Redacción: Laura Ruíz
Fotografía: Lina Gasca
Podcast: Johana Karina Castañeda
—Estoy harta de la injusticia que vive mi país, no podemos seguir guardando silencio— dijo una estudiante llamada Luisa Rodríguez mientras una agrupación de manifestantes conformaron un círculo de diálogo frente a unos carteles pintados con los rostros de los líderes sociales. Cada persona que se acercaba elevaba su voz en un grito de inconformidad, exigiendo el respeto a la vida de quienes luchan día tras día contra las injusticias sociales.
Era una tarde nublada en las calles agitadas de Bogotá cuando un grupo de ciudadanos de todos los lugares se juntaron en el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación para alzar sus voces y luchar en contra de todas las formas de violencia e injusticias que atraviesa el país. Muchas personas expresaron su oposición y rechazo contra los asesinatos de líderes sociales y defensores de derechos humanos, a través de banderas blancas, pancartas, fotografías y múltiples manifestaciones artísticas.
—He marchado toda la vida por las causas de las mujeres, por la inequidad existente pero día a día se acrecientan los asesinatos, las torturas, las desapariciones de mujeres. Pero a mí lo que me gustaría es que las marchas fueran mucho más masivas, porque esta indiferencia nos mata, pero es imposible mover el corazón de otra persona, eso tiene que nacer de sí mismo— expresó Elsy Valero mientras su voz se entrecortaba y sus ojos se humedecían.
Casi llegaba el momento en el que empezaría a movilizarse la marcha y aquel lugar se transformó en un espacio de resistencia social que se expresó de diversas maneras. Una de ellas fue la protesta contra los distintos maltratos contra la mujer que fue representado por el movimiento feminista conocido como Ruta Pacífica de las Mujeres, quienes manifestaron su rechazo total contra los asesinatos de las lideresas y defensoras de derechos a través de un mural de color morado con todos los rostros de las mujeres, acompañado de unas grullas de origami en papel blanco como símbolo de la paz.
—Estamos aquí, este 26 de julio, para marchar en protesta porque el gobierno no nos está defendiendo, no sentimos que nos estén protegiendo y esta es una manera de visibilizar los crímenes de lesa humanidad. Esto representa mucho para mí, porque es una forma de decir “aquí estamos” es un hecho que nos están matando, que es un asesinato sistemático y están violando un derecho fundamental que aquí en Colombia debería ser protegido— expresó una de las mujeres pertenecientes al movimiento quien prefirió reservar su nombre.
—¿Por qué?¿Por qué nos asesinan, si somos la esperanza de América Latina?— Gritaba la multitud enfurecida e indignada, mientras sostenían una gran bandera blanca y se acercaban a la Torre Colpatria. La voz del pueblo enardecía sosteniendo un canto iracundo que repetía “para la guerra NADA, para la paz TODO” mientras el cielo se teñía de gris y un arcoiris se imponía en medio de un atardecer lleno de resistencia y convicción.
La movilización también fue el escenario para reconocer el dolor del otro, un dolor que no es ajeno y nos pertenece a todos como comunidad, recordar que la diferencia no es algo que nos divide, sino que por el contrario nos enriquece como personas. La música y la danza folclórica fueron algunas de las representaciones que cobraron fuerza en medio de la jornada como expresiones de protesta por medio de otros lenguajes que nos sensibilizan y nos unen.
—Esta es la verdadera propuesta del pueblo colombiano que está cansado de tanta desgracia. Este es un país hermoso, grande y rico; con un folclore, una música y unas personas increíbles. Nosotros por medio de la danza queremos expresar nuestro rechazo a la violencia— dijo Ligia de Granados quien es la directora del instituto de ballet folclórico colombiano, mientras se escuchaban las tamboras retumbando a nuestro alrededor junto con el sonido de las trompetas y mujeres danzando con sus vestidos largos y coloridos.
