En las calles del barrio La Concordia, Magdalena ha forjado su destino. Un destino que no ha sido fácil, pues cuando recién cumplía sus quince años, ella tuvo que tomar las riendas económicas de su familia. Su madre había quedado viuda, con seis hijos para levantar, lo que hizo que Magdalena se convirtiera en padre y hermana al mismo tiempo.
Magdalena es un ejemplo del arduo y esmerado trabajo que se requiere para escalar en los peldaños sociales tan adversos que pone la realidad colombiana, su esposo, con quien se casó a los veinte años, es decir, hace cuarenta y siete años, la define “como una mujer echada pa’ lante, como dicen los paisas, que es muy trabajadora y emprendedora”.
“Soy una luchadora, en toda mi vida no me faltó comida, pero sí me faltaron muchas otras cosas más, fui muy pobre, teníamos muy pocas cosas”, cuenta Mimí, como la llaman sus nietas de cariño. Y fue, precisamente, esta serie de infortunios lo que la llevó a esforzarse, a dedicarse al rebusque con tal de que sus hijas no vivieran lo mismo, “he tratado de hacer todo lo posible para que no les falte lo que me faltó a mí. Por eso mis hijas fueron a una escuela normal, para que se formaran bien”, asegura.
Tiene dos hijas de sangre, la tercera es su sobrina a quien crio, pero la vida le ha dado la fortuna de abrazar un legado mayor, sus cinco nietos, “no tuve hijos varones, pero tengo dos nietos”. Cuando habla de ellos sus ojitos enmarcados de arrugas le brillan, tanto así, que es necesario mencionarlos ordenadamente, nombre por nombre: Tatiana, de veinticinco, Karen, de veinticuatro, Luisa, de dieciocho, Samuel, de diez, que está en Canadá, dice orgullosamente, y Esteban, que tiene ocho años.
En cada pieza puede llegar a tardar entre una y dos horas, pues suele ser muy meticulosa al escoger las piedras y sus colores.
Cuando conoció a su esposo, trabajaba en la carrera Séptima de Bogotá como vendedora informal, pues ante las necesidades que tenía, “uno no se le puede arrugar a nada”. Trabajó en la calle, honradamente, como lo dice ella, vendiendo lotería y revendiendo mercancía que compraba por un precio menor, todo con el fin de poder brindarle a sus hijas la mejor de las educaciones.
“Patricia, mi hija, me comentó que mientras cursaba su bachillerato, ofertaron un internado en Madrid, Cundinamarca, y ella se quería ir. Recuerdo que mi esposo rogaba para que no se fuera, pero yo sabía qué iba a pasar, yo sé cómo es mi hija. Les enseñaban muchas cosas, me esforcé y le pude pagar una carrera en la Universidad de La Salle”, dijo orgullosa.
En el año 2009 sufrió un accidente: “Me caí, irónicamente, iba para una cita médica. Me tropecé y mis zapatos me hicieron resbalar, pues había llovido; mi peso cayó sobre mi pie partiendo la tibia y el peroné. Duré cerca de dos años incapacitada, me operaron luego de que mi pie se pudo desinflamar. El accidente fue en el mes de diciembre, entonces trabajé con faroles y pólvora, ahora no se puede, pero en ese entonces la pólvora dejaba una buena renta. Recuerdo que fue hasta finales de ese mes que me pudieron operar. Hice terapias y recuperación. No obstante, no me quedé quieta, dicté talleres de faroles que los decoraba con filigrana”, recuerda la señora Magdalena.
El costo de las piedras cambia según su tipología y pueden oscilar entre los veinte mil a treinta mil pesos.
Como mujer curiosa que es, incursionó en el mundo de la bisutería gracias a su cuñada que la invitó a unos cursos que dictaba en el barrio. Para el año 2014, en pleno Mundial de Fútbol, trabajó vendiendo fichas para el álbum, de allí obtuvo un dinero que le permitió comprar una tableta electrónica, en donde ha podido ver videos de tutoriales para sacar ideas de todo lo que quería hacer para vender.
