La maestra en artes escénicas, Ana Milena Navarro, gestora cultural, bailarina e investigadora, comparte su reflexión acerca de la danza contemporánea. Para ella, es algo individual que apunta a la creación de una manera propia en que el cuerpo se expresa y crea. Desde su experiencia es una idea de una poética particular: “Para mí, tiene que ver con un lenguaje que se construye en donde confluyen la libertad de la creación y, sobre todo, la emancipación de no tener una forma concreta”, anota Ana Milena. Es aquel lugar en que reposan las preguntas del cuerpo y sus propias maneras de representación. Ante la pregunta de ¿Cómo se adquieren diferentes estados del cuerpo? La respuesta es que allí es donde se cumple una función semiótica, de crear ese lenguaje propio como individuo.
La importancia de este género de danza radica en que se puede acceder a ella, sentir y estar en ella. Esta misma experiencia permite conocer el mundo, investigar y, a través de esta acción, proponer otras estéticas. La danza posibilita crear un universo sensible generando una manera de estar. Incluso, Ana Milena dice algo muy cierto, y es que, la danza es una manera de resistencia que replantea y lleva a no caer en los cánones preestablecidos que cierran y delimitan. Con la danza, éstos vuelven, se abren y se expanden.
Durante la pandemia Ana Milena ha experimentado la idea o la concepción del público virtual por medio de una mirada en la que resuena los aplausos, que abraza, que se puede incluso tocar; se ha transformado y obliga a verlo desde otra perspectiva, y el artista escénico se vuelve una especie de imán.
“Es una cuestión que tiene que ver con la sensibilidad, y una mirada más profunda y detallada de ciertas cosas. Eso nos ha permitido la virtualidad”.
Desde su perspectiva, parece que los artistas sufren de una especie de nostalgia congénita masiva sobre cómo era el público antes. Pero, ahora lo importante es que, las audiencias se han expandido a gran escala, y a pesar de haber un permanente tránsito de intereses, siguen allí. Porque todos necesitamos ese lugar de encuentro y de arte con el otro, aunque sea desde la virtualidad, se necesita sentir la presencia. Y ese concepto de presencia, se está replanteando; no está circunscrito a lo real, al toque, a la piel, al contacto solo en físico, pues ahora se reconoce que sí existe en el contacto con la mirada. Ahora se desarrolla una conexión que va mucho más allá de lo físicamente sensible.
“De alguna manera, el público también encontró maneras de interlocutar, de aplaudir, de devolver y de demostrarse interesado en nutrir ese espacio que tiene la creación y la danza.”
Para los artistas, en sus diversos oficios, la pandemia ha sido un lugar de gran aprendizaje, ha sido un espejo; positivo o negativo, pero aprendizaje, al fin y al cabo. Las maneras de entrenamiento y las formas pedagógicas, tuvieron que sufrir cambios drásticos por la necesidad de adaptarse a ver el cuerpo como una extensión tecnológica. Se tuvo que cambiar el foco para poder crear desde allí.
Ana Milena cuenta cómo ella y su compañera de piso durante el confinamiento se pusieron el reto de hacer veinte coreografías en veinte días, para poder sortear la necesidad de la danza; existía allí una necesidad de encontrarse con ella, una angustia de no sentir su llamado, de su ausencia. Aunque menciona que, realmente la danza siempre ha estado allí, y ha permitido a los creadores cosechar ideas que ya venían cocinándose, por decirlo de alguna forma coloquial. Para ella, este momento de la pandemia le ha permitido reencontrarse consigo misma y ha podido mantener procesos creativos vivos; algunos con personas de Brasil y Cartagena en que hicieron intercambios de semilleros de investigación. También ha podido mantener la chispa de vida, trabajando desde casa, con su Semillero de Investigación MAT – Movimiento, Arte y Territorio del grupo de Investigación TEI en la Universidad del Atlántico.
“También como una manera de salvaguardar ese estado melancólico y ese estado caótico que nos ha dejado la pandemia, y poder apaciguarlo a través de la creación”.
Experimentando un poco con la imaginación, Ana Milena estructuraría una coreografía de Bogotá, como un espacio de cuerpos externos y con movimientos lentos, proponiendo un lugar de resistencia a la velocidad que exige esta ciudad. Una idea o llamado que anima a la contemplación a lo diverso y lo plural que se encuentra en los cruces, en las esquinas, en cada semáforo, en toda la arquitectura que compone esta ciudad; la transformaría en un paisaje de creación. Los cuerpos se moverían despacio, en oposición a su capacidad de pensar muy rápido, esos cuerpos estarían en estado de observación e investigación. Un ralentí dentro de tanto caos e información. Como un momento de parar y contemplar.
