Redacción: Diego Camilo Quijano González
Trabajar como fotógrafo permite derrumbar la barrera de la timidez, de la clase social, de la antipatía, del egoísmo. La cámara se convierte en un espejo que anula al fotógrafo y permite coquetear al modelo sin ningún prejuicio; éste es consciente de que lo están retratando, le seduce ser reproducido y representado por la fotografía. Gracias a esto pude acercarme a personas que nunca imaginé y así poder contar esta historia.
Eran las tres de la tarde en un día caluroso del 11 de marzo en la ciudad amurallada; Diego Aretz, jefe de prensa de la edición número sesenta del Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias, reunía algunos integrantes de su equipo para poder cubrir la inauguración de “Cine en los barrios” en la ciudad. –Diego, necesito dos fotógrafos ya– me dice. –Dale, de una– me ofrezco sin pensarlo; arrancamos hacia un suburbio cartagenero junto con Valentina Duque, otra fotógrafa y Diego Díaz, director de cubrimiento de “Cine en los barrios”.
Después de quince minutos de camino, subimos una loma, donde habían casas que contrastaban con los lujosos hoteles de Bocagrande, el Laguito y la Boquilla. Desde el carro se podía ver a la lujosa Cartagena; como un paisaje inalcanzable desde donde nos encontrábamos. Entre más subíamos, más me daba miedo sacar la cámara, pues los policías que veíamos nos decían que cuidáramos los equipos que llevábamos.
Subíamos y subíamos, el chófer de vez en cuando se detenía y bajaba la ventana. – “Buenas, estamos buscando un barrio llamado ‘La bendición de Dios’ ”–
La gente se quedaba mirando –Siga subiendo– decían.
Al llegar a un colegio, fueron los niños los que nos dijeron dónde quedaba tal lugar.
Al llegar casi hasta la punta de la montaña, un policía nos indicó el camino., Nos empezamos a encontrar muchas casas diferentes a las que habíamos visto antes; algunas eran de madera y bahareque, y ya no había pavimento. Pensé en la seguridad de los equipos, en la de nosotros; si de repente iban a salir a robarnos. Me pregunté “¿qué tiene de bendición esto?” Puro pensamiento neocolonialista.
Al llegar al sitio, no solamente me tranquilicé, sino que también me extrañó la presencia del ejército y la policía. Pues claro, no estaban cuidando a las personas que vivían ahí, no estaban cuidando a nosotros, a los intrusos; a ese grupete de blancos, con ropas y vestidos elegantes, cámaras, celulares y gafas de sol que pretendían llevar cultura y cine a este lugar donde apenas se puede sintonizar los canales nacionales.
Atravesamos un corredor con casas de madera en ambos costados; había un soldado cada dos metros; al final del corredor estaban unas viviendas que, notablemente habían sido pintadas hace muy poco. Al otro lado se veía un espacio amplio donde el equipo de “Ruta 90” de Cine Colombia armaba la sala de cine al aire libre. Se podía distinguir claramente la modernización en la que vivía la comunidad en ese momento; no sólo por la presencia de la fuerza pública, sino por el hecho de arreglar y embellecer las casas, llevar la pantalla, el sistema de sonido, los fotógrafos y camarógrafos que íbamos a registrar el momento en que los altos representantes del festival iban a llegar con sus vestidos y trajes elegantes a mostrar, alimentando una fachada, que únicamente nutre a la farándula mediática y pasajera a la que está acostumbrada la sociedad colombiana; el siguiente día, ya no iba a haber gente famosa, ni sillas, ni maíz, ni bebidas, ni policía. Solamente un barrio, que, de bendición, solo tendrá la inocencia de las almas infantiles.
Observaba a mi alrededor. Muchas personas se paraban al frente de las entradas de sus casas y veían cómo se alzaba el escenario para el estreno mundial. Yuldor Gutiérrez, el director de la película “Ángel de mi vida” observaba como se levantaba la pantalla inflable. Fue la primera vez que se proyectó su película a nivel mundial.
