Laura Carolina Baños López
Observatorio de Construcción de Paz
La construcción de paz persigue la mitigación y posterior erradicación de desigualdades, inequidades y falta de oportunidades, el respeto por los Derechos Humanos y del Derecho Internacional Humanitario, entre otros aspectos que proporcionan bienestar y equilibro a las sociedades.
Debido a la complejidad que constituye pretender resolver las dificultades desde su origen, es un proceso continuo e interdependiente; pero en la medida en que comprendamos que la paz va más allá de reducir la belicosidad, que en cambio se le vincula a la convivencia tolerante en comunidad, a la justicia y, en últimas, a un Estado que garantice la satisfacción de necesidades básicas, seguridad y brinde igualdad de oportunidades a sus ciudadanos, entenderemos que además de soñar con la paz en medio de escenarios caracterizados por el uso de las violencias, se deben articular esfuerzos para que no se dé lugar a la repetición, mediante políticas públicas y el apoyo de la población civil, que desestimulen la violencia y la delincuencia.
Adicionalmente, sociedades sin conflictos no existen debido a la ausencia de sociedades homogenizadas. Los individuos somos distintos por naturaleza. Lo problemático de la presencia del conflicto consiste en que se pretenda resolverlo violentando a otros, sin respetar la diferencia, haciendo del hombre un lobo para el hombre como señaló Hobbes. La manera más eficiente de abordar un conflicto es promoviendo el diálogo como estrategia pacífica ante una situación determinada; sin embargo, en incontables ocasiones esto no ocurre, y un tipo de violencia conlleva otros modos de ésta.
En Colombia, la espiral de violencia es un cuello de botella presente desde el colonialismo; es así como generaciones enteras nos hemos acostumbrado a vivir en un contexto en el que prevalece cualquier tipo violencia, desde la intrafamiliar hasta las relacionadas con el conflicto armado interno, entre otras, lo que demuestra las diversas dimensiones de la misma. Aunque el panorama descrito anteriormente puede ser desesperanzador, es ineludible reconocerlo para modificarlo; es por ello necesario analizar el contexto sociocultural que permite que estos fenómenos transcurran desde hace tanto tiempo en el país.
El carácter trasformador de la construcción de paz se ve empañado por un clima social adverso que incita a la delincuencia. Parte de la sociedad colombiana contemporánea ha venido legitimando fenómenos delincuenciales como el narcotráfico y el sicariato, entre otros modos de violencia que son aceptados por un sector poblacional, quienes los consideran algo normal o natural. Estos comportamientos entorpecen la prevención y la sensibilización en torno a temas como los Derechos Humanos, lo que constituye un aspecto negativo hacia la cultura de legalidad. Asimismo, no podemos desconocer que la condición de pobreza y en especial la de pobreza extrema, impulsa a muchos colombianos a delinquir para sobrevivir.
Pero, ¿cómo abordar este fenómeno? ¿Cómo dejar de ser espectadores y ser mujeres y hombres que cambian la realidad? ¿Qué hacer para que actividades tan perjudiciales para los individuos –quienes causan daño a otros, pueden ir a la cárcel o incluso morir como efectos colaterales por su afiliación a la ilegalidad- y para la sociedad en su conjunto, en vez de ser incentivadas, sean reprochadas? Resulta complejo, puesto que obedece a aspectos de cultura o idiosincrasia.
La educación en casa es básica para comprender las prioridades de la vida; se debe entonces generar una conciencia de adquirir honestamente el dinero y entender que aunque la delincuencia puede aportar mayor ganancia económica, esta no es una buena opción. Es importante inculcar en el hogar los valores que permitan construir un individuo que respete el sistema de normas y al que el dinero no pueda comprar; pero esto se dificulta en ambientes que se relacionan directa o indirectamente con la delincuencia, donde alguno de los familiares o amigos han estado encarcelados o no comparten la visión planteada anteriormente. De igual modo, las escuelas y universidades pueden aportar a sus alumnos asesoramiento en prevención y en casos de alto riesgo, acompañamiento psicológico o espiritual a sus integrantes que por diversos motivos manifiesten agresividad o se encuentren propensos o vinculados a actividades delincuenciales. Pero en última instancia, la decisión de violentar a otros depende de cada persona, es de carácter autónomo.
Quienes se dedican a la construcción de paz en el país deben dedicar esfuerzos a la pedagogía o educación para la paz, inculcando que el mensaje de estar acostumbrados a la violencia no es válido; si bien, como lo mencioné anteriormente, la nación colombiana ha soportado desde antes de su formación múltiples violencias, esta no puede ser una zona de confort para los ciudadanos contemporáneos; sería un conformismo que no aporta nada. Es trascendental abordar la resolución pacífica de controversias, la prevención y control de la agresividad, apoyar física y psicológicamente a las víctimas –no sólo del conflicto; brindarle acceso a educación, especialmente a habitantes de zonas vulnerables –entornos con presencia de ilegalidad o de hogares conflictivos-; y prevenir la xenofobia y la homofobia, entre otros aspectos.
Para concluir, el país necesita que las generaciones actuales se comprometan con el desuso de las violencias y apoyen la legalidad; asimismo, el Estado debe promover las soluciones pertinentes para que sus ciudadanos -debido a condiciones socioeconómicas adversas- no se encuentren prácticamente obligados a vincularse a las actividades delincuenciales. La construcción de paz es indispensable para propiciar una cultura que fomente el pacifismo y que permita escenarios de reconciliación que no den cabida a nuevos hechos de victimización.