“Me considero un luchadora y triunfadora. Yo creo que ahora estará muy viejo mi cuerpo, pero mi mente no, mis manos me sirven y mis ojos también. Desde que yo pueda moverme, le batallaré hasta donde sea”, confiesa, pues a pesar de las adversidades que ha tenido que afrontar, las ha tomado como oportunidades para superarse cada día. En la bisutería ha venido encontrado su lugar en el mundo, participa en varias ferias y dice que le gusta trabajar con muchos colores, así como a todo tipo de piedras, tales como la miyuki, mostacilla checa, súper dúo, perlas o tuin.
En la Casa de la Igualdad, lugar que en el último tiempo frecuenta con agrado, dice que ha encontrado muchas cosas positivas, “nos enseñan de nuestros derechos, nuestros deberes; tenemos psicólogo y abogado, también nos colaboran cuando tenemos problemas, más que todo, cuando hay mujeres maltratadas. Yo estaré muy vieja para ese tema, pero toda la vida me he querido a mí misma, nunca he permitido que me maltraten”. El último curso que recibió, fue sobre “la alerta temprana contra la explotación de niños, niñas y adolescentes en el sector de La Candelaria”. Dice que es fundamental el cuidado de los niños, tanto así, que cuando observa a un extranjero caminado en el sector de la mano con un niño, para, se toma un par de minutos para analizar el comportamiento de ellos, pues su instinto de madre la obliga a estar alerta ante cualquier situación extraña o incorrecta.
“Si ella me pide que salte, yo salto, es una mujer muy correcta. Yo le digo: “Santa María Madre Mía”. Es una mujer sensata, que no es conflictiva y que siempre escucha y sabe callar las cosas para no generar malos ambientes, para hacer unión en la familia, para tener la tranquilidad de saber que se obra bien con las cosas. No es una persona de chismes ni comentarios indirectos”, cuenta la señora Claudia, hija de Magdalena.
En el local, Claudia es reconocida por su amabilidad y buena atención con sus clientes.
Claudia dice que su madre ha sido una persona que ha dado la vida por sus hijas, que ha dado hasta lo que no ha podido dar, “para que a nosotras no nos hiciera falta en la parte económica ni en la parte sentimental. Procuró tenernos lo mejor y darnos lo mejor que pudo. Mi mamita es un ángel de Dios, es de esas personas que trata de ayudar, de colaborar, de mostrarle a las personas que, a pesar de las situaciones y los años, uno puede ser mejor”, explica.
“A mi madre le tocó duro”, recalca nuevamente la señora Claudia, y menciona que desde pequeña ha tenido que guerrear el pan de cada día, dice que podría ser este el motivo por el cual su madre les había enseñado a conseguir sus propias cosas, pues Magdalena no ha sido una mujer generosa en regalos materiales para sus hijos, “ella nos enseñó que se debe luchar, era difícil en algunos momentos decirle “mamá, préstame o ayúdeme con algo”, porque para ella ha sido duro conseguirlo”, dice.
“Una vez yo estaba buscando tener un local, cuando encontré el espacio, el abogado me estaba pidiendo una garantía, un respaldo de un bien para soportar el contrato. Yo no tengo nada, tengo mis hijos y nada más, no tengo una propiedad. Entonces llamé a mi mamá, le expliqué lo que estaba pasando, entonces ella me dijo: “¿En dónde está?”, yo le dije, entonces al terminar la llamada se vino para donde yo estaba con el abogado. Ella llegó, habló con el señor, no era fácil poder llegar a un acuerdo. El arriendo era por un millón de pesos mensuales, entonces mi mamá le dijo: “¿Cómo pretende pedirme las escrituras de mi casa por un arriendo tan barato?”. Entonces salió, tardó varias horas y después llegó. Venía de un banco, había sacado seis millones de pesos, entonces le dijo al abogado: “Aquí tiene seis meses por adelantado, firme el contrato que yo respondo; deje trabajar a la china, déjemela trabajar que yo sé quién es ella”, relata Claudia.