–Estoy muy feliz de estar acá– me dice Yuldor.
–¿Va a asistir a la inauguración del festival en el TAM?– le pregunto.
–No, prefiero estar acá, me siento más emocionado con todas estas personas, con todos estos niños. Esta película fue hecha para ellos–
Mientras pasaban los minutos, y la sala de cine improvisada de la “Ruta 90” se veía con más forma, me quedé observando ese paisaje blanco con esos edificios melancólicos que se imponían en el cielo cartagenero y que contrastaban con el colorido de las casas de madera. No pude dejar de pensar en las distintas formas de búsqueda de la felicidad: entre sencillez y soberbia.
El sol se aproximaba al horizonte, las sillas estaban casi todas puestas en su lugar, la pantalla firme. Se podían escuchar las pruebas de sonido, mientras los niños se iban sentando con sus bolsitas de maíz pira, miraban atentos a la pantalla, ansiosos de ver qué salía. Diego Aretz, el jefe de prensa del festival, se acercó a uno de los niños y lo entrevistó. Hubo una frase que nos marcó a los que estábamos escuchando la conversación de él y una niña:
–¿Qué es lo que más te gusta de vivir acá?
–Jugar con mis hermanos y mis amigos.
–¿Y lo que menos te gusta?
–Qué se lleven a mi papá.
–¿Quién se lo lleva?
–La policía.
Era fácil dejarse contagiar con de la felicidad de los niños. Pero la realidad va más allá de un simple intercambio de palabras, comida, gaseosa y una película; ya que ellos viven una realidad diferente cada día.
Cuando yo estaba casi listo, llegaron los invitados especiales; por un lado, estaban los actores principales de la película: Virginia María Machado, Junior Polo, Braian Villa Abaraad, Alfredo Pérez. Todos seduciendo a la cámara y dejándose contagiar por la acogida de los niños. Por el otro lado, se hicieron presentes Lina Rodríguez, directora general, Felipe Alujer, director artístico y Hernán Guillermo Piñeres, presidente de la junta directiva del FICCI. Más pendientes de los medios presentes y hablando entre ellos, esperando a que la función iniciara para poder ir a la gran inauguración del festival.
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En la noche, ya todo estaba listo para el tan esperado estreno. Todos los niños estaban sentados en primera fila, los adultos, detrás de las sillas, escuchaban con atención las palabras de Yuldor que pasó al frente. –Estoy muy emocionado, no se imaginan la felicidad que siento, a todo mi equipo y a todas las personas de esta comunidad, muchas gracias– dijo Yuldor con una voz entre cortada. Sin más que decir, se inició la proyección de la película, inaugurando “Cine en los barrios” del Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias. No obstante, los directores del festival partieron minutos después de haber iniciado la película, pues no se podían perder la inauguración “real” del festival en el Teatro Alfonso Mejía dentro de la ciudad amurallada. Partieron como llegaron, en silencio. Minutos después, nos marchamos también, pues debíamos cubrir esa ceremonia de igual manera.
A las ocho de la noche, llegamos el equipo de prensa faltante; todos vestíamos de blanco de pies a cabeza. Me ubiqué en la entrada del teatro para fotografiar los rostros de los invitados. Muchas personas, miraban hacia abajo, miraban el celular. Recuerdo haber leído ese día que se había comprobado el primer caso de Covid-19 (Coronavirus) en Cartagena. Era una ciudadana de 85 años británica que había llegado a la ciudad en un crucero desde las Bahamas. No obstante, cuando las personas se daban cuenta de la presencia de un fotógrafo, las sonrisas invadían sus rostros y miraban fijamente a la cámara.
