el golpeteo de las botas negras y pesadas detrás de mí. Parpadeé, contemplé, tomé de la mano a mis hermanas y aleteé.

El relato anterior es un acercamiento narrativo a las problemáticas del conflicto, en concreto, del reclutamiento forzado de niños, niñas y adolescentes. Inspirado y documentado desde el tomo de la Comisión de la Verdad: No es un mal menor. Invitamos a la divulgación, la documentación y el diálogo en torno a problemáticas de coyuntura social.

 

Reconocimiento personería jurídica: Resolución 2613 del 14 de agosto de 1959 Minjusticia.

Institución de Educación Superior sujeta a inspección y vigilancia por el Ministerio de Educación Nacional.