Para ella, la prosa es un tipo de escritura y este término de la literatura, pasado a la idea del cuerpo, tiene que ver con la experiencia y con la relación del mundo. Desde un punto de vista fenomenológico, el cuerpo desarrolla una manera de pensar y de conocer el mundo. Así qué, un cuerpo prosaico desarrolla una escritura específica, que surge de sus experiencias y se mezcla con su historia, sus saberes, sus ideas, sus cicatrices, sus huellas.
“Es ese cuerpo del cotidiano, el que vivimos día a día, un cuerpo que se presenta a sí mismo de manera natural y orgánica”.
Ahora bien, el cuerpo poético, lo entiende como la organización sensible de toda esa experiencia, que produce un sentido acerca de todos esos saberes. Existe un cruce que genera una forma de escritura, que es el lugar mismo de la percepción sobre cómo trabajamos las vivencias, las entendemos y simplemente las vivimos. La danza, trabaja y construye todo esto, dentro del cuerpo poético.
Todo esto, nos lleva a esta versión del festival, que tiene un histórico de más de 20 años y que, para Ana Milena, ha sido muy determinante dentro de la historia de la danza en la ciudad; más específicamente, la historia de la danza de las universidades. Menciona que, cuando se es estudiante, existe la necesidad de entender un poco más allá de la especificidad de la carrera y se encuentra en un momento en que se quiere explorar el mundo. La danza contemporánea, brinda una magnífica manera de creación, se convierte en un lugar seguro para encontrarse y de alguna manera, estar mucho más cercano a la construcción de la identidad; donde se reconoce el gesto, el cuerpo, la mirada y claro, las formas de ser de quienes le rodean. Y esto, es un gran triunfo.
Este festival, ha comprometido el movimiento de artistas, universitarios y de espectadores. Ha creado una idea del lenguaje y un material que existe ahí, que se vincula a la historia de los cuerpos, principalmente a la experiencia de los estudiantes. La danza contemporánea, aplicada en este festival, ha configurado un espacio temporal en las universidades, de una experiencia que precisamente, contiene un movimiento que transforma y genera lazos visibles e invisibles sobre la idea de lo que el cuerpo puede hacer y lo que significa en la vida, exponiendo cómo el cuerpo interactúa en las carreras, en los oficios que escogemos, y está allí presente.
“La danza contemporánea, ayuda a habitar esos cuerpos y a interrogarse”.
En esta versión, lo que los participantes podrían percibir, termina siendo una pregunta casi investigativa. Es una cuestión que hace surgir en Ana Milena la duda de, ¿Cómo resolvemos en la cotidianidad esa poética?, ¿Cómo el estudiante la moldea, la crea, la cambia, la transforma? Para ella es importante las prácticas cotidianas para este festival, porque se convierte luego en un proceso cultural que muestra, acompaña y expone una producción de sentido. Este festival nos permite ver el cuerpo como un proyecto intercultural que habla desde dónde se vive la ciudad, la juventud, los cambios políticos y el espacio que nos acoge en nuestras arquitecturas. Y de alguna manera, el estudiante al hacer las veces de intérprete, lo va habitando hasta poetizarlo.
“Las maneras desde donde resistimos y de donde vienen nuestras experiencias, creo que esa manera prosaica de la cotidianidad… Creo que hay mucha información ahora con el asunto de la pandemia, la política, la economía, hay una lectura de una inestabilidad y de una angustia por ese futuro, ello nos obliga a estar muy en el presente y entender ese cuerpo del aquí y el ahora. Ese cuerpo cotidiano”.
En este momento, Ana Milena no hará parte de ninguna puesta en escena de esta entrega del 23avo Festival Universitario de Danza Contemporánea. Pues su proceso creativo se encuentra disperso en diversos focos que tienen que ver con la virtualidad desde el semillero de investigación que encabeza. Ella comenta que, se han visto un poco obligados a ser creativos y a desarrollar diversas maneras de explorar la idea de la danza frente a la cámara; se centra en el desarrollo de la lectura que se hace de la ciudad desde el patrimonio y la arquitectura, que viene de la experiencia sensible de lo que es ocupar un espacio.
También se encuentra trabajando sobre temas actuales, por ejemplo, la migración y cómo es esta experiencia desde una perspectiva que no se sitúa en ningún lugar. Que involucra el paisaje y los elementos naturales, como una fuerza que subyace y atraviesa el cuerpo en una relación mucho más abierta y contundente con el paisaje desde ese vigor. Tiene bastantes líneas de trabajo, entre ellas, durante la pandemia emprendió un proyecto sobre prácticas culturales y artísticas para las víctimas del conflicto armado, que parte de preguntarse ¿Cómo contamos la verdad a través de procesos artísticos como la danza?, ¿Cómo el cuerpo relata esas ideas de: verdad?, que están escritas en los cuerpos de las víctimas de nuestro país, aquellas en que el conflicto armado ha dejado una huella tan profunda.
“¿Cómo entendemos ese proceso y contamos la verdad desde esa piel y esa memoria a través de la danza?”.
Nicole Camila Peña Montoya |