Toma guerrillera en Valparaíso, relato de un velorio que se convirtió en guerra

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El departamento de Caquetá ha sido históricamente un territorio clave para los grupos armados. Conozca la historia de los sobrevivientes a la toma guerrillera perpetrada por las antiguas Farc en el municipio de Valparaíso, en 1997.

Eran las 5:25 p.m. en Valparaíso.

“Los subversivos hacen sonar las bocinas de los vehículos, como ha de ser costumbre cuando llega un funeral”. Así comenzó la toma en Valparaíso, según indica un documento de la Unidad de Restitución de Tierras, resolución Nº RQ: 00339 del 29 de marzo de 2019.

Los policías vestidos de civiles, y tras jugar un partido de fútbol con los habitantes del pueblo, no podían creer lo que estaban viendo: una multitud de hombres comenzó a salir del coche fúnebre que acababa de pasar y por el que doblaron las campanas; seguramente y como se esperaba, con ellos llegó la muerte, que en otros tiempos solo arribaba al pueblo vestida de enfermedad. Los hombres salieron erguidos con sus armas y el cinto al brazo; eran las Farc-Ep y llevaban el camuflaje típico, todos con la cara completamente destapada e impúdica. Se alistaron y el jefe de filas dio la orden para que se dispersaran, y a partir de ahí nadie sabía lo que iba a pasar. Los habitantes del pueblo sabían que ya no había escapatoria y que lo único que les quedaba era correr a sus casas y esperar por un milagro; algunos moradores que sabían de antemano que ese día había partido entre el pueblo y la policía, corrieron a esconderse, pues habían cumplido ya con su deber del día y por tanto ninguno portaba sus armas. Más de un policía al ver lo que sucedía cayó al suelo, tal y como dijeron algunas personas tiempo después, cuando todo había pasado.

Mientras tanto, el ambiente general era de misterio y zozobra; a nadie se le ocurría por el pueblo que San Isidro Labrador, patrono local, no había cumplido con el milagro encomendado que tantas veces les había consentido: que los muchachos, como habían de llamar en antaño a las Farc, no llegaran al pueblo. Pero hoy no era el día, y para mal o para bien no quedaba tiempo para pensar en ello. Para Elisabeth Cardona, una de las principales afectadas junto con su familia, el ambiente del pueblo era demasiado tenso y se respiraba una suerte de miedo. El viento rumoreaba, entre el ir y venir de las gentes envilecidas, la incertidumbre de lo acontecido. Los familiares de Elisabeth en ese momento tenían una vivienda ubicada a unas casas de la estación de policía, la misma que ella hoy recuerda: “La dejaron como un colador”. 

Las casas del pueblo eran una suerte de sombras al sol y al barro, que por fortuna mantenían su longevidad pese al paso del tiempo. A su vez, no perdían el estilo añejo que las caracterizaba a causa del viento, el polvo y la lluvia. Esta última, era también para los habitantes de Valparaíso una suerte de catarsis, un oasis en medio de tantos eventos dolorosos, chocantes y abrasadores, como las brasas del mal que se encendieron esa noche. Los habitantes del pueblo no hablan mucho de la lluvia, quizá por tratarse de un tema trivial; aunque también es cierto que la causa tiene que ver con que esta antecede y se parece mucho al fenómeno climático que los locales llaman “las heladas del Brasil”, un temporal que se pasea por el pueblo durante el mes de junio de todos los años y que entre otras cosas solo trae infortunios para los cultivos, el ganado y el ecosistema.

Esa noche las personas del pueblo estaban en sus casas, escondidas en los baños, como cuentan algunos. Allí se protegieron las mujeres y los niños, aunque algunos de ellos se quedaron dormidos en la profundidad de una expectativa joven e incomprensible, por no saber lo que venía. John Rodríguez Cardona y Lady Johana Castañeda, de 5 años cada uno, se quedaron profundos, aletargados en medio de la penumbra de la tarde y la barrera protectora de sus madres. 

