En medio de montañas tapizadas de copiosa vegetación, el Lago de Tota se extiende como un espejo azul verdoso en los municipios de Cuítiva, Tota y Aquitania, cuyas olas balancean los botes encallados en la cuenca. Es lunes por la mañana y el cielo está despejado, pero el viento se mantiene frío e implacable con las plantas que se curvan hacia atrás. Estoy en Playa Blanca, una de las orillas del lago que asemeja a una costa marina, donde los turistas juegan y se introducen tímidamente en el agua helada, al tiempo que algunos curiosos hacen fila en el muelle para acceder a una de las lanchas de motor que llevan, de diez a quince personas, a recorrer el lago. Sin embargo, mi destino no es la blancura de esta playa turística, es una casa de ladrillo, un bote y una leyenda.
Me dirijo hacia la carretera principal para llegar a La Puerta, un sector en el que las familias de campesinos mantienen, junto a sus viviendas, pequeños cultivos que son alimentados por el agua dulce. Las casas están construidas a base de ladrillo, son de una sola planta y los tejados difieren según la antigüedad de las viviendas: las más tradicionales tienen tejas de barro, mientras las nuevas tienen tejas de zinc.
Allí, Hortensia Gutiérrez me invita a seguir a su domicilio. En el interior, junto a la estufa de barro, me ofrece guarapo en un pocillo, mientras suena un radio en el fondo de la sala. En medio de la conversación menciona a Fidel Trujillo, un pescador de la región que es artífice de su propia red y de su bote pesquero. Entonces, después de hacerle saber que estoy interesado en conocerlo, dice:
— Camine se lo presento.
El Lago de Tota es el cuerpo natural de agua más grande de Colombia. Tiene 60 metros de profundidad, una temperatura de 11 °C y una altura de 3015 metros sobre el nivel del mar. (Foto: Yeison Naranjo)
En seguida subimos una ligera pendiente hasta la casa del pescador. Al llegar a la entrada, Fidel se encuentra tejiendo la red de pesca ayudándose de un trozo de madera. Tiene una ruana de lana de oveja que le cubre el torso y una parte de las piernas, un sombrero blanco y un bigote recto que acaba en las comisuras de sus labios. A su lado, su mujer, Rosana Nomesque, pela papa en un platón lleno de agua, y los niños corretean en los potreros contiguos a la casa. Al principio, Fidel nos recibe con reserva, se limita a exclamar un saludo conciso e ignora el contacto visual. Sin embargo, a medida que avanza la conversación me doy cuenta que es una persona noble que conoce la tierra y el agua como nadie, porque hace parte del complejo tejido de su memoria desde que amanecía en los días de su infancia.
Cuando menciono el lago se detiene un segundo y luego sigue tejiendo, como intentando hilar con la red los recuerdos de la leyenda. Después, empieza a contar que, según un vocablo chibcha, Tota quiere decir agua para la labranza. Y que desde hace mucho tiempo las personas que viven junto al lago creen que los dioses de la naturaleza entregaron una cantina llena de agua sagrada a una familia indígena para que formaran un lago. La historia dice que durante algún tiempo la pareja estuvo buscando un buen lugar para verter el preciado líquido, pero al llegar a un extenso valle la curiosidad de sus dos hijos hizo que se derramara la cantina, causando que el paisaje se inundara de cristalinas aguas. La familia asustada quiso correr, pero quedaron petrificados, formando así las islas de Custodia, San Pedro, el Niño y la Niña. Según él, desde entonces, las tierras alrededor del lago se llenaron de fertilidad y vida, como una bendición que abrazó a quienes vivieron luego en sus alrededores.
Luego, mientras termina la red, Fidel explica que hacer un bote pesquero toma tres días de mano de obra, fuera del tiempo que requiere ir hasta Sogamoso para traer la madera necesaria para su elaboración. Durante el proceso, primero se arman las piezas, luego hay que juntarlas con brea para que el agua no se filtre cuando se navega en el lago y, por último, es necesario darle una mano de pintura para proteger la madera. Después, el pescador comenta que este trabajo se lo enseñó su padre hace más de treinta años.
— Mi papá sí empezó a pescar por ahí cuando tenía unos quince años, entonces desde eso se vino la idea de uno ser pescador. Anteriormente no había pescadores, no había nada. Después, se inventaron los botes y empezaron a entrar a la laguna. Esto es herencia de mi querido padre — dice con nostalgia —, él murió de ochenta y cinco años, y cuando tenía setenta y cinco todavía iba a la laguna.
Cuando culmina el tejido, dice que necesita comprar la manila y el cáñamo para que la red quede lista. Entre tanto, afirma que el lago es muy importante para él porque en él ha transcurrido su vida.