Claudia dice que cada vez que la molesta, la toma por la espalda y le da picos o mordiscos suaves en los cachetes, todo para demostrarle el gran amor que le tiene, pues a veces le duele pensar “que cada día más con ella, es un día menos que voy a tenerla en mi vida, entonces en cada expresión de cariño que le suelo dar, espero transmitirle mi admiración, demostrarle que estoy agradecida con Dios por darme un ser tan maravilloso como ella”.
Si algo es evidente es que su familia no escatima en adjetivos para describirla, su nieta Karen, dice que “es extraordinaria, la mujer más noble, sincera y triunfadora que conozco. No es necesario alcanzar los niveles de fama y dinero para ser una mujer modelo, basta con inspirar a los que están más cerca, y eso es lo que genera Magdalena”.
“Por ella, mi mamá y yo somos lo que hoy en día somos, es una grandiosa mujer que creció gracias a todo lo que se esforzó, y hoy en día es una mujer que se merece el mundo entero por parte de toda su familia, sin contar lo hermosa que es físicamente, que, a través de los años, sus ojitos se convirtieron en nuestra guía, y su corazón, en nuestro apoyo para todo lo que somos hoy en día”, asegura de manera nostálgica su nieta.
Comparte su hogar con una gata posesiva, que busca estar siempre cerca de ella, sentarse con ella y estar en su cabeza.
Jorge Enrique López es el hombre con el cual Magdalena ha compartido 47 años de su vida, a simple vista, podría parecer recio y seco, pero cuando habla de su esposa la cara le cambia, aparece entonces un conato de felicidad, sus palabras hacia ella son de agradecimiento, admiración y solidaridad. Reconoce en su esposa varias cualidades, la fuerza y la tenacidad son dos de ellas. Sabe que su papel en la familia ha sido fundamental, que han hecho buen equipo, que se han complementado y entendido muy bien, a pesar de los momentos difíciles. Gran parte de la crianza de sus hijas recayó sobre los hombros de su esposa, responsabilidad que ella supo sortear con absoluto desinterés. En síntesis, siente que él es un hombre afortunado por tener una mujer como ella en su hogar.
Tatiana es otra de las nietas de la señora Magdalena. Ella confiesa esto: “Es mi abuelita, entonces creo que es una mujer bastante feminista, a pesar de no tener una formación académica amplia, en estos temas tan teóricos tiene una postura muy clara frente a la igualdad del género femenino en la sociedad”.
Continúa: “Es una mujer muy justa y muy inteligente, y con lo inteligente no me refiero solo a inteligencia académica, no, también a una inteligencia emocional mayor, una inteligencia motriz”. Para sus nietos, Magdalena demuestra que inteligente no es solo aquel que resuelve dilemas matemáticos o escribe poemas de amor, también es aquel que tiene la capacidad de ponerse en los zapatos del otro, de sentir empatía por aquellos que pasan por algún momento de tensión o angustia. Todos en la familia sienten que su trabajo como artesana le ha servido para afianzar su condición humana.
“¿De qué vale todo el sacrificio que hacemos como personas, sino viene acompañado de la honorabilidad del haber actuado íntegramente?”, se pregunta Tatiana, una de sus nietas. Y es verdad, para ellas, Magdalena es todo un ejemplo a seguir.
Así es la vida de esta mujer artesana, moldeada y pulida por los golpes, pero feliz de hacer parte de un proyecto que busca blindar a los más vulnerables de todo riesgo o peligro. Por eso, entre tejidos, piedras y colores, Magdalena seguirá vigilando que en su localidad no ocurra nada grave para los niños, niñas y adolescentes.