Redacción: Jennifer Karina Corzo Romero
Ilustración: Juan Sebastián Barbosa Martínez
En su sendero de diversos verdes, los cerros capitalinos resguardan el tallo cónico del pino, el aleteo del colibrí y el choque de la gran pared rocosa que protegía el nido del Cóndor. Allí, el soplo de las colinas que fluye con la corriente del agua, sutil y subterránea, baña el trópico colombiano. Ese mismo paisaje andino ha visto crecer, por 65 años, a la Tadeo.
De lunes a viernes, en las mañanas frías de la ciudad gris, los jóvenes caminan con el morral en su espalda y las copias en la mano. Van por la plazoleta, frente al busto de Jorge Tadeo Lozano, avanzan rápidamente, bajan las escaleras, atraviesan la carrera 4 y entonces ven aparecer frente a cada uno el inmenso monumento de arcos, símbolo de la Universidad que da paso a la continuación de los sueños que persiguen más de 900 estudiantes nuevos cada semestre. Dentro, los funcionarios llevan su uniforme, los guardias de seguridad vigilan que todo esté en orden, y los profesores, siempre puntuales, esperan que el aula se llene para empezar de nuevo las clases.
Sin embargo, el paisaje no ha sido siempre el mismo. En épocas de su fundación, los días eran grises, el sol ocultaba su rostro y las nubes daban forma a la imaginación. Era una época donde el paraguas no podía faltar.
Aquel 5 de febrero de 1954, cuando la primera ráfaga asomó, la expedición botánica llegó de nuevo y la manzana de la calle 24, recibió el nombre de Fundación Universidad Jorge Tadeo Lozano. Frente al cerro de Monserrate, con la vista fija en el horizonte, Joaquín Molano Campuzano, Javier Pulgar Vidal y Jaime Forero Valdés, edificaron la idea de unir ciencia y arte ¡La expedición debía continuar! Para ello, fue necesario crear una identidad basada en la sostenibilidad ambiental de la institución, por eso la recuperación cultural del centro de la capital marcó un sendero, donde la educación, el turismo y el medio ambiente debían estar de la mano.
Ante la necesidad académica, y el momento coyuntural que vivía el país en los años 50s, era necesario encontrar una iniciativa de transformación social. Este proyecto se fundamentó en la recuperación del centro de Bogotá. El conocimiento que tenían sus fundadores sobre la importancia histórica de las calles de La Candelaria, permitió dar paso a una reconfiguración visual que le exigía a la universidad la capacidad de darle a la capital una nueva cara para la localidad de Santa Fe. Por eso, desde su concepción, la Tadeo estuvo dispuesta a conservar una línea de infraestructura, diseño, innovación y diversidad, flexible con el entorno.
Desde 1990, el arquitecto Ricardo Quintanilla, ha dirigido el departamento de infraestructura de la Universidad. Con más de 25 años de experiencia en el campo de construcción en edificios institucionales. Se ha encargo, especialmente, de guiar el proceso de inversión y conservación de la Tadeo. Las obras representativas de la identidad tadeísta son artífices dirigidos por él: Arcos y Gradas.
Corría el año 1992, faltaban los últimos detalles para culminar el módulo 16, edificio de Posgrados, icono de la universidad por su triunfo en el Primer Concurso Nacional BIENAL de Arquitectura. Mientras la Tadeo disfrutaba del triunfo, se configuraba el siguiente paso: la construcción de una planta física concisa. En ese momento, los administrativos buscaban un espacio abierto que generará impacto visual, por lo que era necesario trasformar las casas en ruinas, con ventanas rotas y puertas sin marco, de la manzana entre las carreras 3 y 4, por un lugar amplio y despejado, que fuera un punto atracción.
El arquitecto Daniel Bermúdez, bajo dirección de Quintanilla, vio la necesidad de definir un punto de encuentro de todos los estudiantes y unificarlo con Arcos, la entrada principal, para concretar de este modo, dos monumentos. Así se hizo y tiempo después la plazoleta era lugar de transito frecuente de palomas y transeúntes.