Pocas personas conocen el arte de hacer un bote que, entre otras cosas, es construido a gusto del pescador. (Foto: Yeison Naranjo)
Días antes, en Bogotá, el biólogo Francisco Gutiérrez me contó que en 1938 un ecuatoriano llamado Ubidia Betancourt trajo a Tota, desde Canadá, siete clases de trucha, el problema fue que esta especie necesitaba migrar para reproducirse y en el lago esto no era posible; además, aseguró que se trataba de especies carnívoras que acabaron con otros peces, como el Capitán de la sabana. Por eso, actualmente, los 250 pescadores artesanales de la región deben estar afiliados al Instituto Colombiano de Desarrollo Rural (INCODER) para poder pescar, con el compromiso de “sembrar” alevinos de trucha arcoíris que se puedan capturar en su entorno cuando crezcan. Sin embargo, dado que el Gobierno no les ayuda a llevar nuevos peces al lago, esto lo tienen que hacer por su cuenta.
A las seis de la tarde Fidel me invita a extender las redes de pesca con él. Entonces, me entrega un chaleco salva vidas, salimos de su casa y empezamos a bajar por un pequeño camino. Cada pescador tiene su propio lugar para arribar al lago, pero ahora, junto a Playa Blanca solo hay dos botes, el de la izquierda es negro y el de la derecha azul con rojo. Nos subimos en el de la derecha y Fidel empieza a remar entre los juncos, donde se podían ver muchos patos que anidaban en la orilla.
Luego de media hora en el Lago comienza a anochecer, se incrementa el frío y las olas golpean el bote a con un ritmo acompasado. En ese momento, Fidel decide que es un buen lugar para atrapar peces, así que deja de remar, empieza a amarrar la red de una mata de junco y luego rema de nuevo para extenderla, al terminar ata una piedra para que uno de sus extremos se hunda. Más tarde, damos la vuelta al bote y avanzamos varios metros con el fin de asegurar la segunda red.
— Fidel, ¿por qué la red es verde?
— La red no solo es verde, también puede ser azul o roja y es para que los peces no la vean.
Ahora, acomodamos la segunda red cerca de las Cuevas del Arco. Terminada la labor, nos acercarnos a las grutas de roca que estaban rodeadas por el agua y cuyo interior es apenas visible debido a la falta de luz. Él me cuenta que hace cincuenta años estas estaban sumergidas completamente en el lago, pero el nivel del agua disminuyó debido al uso excesivo que se le da en la región. Entonces, recuerdo que en días pasados el alcalde de Cuítiva, Leonardo Alfonso López, me comentó que el lago tiene un papel importante en la economía de la provincia de Sugamuxi debido a que el agua extraída de la cuenca permite regar los sembrados de cebolla y papa, además, abastece a otros municipios como Sogamoso, Iza y Firavitoba.
— Ahora hay que esperar que amanezca — dice Fidel.
En seguida, el bote reanuda la marcha y emprendimos la ruta de regreso al muelle. Al llegar, dejamos el bote encadenado para que la fuerza de las olas no se lo lleve al centro del lago, entonces bajo la ladera para regresar a la casa de la señora Hortensia para pasar la noche.
foto 4Los pescadores también trabajan en jornales para aumentar sus ingresos económicos. (Foto: Yeison Naranjo)
A las seis de la mañana del día siguiente, con el sol cayendo como un manto amarillo sobre el lago, me dirijo por un camino diferente al usado en el día anterior para llegar a la capilla de la Virgen María, donde Fidel y yo habíamos acordado encontrarnos. Es momento de recoger las redes. El bote está listo para partir desde la tarde anterior, pero ahora es el momento propicio para seguir la esperanza puesta en los ojos de Fidel. Hay un radio que habla como hombre ronco sobre uno de los costados del bote, acompañado de un termo con tinto caliente. El pescador me dice que me siente, y en seguida partimos en busca de los peces.
Una vez adentro del ancestral Lago de Tota, saludamos a otros pescadores que han pasado la noche cuidando sus redes. Entre ellos hay jóvenes que no superan los 20 años. Ellos hablan de su desvelo, del cansancio, mientras yo estiro el brazo e introduzco la mano en el agua, que esta vez no está fría. En el fondo, un grupo de peces se moviliza nadando entre las rocas mientras el bote pasa sobre ellos.
Un poco más tarde encontramos la primera red, en la que capturamos cuatro truchas, más o menos, de una libra; Fidel las desenredaba del tejido de nailon y luego las metía en un saco, le ayudo a remar mientras él recoge la red. Al llegar a la segunda malla nos damos cuenta que habíamos tenido suerte, porque estaban seis truchas atrapas allí, la alegría nos inundó y mi acompañante me explicaba que, aunque no podía vivir solo de la pesca, gracias a ella le daba una mejor vida a su familia y sus dos hijos podían estudiar.
Regresamos deslizándonos sobre el agua, solo con el impulso de las olas que venían desde el norte del lago, que en ese momento son bastante fuertes y hacen que el bote se mueva de un lado a otro, Fidel está inmóvil, parece no prestarles atención.