–¡No podemos dejar entrar a más personas! – Gritó una chica encargada de la logística del teatro. Sólo podían ingresar los invitados al teatro, pues según lo acordado con la alcaldía, solo podían permanecer 400 personas en un recinto cerrado. Más de 300 personas, que no pudieron entrar a la inauguración, exclamaron: –¿Cómo es posible que nos hayan tenido acá tres horas? ¿Por qué no nos dijeron nada? – gritó una persona desde lo lejos a la fila. El Coronavirus, dio su primera estocada en el segundo (y más importante) evento del FICCI.
Dentro, las fotos siguieron, los asistentes se paraban al frente del backing, los flashes enceguecían y los obturadores marcaban el ritmo de la incertidumbre y de la emoción de esa noche tan esperada por tantos meses; era el inicio oficial de la edición número 60 del FICCI; el único festival competitivo para el cine iberoamericano.
Después del tapete rojo, los presentes fueron a sentarse. Todas las sillas estaban ocupadas, desde el primero hasta los palcos del último piso. Los directores general y artístico dieron las palabras de apertura; Felipe Aljure habló sobre la temática del festival:” ‘La deriva cósmica’ es un festival de cine donde vamos a mostrar el mejor cine que pudimos encontrar, que es maravilloso en 195 películas y vamos a tener las mejores charlas académicas. Somos un festival de cine, seamos el 59, el 61, el 74, siempre somos un festival de cine; el número trae una invitación a la reflexión, a la memoria, al pensamiento, a la construcción conceptual.” Sin más que decir, las luces se apagaron y se inició la película inaugural del festival Waiting for the Barbarians de Ciro Guerra. El director de la película no pudo llegar, pues se quedó en Madrid y no logró regresar a Colombia a causa de las medidas tomadas contra el Covid-19 en Europa.
La cinta se ubica en una ciudad fronteriza de un imperio occidental sin nombre del siglo XIX. Un coronel, interpretado por Johnny Depp, quiere instaurar un régimen militar en esa ciudad, y lleva a cabo una expedición para capturar y torturar a los “bárbaros” (personas descendientes y legítimas poseedoras de esa tierra). Un magistrado, representado por Mark Rylance, fiel a su imperio, se verá conflictuado entre la lealtad al imperio o salvar y velar por los derechos de los “bárbaros”. Un filme que retrata la crueldad, la injusticia, la violencia del colonialismo hacia los conquistados y oprimidos. Esta obra cinematográfica invita a reconstruir la memoria. Algo que, en un país golpeado por guerras, necesita con urgencia, pues pareciera que no conociera su historia, porque la está repitiendo.
Casi a medianoche, la película se terminó. Hubo algunas fotos más antes de irse, algunos, para sus casas, y otros a la fiesta. Yo decidí seguir tentando el destino y asistir a una celebración con más de 500 personas. Una noche donde Mr Black, trataba de apaciguar la zozobra y la angustia producida por la llegada del Coronavirus.
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El siguiente día, 12 de marzo, después de haber fotografiado algunos eventos en la mañana en el Palacio de la Proclamación, casi todo el equipo de prensa se acuarteló al medio día en el Centro de Formación de la Cooperación española en Cartagena de Indias, pues, se venía uno de los eventos más importantes del Festival: “Al aire libre con Werner Herzog”. Yo quería estar presente, pues él fue uno de mis referentes para mi trabajo de grado.
Durante las tres horas de preparación, logística y fotografía, aparecían voces en protesta porque el FICCI no había sido cancelado aún. Una de esas voces fue Carolina Sanín, que publicó el siguiente tuit el día anterior: “¿Nada que cancelan el FICCI? ¿El gobierno colombiano de verdad va a dar esa prueba de desinterés en la salud de los colombianos?” –Esto se va a poner feo– dijo Diego Aretz, jefe de prensa, después de leer esa publicación.
