Tener la posibilidad de ir a China es un privilegio que pocos hemos tenido, más aún en las condiciones que tuvimos al ser una actividad apoyada por el Instituto Confucio de la Universidad Jorge Tadeo Lozano y HANBAN.
No sólo fue una oportunidad de conocer el gran "dragón dormido", sino la realización de un sueño, la consolidación de muchos años de dedicación y esfuerzo. Los breves días que estuvimos fueron los 20 días más bellos que he vivido en mucho tiempo.
Mi padre siempre ha dicho que viajar a otro lugar es en realidad viajar dentro de sí mismo, nada más acertado. En principio porque llegar a estas tierras me hizo comprender lo ignorante que soy sobre ese mundo, lo erróneos que eran los prejuicios sobre este bello país. No sé a ciencia cierta si sea porque Tianjin es una ciudad especial pero lo que se cree y estudia desde la academia Occidental sobre China es un imaginario sobre una cultura estática y antigua, que ya no existe en esos términos etnocéntricos del orientalismo colonial.
Lo poco que pudimos conocer me hizo comprender, que como cualquier otra cultura, no sólo está en permanente cambio sino que además viven y encarnan de manera cotidiana la sutil mezcla entre lo moderno y lo tradicional, la sabiduría de los ancestros ante los ojos de la posmodernidad y su interacción con las metas socio-políticas a futuro.
El otro aspecto que más me asombró es que en el fondo no somos tan diferentes. Si bien las normas sociales pueden variar, se respira la misma hospitalidad y entusiasmo que nos caracterizan a los latinos. Si se pudiera describir a la gente de Tianjin con una palabra es cálida, hacen sentir a las personas de afuera como si estuvieran en su propia tierra.
Muy alegremente se acercaban completos extraños a saber de nosotros, a compartir una pequeña charla a pesar de nuestra torpeza con el idioma. Con mucho orgullo nos mostraban a sus hijos y querían saber también de nuestras costumbres.
Tianjin es una ciudad que por diferentes razones históricas siempre ha sido cosmopolita, lo que implica que viven y pasan muchos extranjeros. Así mismo los choques culturales han dejado una huella en las calles, un ambiente multicultural que se ve en su arquitectura, su gastronomía y actitudes. Para nosotros esto implicó que además de conocer muchas personas nativas, pudimos compartir espacios con otros estudiantes y viajeros de diferentes partes del globo con formas de vida disímiles, pero aun así, con un lazo común por el interés hacia esa ciudad y su lengua.
Son muchas las pequeñas historias que se podrían contar sobre este viaje, los lugares visitados, las clases y los detalles del día a día, pero lo que más vale es la experiencia de las sonrisas, los abrazos, las amistades, esos hermosos ojos rasgados, los exquisitos sabores, la brisa del mar lejano y el sol de Oriente.
Creo que intentar abarcar con pocas palabras la vivencia de este viaje no hace justicia a lo significó y seguirá pesando en mi vida. Como todo lo que vale la pena, lo mejor es sentir en carne y alma propia ese país que tanto me recordó lo bello que es estar viva.
La invitación es entonces, a que si tienes la oportunidad, no dudes ni un segundo en ir a China.