No le sucedió lo mismo a Paola Carvajal, hija de Elisabeth Cardona, quien esa noche, con tan solo 4 años, estaba fuera de su casa jugando con una de sus amigas. Sobre ese día, ella recuerda: “En la primera toma yo estaba en la calle. Uno sentía los disparos cuando pegaban en todos lados. Esta niña me cargaba, era mayor que yo. Corrimos hasta encontrar la casa de un tío; yo gritaba y tocaba la puerta duro, él nos abre y afortunadamente nos quedamos a salvo”.

En otro sitio, durante la toma guerrillera, a Ángela Viviana Castañeda, hermana de Lady Johana Castañeda y prima de los dos niños durmientes antes mencionados, le temblaban las manos y el cuerpo en general. ”Era una ansiedad terrible y fuerte que uno a los diez años no sabe por qué le sucede, y que con el pasar de los años es que uno va comprendiendo muchas de las cosas”, dice ella.

Valparaíso, Caquetá. Imagen reciente de la plaza principal del pueblo. Allí ocurrió lo más doloroso durante la toma del 4 de agosto de 1997. Foto de Járold Cardona.

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En ese momento, para ella no era tan aterrador lo que estaba sucediendo en el pueblo, comparado a tener en la conciencia que sus abuelos, al vivir a tan solo unas cuadras de la estación de policía, eran quienes más se encontraban en peligro. Se trataba del matrimonio compuesto por José Cardona, considerado como uno de los patriarcas del pueblo, y Mariela Correa, quien por ese entonces ya padecía de diabetes severa y se encontraba en silla de ruedas a causa de este padecimiento. Ambos habían llegado al Caquetá como el adagio popular reza “con una manotada de ilusiones”, a principios de los 80, escapando de la violencia, como muchas familias también lo hicieron.

“En ese momento habíamos acabado de jugar un partido de básquet con los policías; todos estaban vestidos de civil, por lo que no había muchos hombres en la estación de policía. El único enfrentamiento lo mantuvo un solo policía que sostuvo fuego bastante rato (…) dos o tres horas tal vez defendiendo la garita hasta que se le acabó la munición. Afortunadamente pudo salir ileso, pues se escapó por el río que quedaba muy cerca de allí”, - recuerda John Jairo Cardona, hijo de José Cardona, quien además relata:

“Estábamos con mis padres, José y Mariela. Como la guerrilla se encontraba atacando toda la zona de lo que era nuestra casa, que era en la calle 12, nos tocó entonces correr por los solares de las casas vecinas a buscar la calle 11, que era la calle central. Vimos una cantidad de guerrilla impresionante; se movilizaban para arriba y para abajo. En la estación de policía había un total de 15 policías, 10 o 12 de ellos estaban jugando conmigo y otras personas en la cancha de la calle 11, por lo que solo había unos 2 o 3 policías en la garita de la estación que, posteriormente, fueron desarmados. A los demás policías los amarraron, estaban vestidos de civil”. 

John Jairo comenta también que en esa misma esquina se encontraba la alcaldía. Allí la guerrilla encerró a todos los funcionarios y al alcalde, luego se dedicaron a colocar explosivos sobre la estación de policía, al igual que en el Banco Agrario, que en ese entonces era conocido como Caja Agraria. Luego empezaron a preguntar por algunas personas, que de alguna forma estaban vinculados o tenían familiares dentro de las filas del ejército o la policía del municipio, para llevárselos y así poder cobrar por su fianza.  