Entre otras particularidades del arquitecto Quintanilla, se puede decir que por su experiencia conoce la medida perfecta que fue necesaria para coordinar cada bloque que hoy sostiene los pasillos que recorremos cada semestre. Es el hombre que sabe, por ejemplo, que la inmensa vista del cerro desde las ventanas del módulo 7 es majestuosa, porque las aperturas están ubicadas ahí para que el tadeista pueda sentir la paz que inspira el pico solemne de las montañas cubierto de niebla, respirar la esencia andina y disfrutar la paleta de colores de un cielo gris que, contrastado con ráfagas de luz, hace inmensa la panorámica.
La construcción del módulo 7, actual facultad de Ciencias sociales, comenzó entre 1999 y 2000 debido a la demanda creciente de estudiantes y a la necesidad de nuevas aulas de clase, inicialmente, para la facultad de ingeniería. Quintanilla, sabía que era crucial contratar con arquitectos de renombre con experiencia en edificios institucionales. Fue así como el arquitecto Mauricio Pinilla, decano de la facultad de arquitectura de la Universidad de los Andes, tomó la dirección del proyecto en ese año. La filosofía de la construcción es de ahorro: “El desperdicio 0”. Para esto, era necesario utilizar los bloques de concreto completos, sin tener que romper. Con medidas exactas, y bajo el corte fábrica. También era fundamental la iluminación. Cada salón del módulo 7 cuenta con grandes ventanales y sus pasillos tienen interminables líneas de conversación. Detrás de cada puerta, se abre una vista al mundo académico, lo que aumenta la sensación de amplitud.
La construcción fue rápida y económica. En 8 meses se entregó la planificación, y en menos de dos años, el resultado ya estaba en funcionamiento. Se utilizó la estructura metálica, lo cual, consolidó la estructura institucional como innovadora al ser de las primeras de este tipo en el distrito. A su vez, el uso de materiales metalúrgicos le dio la velocidad que exigía la enorme demanda estudiantil.
Dos años más tarde, la universidad Jorge Tadeo Lozano construyó la primera biblioteca subterránea de la ciudad de Bogotá, actualmente, son las salas colaborativas del módulo 26, pero un su momento, junto a la cancha de baloncesto, fueron noticia por el carácter innovador que le dio a la institución. Dos años después, en el año 2002, se construyó la Plazoleta de las Flores y la primera fase del gimnasio.
Asimismo, en el año 2004, luego de que la biblioteca subterránea no se adaptará a la demanda de estudiantes, fue necesario la planificación de un nuevo edificio. El arquitecto Bermúdez, quien años anteriores estuvo en la construcción de la plazoleta, retomó el proyecto. Él se encontraba en la construcción de la Biblioteca del Tintal y la Biblioteca de Suba, lo que le dio renombre a su trabajo institucional. Bermúdez dedicó seis meses para replantear el nuevo plan estructural de la Universidad y no perder de vista la misma línea arquitectónica. La iluminación fue fundamental. El diseño aplica entradas de luz con bases a los costados que hacen del edificio Fabio Lozano una obra resplandeciente. La inversión inicial del módulo 21 fue alta, pero su mantenimiento es rentable, por qué se utilizaron materiales de altísima calidad que responden al avance del tiempo.
Más tarde, entre el 2009 y el 2010, se inició la edificación del módulo 7a, que debía ser la continuación del trabajo del arquitecto Mauricio Pinilla, quien mantuvo la filosofía del desperdicio 0 y su ideal ecológico, por lo que dejó a un lado los bloques de cemento, ya que su fabricación exigía mucha energía y aumentaba la huella de carbono. En su lugar, volvieron los ladrillos y fueron mejoradas las entradas de luz. El arquitecto, pensó en mejorar la rama bioclimática, que permite un ambiente más ameno entre pasillos, por lo que, internamente, el edificio gustó mucho más en comparación con su hermano. En tono de burla, el arquitecto reconoció que los estudiantes lo llamaban “la cárcel” y a su vez dijo que daba la impresión de ser muy frío.