Cuando estamos arribando al muelle, los juncos se cierran alrededor de nuestro bote, también empiezan a nadar cientos de patos, que al igual que mi compañero se dedican al noble oficio de la pesca. Hace algunos años la Corporación Autónoma Regional prohibió la caza de patos, así que hicieron de la ribera su hogar. Al encallar en la arena Fidel me ayuda a bajar y me pide el chaleco salva vidas que me había prestado el día anterior.
La trucha más grande que ha sacado Fidel del lago peso 16 libras. (Foto: Yeison Naranjo)
En el camino de regreso nos encontramos con David, un niño de diez años de baja estatura y piel morena, que venía a ayudar a su padre con lo que habíamos pescado. Fidel se le acerca para entregarle la trucha.
— Llévelas con mucho cuidado — le advierte como si se tratara de un tesoro.
Cuando llegamos a la carretera principal fuimos a una tienda, al entrar lo primero que se podía ver eran canastas de cerveza y bancas hechas de troncos. El domicilio pertenecía a Ana Cardozo, la encargada de vender el pescado en la vereda, ella nos recibe con una sonrisa y mientras destapa una cerveza nos preguntó:
— ¿Cómo estuvo la pesca?
—Muy bien, el muchacho tiene buena suerte — respondió riendo.
Ana aclaró que tenía proveedores de varios sectores del municipio de Tota, y que lo único que la hacía vendedora de pescado es poseer una nevera para que no se dañe. Fidel extendió el brazo por debajo de la ruana y le dejó diez truchas, las que habíamos atrapado esa mañana, sobre el mostrador de la tienda.
— La libra de trucha está a 7.000 pesos —, expresa Ana.
Fidel recibe el dinero y salimos del lugar.
Las personas que viven junto al lago trasmiten las labores del campo a sus hijos, para que en el futuro también puedan vivir de esos trabajos. (Foto: Yeison Naranjo)
Es mediodía. Ya tengo que despedirme de Fidel agradeciéndole por su compañía y por compartir conmigo su experiencia. Caminé quince minutos por una pequeña carretera llena de tierra y sin pavimento, hasta que encontré la casa en la que había dormido esa noche. Llamé a Hortensia y me despedí de ella y de su esposo agradeciéndoles por la amabilidad con la que me acogieron en su hogar.
Aquí comienza mi viaje de regreso, así que esperé un tiempo junto a la carretera principal, que estaba muy cerca de Playa Blanca, a que pase el bus para Aquitania, para allí buscar otro que me lleve a Sogamoso. Durante todo el recorrido se podía ver el lago desde la ventana, de pronto me doy cuenta que al costado de la vía hay un restaurante, que es la sede de Boyapesca, una asociación de pesca deportiva. Por curiosidad me bajo del bus, cruzo la calle y cuando ingreso en el lugar veo un muelle donde hay varias lanchas de motor, en el que está el presidente de la asociación, Manuel Hosman, acompañado de algunos campesinos, que al parecer son sus trabajadores.
Manuel es un sogamoseño con el cabello plateado y más de 60 años; aficionado a la pesca deportiva. Él me explica que Boyapesca se fundó hace 50 años con unos pocos pescadores que vivían cerca de su casa, en la actualidad cuenta con 34 asociados, todos dedicados a la pesca deportiva, en la que el pez tiene toda la ventaja, porque no se pueden sacar truchas de menos de 25 centímetros. Al capturar un pescado lo primero que se debe hacer es medirlo, si es pequeño lo devuelven, esto es para que el lago mantenga una población estable. Manuel está llenando el tanque de combustible de la lancha en la que estábamos cuando empezó a contarme:
— Desafortunadamentela presión de pesca es alta: los campesinos que realizan esta actividad de manera artesanal, en sus mallas capturan indiscriminadamente truchas grandes y pequeñas. Pero ellos también tienen derecho a trabajar porque a veces los cultivos no les da para vivir.
Para bordear la orilla del lago es necesario hacer un recorrido de 47 kilómetros. El 72% del lago pertenece a Aquitania, el noveno municipio más poblado de Boyacá. (Foto: Yeison Naranjo)
Él se baja de la lancha y nos vamos a caminar por el muelle, mientras yo le narro cómo fue mi día en Tota. Manuel me explica que también existe una forma más tecnificada de capturar peces, los criaderos, en los que la trucha arcoíris crece en jaulas. En el lago hay alrededor de quince criaderos, asegura él. En ellos se manejan grandes poblaciones, por eso cuando se rompe alguna jaula miles de peces escapan de su cautiverio. Esta actividad genera mucho trabajo para los habitantes de la región, porque la mano de obra es local y los técnicos vienen de algunas otras partes del país, especializados en la producción de trucha. Después me dijo que iba para Aquitania y que me podía acercar a la plaza principal, para facilitarme las cosas acepté.
Es el final de mi viaje por la laguna, ahora debo regresar más o menos 35 km hasta Sogamoso, así que espero un tiempo junto a la plaza principal del municipio a que pase el siguiente bus.