“La guerrilla se mantuvo en el pueblo hasta las 10 y 45 p.m., aproximadamente. Por lo que a esa hora pensábamos que se les había acabado la provisión de las balas”, afirma Rosa Milena Salinas, quien además sostiene: “Decidieron salir en mixtos y en camperos tomando la vía principal que daba a Solita, y algunos otros tomaron rumbo a la inspección Santiago de la Selva”; esta versión la corrobora el documento de Restitución de Tierras, al igual que otros habitantes del pueblo, quienes además afirman que la llegada del avión fantasma fue crucial para evitar un desastre mayor. Varias de las personas entrevistadas dijeron que la aeronave fue estrenada por la FAC durante la incursión a Valparaíso, no obstante, se sabe que el avión fantasma entró al país durante el mandato de Julio César Turbay en 1983 y que su funcionamiento por primera vez se dio en 1990 durante el bombardeo a Casa Verde en Uribe, Meta. 

Lo sucedido en Valparaíso es hasta ahora un hecho confuso y difícil de explicar porque se desconocen, a día de hoy, las motivaciones de las Farc para incursionar en este municipio. Para testigos como Ángela Viviana Castañeda: “Lo que hicieron fue quemar documentos importantes y archivos del pueblo”. Para otros habitantes simplemente “se querían tomar el pueblo”. Para José David Moreno, profesor titular de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, “el Caquetá siempre ha sido una región importante para la guerrilla de las FARC”, debido a la gran influencia comercial que el territorio había sumado en municipios como Morelia, Valparaíso y Belén de los Andaquíes.

Río Pescao. Escenario de historias, del comercio de la zona y también un lugar en donde se asentaron por mucho tiempo grupos armados. Foto de Járold Cardona.

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Nadie recuerda con tanta precisión el antes de Valparaíso como la propia Ángela Viviana Castañeda, al igual que su tía Elisabeth Cardona. Ángela menciona que:

“Valparaíso era una zona tranquila. Recuerdo que se podía salir a la calle con total tranquilidad, sin temor a ser silenciada por el ruido de las metrallas o las granadas (...) La gente en el pueblo era muy tranquila, además de hospitalaria; siempre le decían a uno: mija, ¿quiere alguito de tomar?, ¿qué se le ofrece?, pase, pase; las puertas de sus casas siempre estaban abiertas para todo el mundo (...) No existía en Valparaíso algo tal como la distinción de clases, pues desde el médico del pueblo al personaje más humilde se reunían, conversaban. Y eso es algo que realmente no se ve hoy día, y mucho menos en la ciudad”.

Pero luego de la primera toma, la gente comenzó a desconfiar. Los habitantes del pueblo se volvieron cautelosos, se escapaban de los rumores, se alejaban de los implicados, evitaban a los sapos, como se les dice a los soplones, que pocos años más tarde fueron asesinados por los paramilitares cuando también se tomaron al pueblo. Este grupo también cometió diversos crímenes, que muchos no se atreven a contar a día de hoy, y ante los cuales el silencio pesa más que la vida misma. Elisabeth Cardona dice que:

“Luego de la toma, la gente se alejaba de las reuniones habituales entre familiares o amigos, desconfiando de que alguno fuera a aventar al otro. En contraste con las puertas abiertas y hospitalarias de otros tiempos, las puertas se cerraban temprano, la gente muchas veces aguardaba en vilo durante la noche”.

Algunos también dejaron de asistir a eventos en el pueblo como festividades o funerales, por temor a que algo les pasara. De igual forma, y esto es algo que poco se comenta, muchos fueron los afectados con lo sucedido a nivel psicológico. Paola confiesa, por ejemplo, que desde que sucedió la primera toma, en futuras tomas ella se llenaba de un pánico que no la dejaba actuar; comenta, además, que desarrolló el miedo a las explosiones y por eso no soporta los eventos en los cuales estalla pólvora o se inflan globos. A José Cardona también le afectaron terriblemente los hechos. Su nieta comenta que él, lo que siempre hacía cuando sucedía un evento violento, era reírse inconscientemente, como si entrara en una especie de crisis de pánico.