Está claro que los lineamientos de planificación y ejecución están centralizados en la ecología y la conservación del sector centro. No obstante, cada arquitecto busca cumplir con las normas de urbanización, que a nivel arquitectónico son normativas del plan de regulación cultural de la secretaría de planeación distrital. Así lo explicó Ricardo Quintanilla: “Con cada proyecto se genera secciones de espacios públicos con el fin de mejor el plan urbanístico en el sector centro: corredores ambientales, viabilidad en circulación peatonal y vehicular. Por otro lado, lo más importante, las zonas verdes, que llevan la inspiración y la libertad en sus senderos”.
Otro punto estratégico, es la ubicación de la universidad. Su importancia se puede entender de la siguiente manera: el aeropuerto El Dorado es el punto de llegada y la calle 26 es la salida inmediata. Este corredor atraviesa toda la ciudad y llega, finalmente, a la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Lo primero que vislumbran los visitantes es el imponente Módulo de Diseño, por su forma tan particular. María Paula Tinoco Ruíz, estudiante de Diseño Industrial y Animación cuenta su experiencia: “La Tadeo es una universidad en constante reestructuración y cambio, que escucha mucho a sus estudiantes y considera qué está el mercado. Tiene una estructura de espacios que permite a los estudiantes desenvolverse con tranquilidad y libertad. En este módulo te puedes mover libremente por los salones. También, se pueden conocer las distintas técnicas y los principios de ‘animar’. Todo me ha resultado muy gratificante, especialmente por el modelo de libre pensamiento. Los profesores en la carrera de realización en animación (quizás porque es más "joven" que otras carreras), te permiten una mayor cercanía y confianza sin eliminar el factor de la responsabilidad”.
En el año 2008, se realizó un concurso de méritos para la construcción del módulo de diseño. Como invitados estuvieron tres firmas licitando el proyecto. Sin embargo, el arquitecto Alberto Larrota fue quien ganó. Por cuestiones legales y económicas de la universidad, se postergó su construcción, pero en la nueva administración, bajo la dirección de Cecilia María Vélez White, se apresuró la licitación. Era el momento de premiar el talento académico que, por más de 10 años, ha posicionado a la Universidad Jorge Tadeo Lozano, con sus programas de diseño y publicidad, como una de los mejores del país. En 2013, arrancó la construcción de ese nuevo ventanal que hoy continua con la expedición.
Durante 65 años, la Tadeo ha buscado la transformación de una sociedad que abre puertas a miles de sueños, reflejados en jóvenes, hacia adultos profesionales para desarrollar valores humanísticos que fomenten la ciencia y el arte.
Leur León, asesor administrativo de la facultad de publicidad que lleva 10 años trabajando para la universidad, es un hombre reservado, pero lleno sentido de pertenencia por su institución, gracias a que dentro de la Tadeo ha experimentado momentos de ímpetu profesional. Él destaca la labor de la universidad en la recuperación del centro y el crecimiento de la comunidad educativa. Igualmente, Jaime Pinzón, presidente de la junta directiva de la UTADEO, coincide con Leur León y agrega que otro de los puntos fuertes de la universidad, además de la estructura física, es la educación de calidad y la tecnología. Él, con una contundente voz que emana detrás del escritorio, describe la cultura de la universidad como el “Esfuerzo inspirado en la expedición botánica”. A su vez, define el edificio de diseño como “parte y arte de toda la comunidad tadeísta”.
De manera que la misma inspiración que ha transcurrido los años, ha levantado los muros que hoy fortalecen la educación en la capital. “Somos el resultado de lo que querían nuestros fundadores: desarrollo ecológico, diversidad y libertad. Somos cultura tadeísta”, así concluye Ricardo Quintanilla.