Eran las tres y media de la tarde y casi todas las sillas del lugar estaban ocupadas. Los directores del festival estaban presentes. Unos minutos después llegó Salvo Basile, el actor italiano nacionalizado en Colombia y la reconocida actriz nacional Natalia Reyes. Basile y Herzog se conocían desde hace más de treinta años, cuando el director alemán filmó gran parte de su película Cobra verde en las selvas colombianas. Salvo interpretó uno de los personajes secundarios: el Capitán Fraternidade. Salvo y Werner hablaron un gran rato, como viejos amigos que son.
“No me llamen genio, yo soy un soldado” le dijo a Natalia Reyes, cuando ella lo tildó como un “genio del cine”. Salvo, Natalia y Werner estaban sentados juntos conversando. Las películas de Herzog se han caracterizado por su “naturalidad”; trata siempre de representar la vida como “es” y no como debería ser. La accidentalidad y las metas “vacías” a veces sin sentido, sencillas y utópicas de la vida, son el común denominador de los documentales y películas del director alemán.
Al oír a Herzog, me acuerdo las palabras que dijo en el documental de Win Wenders, Tokyo-Ga: “Ahora quedan pocas imágenes. O las imágenes ya no son posibles. Tendría que comenzar a excavar como un arqueólogo para tener éxito en encontrar algo en este paisaje(...). Hoy hay pocas personas en este mundo que luchan por la necesidad de imágenes adecuadas. Tenemos absolutamente necesidad de imágenes que en estén en armonía con nuestra civilización y nuestra intimidad profunda...”. Con imágenes reales, Werner se refiere a esa “autenticidad” que antes había en las películas clásicas de los años cincuenta o sesenta. Dice que esta sociedad está contaminada por la modernidad y que para conseguir imágenes “auténticas”, habrá que escalar una montaña de ocho mil metros o ir a otro planeta. En lo personal me pregunto si alguna vez la imagen tuvo un 100% de autenticidad, ya que la identidad es formada a través del reconocimiento del “otro”; quiero decir de cualquier ente que nos rodea y que es cambiante a lo largo de la historia.
La conferencia se acabó, después de las cinco de la tarde. Todos los asistentes quisieron una foto con él, pero infortunadamente él debía acudir a otra cita. Mientras tanto, alejándome de toda la multitud, leía la primicia del día: “Duque declara emergencia sanitaria a nivel nacional”.
Al finalizar la tarde, tuve la oportunidad de ver Tantas Almas, escrita y dirigida por el colombo belga Nicolás Rincón Gille, en el Teatro Alfonso Mejía (TAM). Una película que narra la historia de un padre que busca el cuerpo de sus dos hijos, tras ser asesinados y tirados a un río por los paramilitares. Su peripecia era muy peligrosa, ya que, en esa época, los paras asesinaban también a cualquiera que se atreviera a sacar o si quiera buscar cuerpos en los ríos. El filme retrata la desesperación de muchas personas que buscan incansablemente a sus seres queridos, desaparecidos por la violencia y que su esfuerzo nunca ve el sol. La película está protagonizada por José Arley de Jesús Carvallido Lobo, un pescador santandereano que actuó por primera vez en su vida en esta película.
No salí del TAM porque venía el tributo a Werner Herzog. El director alemán, entró por la puerta principal del teatro y caminó por la alfombra roja. Apenas la gente se dio cuenta de su presencia, se levantó para aplaudirlo. Herzog simplemente sonreía, saludaba y se mandaba la mano a la boca mirando la cantidad de gente presente en el teatro. Se sentó en una silla al frente, pero no duró mucho debido a que Felipe Aljure lo llamó a que pasara a la tarima. Salvo Vasile estaba presente también. Los tres se pusieron a hablar y recordar viejos tiempos:
- ¿Recuerdas cuando yo te cargué, pero tú no pudiste? – le dice Salvo a Werner-
–Sí, porque tú eras muy gordo– le responde el director, recordando una anécdota, rodando Cobra verde.
Después de recibir la estatuilla de la India Catalina, el teatro se apresuró a apagar las luces y a reproducir una de las mejores películas de Werner Herzog: Fitzcarraldo.