San Isidro Labrador, el patrono local de Valparaíso, era originariamente un Mozárabe dedicado a las labores del riego y el arado en las tierras de las familias feudales del siglo XI. Tantos siglos después y en un lejano territorio al sur de Colombia, este hombre sigue siendo la fiel imagen del campesino local, de sus costumbres y hasta de la vida austera por la que se le llegó a reconocer como santo en el siglo XVII por Paulo V. De los primeros pobladores del pueblo se sabe que llegaron en busca de mejores oportunidades para sus familias, aproximadamente, a mediados del siglo XX, un nuevo milenio cargado de oportunidades para un territorio infranqueable, como era el Caquetá de 1960. No había mucho de qué hablar y poco era lo que había para hacer, pero la vida en el campo estaba llena de paz y tranquilidad por ese entonces.

Estación de la Policía Nacional en la actualidad. Fue reconstruida y se convirtió en una especie de base mucho mejor dispuesta. Foto de Járold Cardona Cardozo.

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Aún a principios de 1980, cuando un afluente importante de personas llegaba de todas partes del país a la tierra de las oportunidades, “Valparaíso era un infierno”- afirma Luz Dary Cardona, hermana de Elizabeth y John Jairo, no tanto por el conflicto, puesto que se podría decir que esta era una tierra con excesiva paz, sino por su calor intratable. La planicie ahogada del pueblo lo convertía en un valle cerrado, entre pequeñas montañas, cargado de la brisa tropical del río Pescao. En ese tiempo, las pocas casas que habían eran suficientes para que nadie fuera un desconocido entre el pueblo. Allí conviven desde los Majé, Jacanamijoy y Aroca, hasta los apellidos más conocidos: los Pérez y los Correa. Era un pueblo heterogéneo y que prometía tal vez mucho más de lo que los cegados años 90 y principios del 2000 vinieron a traer en medio del ruido y la furia de una rabiosa sinfonía: la violencia, las masacres y las desapariciones.

Hoy en día, Valparaíso es un pueblo enfocado en su mayoría al entorno agropecuario, especialmente a la ganadería, la cual desde siempre ha tenido un papel preponderante y que tuvo gran influencia con la entrada del paramilitarismo. Los paramilitares llegaron a la zona en 1999, originariamente en la búsqueda del control del territorio y de las rutas que protegieran el comercio de los grandes terratenientes de la zona. Estos buscaban echar de la zona a las Farc, integrada por los frentes 48 y 49, quienes ingresaron al pueblo aquel 4 de agosto del 97.

La disputa por el control local de todas las rutas comenzó a afectar terriblemente al municipio. Una fuente que no quiso revelar su identidad, afirma que vio cómo en medio de los retenes y a lo largo de los kilómetros de la vía Valparaíso-Florencia, los paracos, como ella les dice: "Hacían bajar a las personas, y a muchas de ellas inocentes, las asesinaban de la forma más cruel frente a todas las personas de los mixtos".

En ese momento los habitantes valparisenses no contaban con más que una vía a la capital (Florencia), pero esta estaba atravesada por una geografía compleja y diversa; además, al tener tan sólo unos 20 km de vía pavimentada, algo que hasta hoy representa solo ⅓ del trayecto Florencia-Valparaíso, siempre ha sido necesario precisar de algún tipo de transporte especial capaz de transportar la cantidad suficiente de habitantes sin estropearse en el intento.  El mixto o la chiva, como también se le conoce, fue el transporte elegido. Aquel carromato de cuatro ruedas tenía la suficiente capacidad como para transportar por lo menos unos 50 - 60 pasajeros y además transportar todo tipo de víveres: hortalizas, verduras, frutas y hasta animales. Por eso este ha sido el transporte por excelencia del municipio y cuando se recrudeció la violencia por ahí también pasaron las balas.

La vieja y olvidada casa de José Cardona. Tuvieron que dejarla luego de amenazas de los paramilitares cuando llegaron a dominar el sector. Foto de Járold Cardona.

