Redacción: Sofía Acero
Ilustración: Sofía Camero Cartagena
No recordaba la última vez que se había preparado arroz con leche, pero al pensar en su suavidad, en el olor tan dulce que desprendía, en el queso estirándose al tomar una cucharada, en el sabor de la canela y las uvas pasas que se perdían entre esta mezcla lechosa y deliciosa… no pudo evitar comprar todos los ingredientes y dirigirse a su casa a preparar este exquisito platillo que había acompañado a su familia durante tantas generaciones, sobre todo después de enterarse de que se estaba formando una nueva vida en su interior.
Cada cucharada era un recuerdo: la primera vez que intentó montar bicicleta sin las ruedas de apoyo y terminó en el piso con las rodillas peladas, y cómo su madre la consoló con una calma infinita, limpiando sus lágrimas y sirviendole una gran taza de arroz con leche. O aquella vez que sintió como su corazón se partía ante el rechazo del niño que pensaba que iba a ser el amor de su vida, pero no resultó, y llegó a la casa con los ojos llenos de todo lo que no pudo ser; su papá, experto en reconocer que las cosas no iban bien, buscó el libro de recetas de su esposa y se dispuso a preparar el mejor arroz con leche que hubiesen probado… tampoco resultó, pero obtuvo como recompensa la sonrisa de su hija y unos ojos que lo miraban con adoración.
Ahora que lo pensaba, su vida estaba marcada por ese platillo tan banal para muchos, pero tan significativo para ella; por algo su primer impulso en el momento en el que su vida parecía sufrir un terremoto fue recurrir a este, así como lo hizo su abuela cuando en una tarde de domingo, después de haber almorzado y compartido anécdotas, llegó el momento agridulce de las onces al caer la tarde, en el que todos volvieron a la mesa expectantes ante el olor que salía de la cocina y se toparon con la noticia de que su abuela iba a dejarlos pronto, a causa de un tumor inoperable que crecía con unas ganas por vivir tan grandes, que dejaba a su querida abuela sin una pizca de aliento. Contrario a lo que se podría pensar, el arroz con leche fue un amortiguador a una noticia desastrosa como esa, todos respiraron profundo, se miraron unos a otros y como si fuese un acuerdo tácito se dispusieron a hacer que ese momento entre arroz, leche, uvas pasas y queso, fuese el mejor que su abuela pudiese recordar.
Lo mismo ocurrió años después, cuando su madre decidió adoptar la misma costumbre de su abuela de recurrir al arroz con leche como un antídoto para todo lo que estaba mal en el mundo. Así fue como con emoción le comunicó a la familia que en los próximos días llegaría una nueva persona a convivir con todos ellos, seis pares de ojos se quedaron mirándola fijamente, su esposo y sus dos hijas no entendían nada, hasta que les contó una historia tan surreal que parecía sacada de un cuento, pero que se vio materializada cuando, flaco, asustado y desgarbado, llegó un niño de unos tres años que había sido abandonado en el hospital donde trabajaba su madre, y que ahora, según ella, era su nuevo hermano. Fue recibido, como no, con un tazón caliente y rebosante de arroz con leche, que le calentó el cuerpo, le llenó la barriga y le trajo promesas de un mejor porvenir.
Justo terminaba de disfrutar su arroz con leche cuando la puerta de entrada se abrió con su chirrido característico, había llegado el momento de decir en voz alta aquella condición que estaba plasmada en un papel, algo que cambiaría su vida y la de su novio. Perdida en sus pensamientos, sintió un beso cálido en la mejilla que la hizo volver al presente, sonrió y se dispuso a servir otro plato de arroz con leche. Su novio mostró sorpresa, pero el rugido de su estómago demostró lo hambriento que estaba después de un largo día laboral. Permitió que comiera tranquilo mientras, entre bocado y bocado, le compartía cosas sobre su jornada; le llenó nuevamente el plato, confiando en lo que decía su abuela cuando afirmaba que a los hombres se les llegaba por el estómago. Cuando terminó suspirando satisfecho, notó la mirada inquieta de su novia, tomó su mano y le preguntó qué tenía.
- Tenemos que hablar...