“La conquista de lo inútil”, así llama a esta película el propio director. Pues nos sumerge en una conquista de un empresario cauchero brasileño que quiere construir una ópera en plena selva amazónica. La ridícula epopeya lo lleva a atravesar las montañas con un barco. Llena de muerte, amor y comedia, esta película también refleja los estragos que deja el neocolonialismo y la consecución de la nada como respuesta.
Llegó la mañana del 13 de marzo, después de haber cubierto un evento con el productor de Irishman, Niels Juul, el equipo de prensa estaba reunido en la oficina. – Parece que van a cancelar el festival–, dice una de las periodistas del equipo. –Yo no voy a ir a ese desayuno, con toda esa gente aglomerada– Decía otra de las periodistas. Después de subir unas fotos y repartir el día para ver quién cubría cada evento, el equipo salió a las 11 de la mañana al que sería su último evento y del festival de cine. En ese momento, ya habían cinco infectados por Covid-19 en la ciudad de Cartagena
Volví por tercera vez al Teatro Alfonso Mejía, esta vez para apreciar una película del director caleño Jorge Navas, Balada para niños muertos. Esta película, narra los últimos años del escritor y guionista Andrés Caicedo. A diferencia de otros documentales de Navas, cuenta una historia lúgubre de Caicedo. Muestra su gusto hacia el rock, la salsa, la rumba y sobre todo su fascinación por el cine de terror de la serie B; ese género cinematográfico de bajo presupuesto caracterizado por tener escenas gore y zombis. Este film escudriña la personalidad de Andrés; describe cómo fue su relación con Carlos Mayolo, Luis Ospina y el cine club que fundaron juntos en Cali. También su paso por Estados Unidos con la esperanza de vender uno de sus guiones. Relata su obsesión por la literatura, la relación con su hermana (que sabía que Andrés Caicedo sufría de una especie de esquizofrenia que lo llevaría hacia ese trágico final), y cuenta cómo consolidó su obra maestra: Que viva la música.
Al final de la película, hubo una pequeña charla con Jorge Navas, a las 12:45 pm, Blue radio anunciaba la cancelación del FICCI. –Qué curioso– dice Jorge, –a las 12:45 pm empezaba la primera función del cineclub en Cali–. Y esta fue la última función del festival. Quince minutos después todo el equipo periodístico, fue citado para el cubrimiento de la rueda de prensa que convocaron los directores del festival.
A las tres y veinte de la tarde, los medios presentes en el festival estaban listos con cámaras y grabadoras para escuchar a Lina Rodríguez, Felipe Aljure y a Hernán Piñeres. Diez minutos después, llegaron los tres representantes del festival y se sentaron uno a uno al frente de las cámaras. El que tomó la vocería fue Hernán. Después de haber seguido las instrucciones del Gobierno nacional tras la declaración de emergencia sanitaria por causa del Coronavirus y luego de haberse reunido con William Jorge Dau Chamat, actual alcalde de Cartagena, exigió al festival que sólo se podía llevar a cabo eventos con un máximo de 50 personas por recinto. Entonces el comité del festival decidió suspender toda actividad. Y así, a las 3:40 de la tarde, la edición número 60 del Festival Internacional de Cine de Cartagena, llega a su fin después de un día y medio de eventos, clases y cine.
¿Fue irresponsable permitir que se realizaran este día y medio de festival? Claro que si. Sin embargo no, no es el fin; es el inicio de una era. Una oportunidad para que la humanidad se replantee como seres pensantes y sintientes. Que descubra que las fronteras no existen y que el mundo se puede unir bajo la bandera de la esperanza y unión. Al igual que la raza humana, el cine toma un respiro, pues, después de que acabe esta transición hacia un esperado mejor futuro, tendrá que preguntarse: ¿Es el cine una representación constante del olvido de la memoria de los pueblos? ¿O más bien es el recuerdo infinito de las utopías, de las luchas y anhelos de mujeres y hombres a lo largo de la historia?