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José Jesús Cardona, con la cara triste pero altiva, acompañada de un andar parsimonioso, llegó al municipio con la esperanza de nunca ser percibido como hombre de engaño. Desde siempre se ha distinguido como un caballero de palabra, fuerte y berraco, que se caracteriza por su ascendencia paisa. Su acento lo convirtió rápidamente en el personaje del pueblo, debido a que poseía un amplio repertorio de historias. Su labia ocurrente, sus comentarios sinceros y la sabiduría de sus años lo hacían el perfecto acompañante para hablar con los coterráneos del pueblo. 

José emigró junto con su esposa Mariela de su natal Valle del Cauca al Caquetá, en parte huyendo del narcotráfico que instigaba esa zona del país desde los años setenta. Por aquel entonces empezaban los primeros traumatismos del país. Luego de haberse casado, la pareja vivió en las tierras de los Jacanamijoy y los Anacona. Fueron felices por un tiempo efímero durante la llegada de los hijos: Luz Dary, John Jairo, Elizabeth y Patricia, la descendencia de la tierra y la violencia. 

Quienes tuvieron el gusto de haberlo visto andar y recorrer silencioso lo largo y ancho del pueblo, saben que el señor José era un hombre valiente, que decía que para ver a Dios había que estar muerto y que él no tenía miedo de conocerlo. Por desgracia bastó muy poco para que alcanzara a verlo el día que la muerte estuvo por los alrededores del pueblo.  Con alma y sombrero, esa tarde tuvo que arriesgar hasta el pellejo con tal de salvar a su amada esposa, un valiente sacrificio que solo un dueño de su destino puede hacer.

Se dice que uno antes de morir mira muy de cerca y con claridad todo lo pasado. José pudo haber estado presagiando su destino las horas terribles que lo rodearon, porque pronunciaba frases que lo llenaban de consuelo y fortaleza. Se dice que no corrió para salvarse a sí mismo, sólo lo hizo para proteger a los suyos: su esposa Mariela, quien yacía en la pesada silla de ruedas y por unos instantes se encomendó al altísimo para pasar de la calle 11 a la calle 12 a través de los solares, el humo, el llanto y los estrépitos. Todo lo tuvieron que dejar atrás como si se tratara de leyenda bíblica de Lot. José, huyendo en medio del caos, de un Valparaíso sumergido en las llamas pudo ser Sodoma. La casa del patriarca, como pudo ser considerado el hombre tiempo después, no solo la dejaron como un colador, sino que se convirtió, según sugieren las investigaciones, en un centro de torturas.

Entre tanto, aquellos que tuvieron la mala suerte de haber sido condenados por la cinta roja,  eran marcados desde el aire y obligados a replegarse. Su momento había terminado y la mala hora les había caído encima. Luego de eso, el silencio de los guerrilleros les produjo a los habitantes del pueblo un poco de paz, adornada con el zumbido de una aeronave: era el avión fantasma que acababa de llegar, sobre las 11 menos 15. Habían hecho a sus anchas: quemaron lo que pudieron, asesinaron a dos civiles, una mujer joven e inocente de nombre Yolanda Cárdenas y a don Pablo, el ebanista del pueblo, un hombre mayor de visión corta, que prendió la luz en el momento menos indicado. El banco quedó destruido y la estación fue bombardeada, pero poco más que eso, el corazón de don José, de misiá Mariela y de todos sus descendientes había persistido. Esa noche el horror se hundió en sus propias tinieblas. Así terminó el velorio que se convirtió en guerra.

José Cardona intentó una vez quedarse en la casa, pero los paramilitares lo obligaron a salir junto a sus hijos. Foto de Járold Cardona.

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A las víctimas: Yolanda Cárdenas, don Pablo, ebanista del pueblo y sus familiares. A la memoria de mis abuelos José y misiá Mariela y a todos los que sufrieron las esquirlas de una guerra que no les pertenece.

Reconocimiento personería jurídica: Resolución 2613 del 14 de agosto de 1959 Minjusticia.

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