—¡Despierta!— Gritaba la joven mientras lanzaba una mirada directa e imponente cargada de dolor e impotencia. Su rostro estaba completamente oculto por una capucha negra mostrando solamente sus ojos, su piel vestía un color rojizo por una pintura dejando al desnudo su torso, mientras cargaba en sus hombros la bandera de Colombia. Se trataba de una representación teatral y artística conformada por distintos jóvenes encubiertos, pero la fuerza de sus gritos eran como un disparo desgarrador contra la indiferencia y la violencia. Y la gran pregunta que rondaba en sus gemidos era “¿Dónde están?”
La noche tomaba fuerza por las calles tumultuosas de la séptima, una aglomeración de personas recorrían aquellos callejones que guiaban a la Plaza de Bolívar recargados de energía vigorizante, pues su indignación y resistencia era clara: ante la violencia ni un segundo más de indiferencia. Mientras tanto, la multitud se asomaba con sigilo para observar una especie de ritual simbólico que consistía en un cartel gigante sobre el piso que atravesaba toda la calle con más de 400 fotografías y nombres de cada líder que ha sido asesinado en el país, acompañado de velas encendidas y flores como muestra de respeto.
La plaza central de la ciudad se vistió de blanco en medio de la noche turbulenta e iluminada por las llamas de las velas como símbolo de las voces inquebrantables que ni la violencia podrá silenciar, ni las balas apagar. A pesar de la energía del lugar, habían instantes perdidos que se los llevaba el viento, quizás por el desconcierto de lo inexplicable, ese instante absorbía nuestras emociones y nos atravesaba la garganta como un filo desgarrador.
Los gritos resonaban con energía colectiva, como si los miedos se hubiesen escabullido en un rincón y la fuerza se apropiara de los sentidos. La plaza fue el escenario donde se concentró el estallido de la lucha social. “Los líderes gritan lo que el gobierno no quiere escuchar” decía uno de los carteles que sostenía una joven con la mirada firme y el cuerpo enérgico, en la oleada de pancartas que expresaban inconformidad.
En medio del estrépito de la noche, surgió de repente una procesión de personas que iban sosteniendo un cartel blanco con el nombre de cada uno de los líderes sociales que han sido asesinados, en una forma de mostrar que tras las cifras interminables, se esconde una historia, una cicatriz , un recuerdo que ha sido arrancado con violencia.
Los versos de la música iluminaron el corazón de cientos de personas que se reunieron en aquel lugar. Lo que parecía perdido y olvidado se restauró en un instante, porque la poesía y las cuerdas de la guitarra agitaron las lágrimas y sacudieron la sensibilidad de los ciudadanos. Katie James nos estremeció con sus composiciones y nos recordó las raíces que nos unen como pueblo y las razones para luchar contra el silencio frío de la indiferencia. Una de sus canciones decía:
Colombianos, el que mata inocentes ha perdido la razón
Pero el que guarda silencio al ver morir su gente, ha perdido el corazón.
Al finalizar la noche, las voces de los líderes sociales se elevaron sobre las luces de las velas que iluminaban el lugar mientras la multitud emocionaba levantaba un grito que se extendió por todo el centro de la ciudad repitiendo:
—¡Resistencia! ¡Resistencia! ¡Resistencia!”
De repente, Lucho Acosta, Coordinador Nacional de la Guardia Indígena fue el primero que tomó la palabra pidiendo que sus palabras llegaran al corazón y a la madre tierra, exigiendo la protección de las personas que se atrevían a luchar por los derechos humanos.
—No podemos seguir tiñendo estos abusos y asesinatos con un color político que justifique esa violación o que intente volverla invisible. Quiero hacer entender que quienes protestamos por el asesinato sistemático de líderes sociales en todo el territorio nacional también nos indignamos por el abuso sexual a los niños, por el asesinato y acoso a las mujeres, por todas las muertes violentas que ocurren en nuestro país. Nosotros estamos contra lo inhumano y esa bandera no tiene color político— expresó una de las lideresas que alzó su voz en contra de las injusticias, mientras el grito de la marcha finalizaba clamando: “No más violencia”.
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