Redacción: Sofia Acero
Ilustración: Leonardo Gomez
Llega la época amada por muchos, y forzosamente soportada por otros. Las opiniones se dividen entre la idea de que Navidad es un momento donde la armonía y la paz florecen, los colores lo invaden todo alegrando los corazones, la comida, por algún extraño motivo, se multiplica, y la disfrutamos sin pensar en los kilos de más que llegarán junto con el Año Nuevo. Por otro lado, están aquellos que ven estas fechas como una excusa más para gastar y endeudarse, ya que bajo toda esa fachada de paz y amor, se esconde el estrés por todas las tradiciones que conlleva participar de la celebración: Decorar la casa con el árbol mejor decorado, más frondoso y más grande, estrenar ropa de moda para el 24 y el 31, dar el mejor regalo (entre más, mejor) y tener las vacaciones perfectas para compartir por las redes sociales. Sin algún punto cumplido de los anteriores, posiblemente la fiesta no sería completa.
Hemos caído en la trampa de creer que somos lo que tenemos, cuando en realidad somos más que la marca que vestimos, el salario que ganamos, el computador que tenemos o la universidad en la que estudiamos. El afán de parecer, más que de ser, nos ha llevado a arañar cuanta promoción encontremos para dar regalos por cumplir un compromiso, de recorrer tiendas con una necesidad arraigada por estrenar, de sobregirar la tarjeta de crédito con tal de mantener las apariencias. Hemos convertido la Navidad en una carrera de quién da más, de quien tiene más, olvidándonos de que va a llegar enero, y las deudas que decidimos adquirir para satisfacer e inflar egos se van a tener que pagar, porque en la vida real, los “Milagros de Navidad”, no existen.
Sé que todos conocemos a algún “grinch” de la Navidad, que prácticamente se vuelve verde en cuanto estas fechas empiezan a saludarnos. A mi alrededor he visto cómo los ánimos de las personas decaen en cuanto revisan su billetera o su cuenta bancaria y se dan cuenta que no les alcanzan para todo lo que la Navidad exige; que la prima no alcanza entre tres hijos que solo esperan el final de mes para sacar sus listas de peticiones, cuál carta a Papá Noel, y ver pasar a las personas llenas de bolsas de distintas tiendas no ayuda tampoco.
¿Es realmente necesario dar regalos, llenarse de deudas y vivir en estrés para celebrar Navidad? No. Es momento de retomar esos clichés que priorizan el tiempo en familia
y el agradecimiento por todo lo que tenemos; sacudirnos de una realidad que no es sana y que busca ahogarnos en un molde imposible. Debemos retomar aquellos momentos de infancia en los que estábamos felices corriendo con nuestros amigos del barrio, sin importar que los zapatos con los que pateamos el balón fueran nuevos; maravillándonos con las luces que adornaban cada casa y ayudar a pintar los hombres de nieve que invadían las calles, esperar ansiosamente la media noche para destapar una caja que podría no contener lo que queríamos, pero con la emoción que corría por nuestras venas era más que suficiente. Para celebrar Navidad necesitamos quitarnos la máscara de adultos y pasar unos días siendo niños.