De acuerdo con cifras de la Organización Mundial de la Salud (OMS), a nivel mundial países como Colombia, Brasil, Canadá y China presentan las más altas tasas de intoxicación por mercurio. Las estadísticas globales indican que entre 1,5 y 17 de cada mil niños presentan trastornos cognitivos debido al consumo de pescado contaminado por este metal pesado. Según los estándares internacionales, la presencia de mercurio en humanos y animales no debe superar los 0,01 miligramos por kilo de peso, pues de lo contrario, las consecuencias en el organismo serían nefastas, afectando el crecimiento del feto, y en adultos, generando problemas cognitivos y del sistema nervioso.
Precisamente, cifras del IDEAM en 2015 indican que, durante el año, se descargan a los ecosistemas colombianos cerca de 205 toneladas de este metal. Y es que aunque muchas de estas emisiones obedecen a actividades humanas, entre ellas los desechos industriales, la explotación minera y la quema de cultivos tras finalizar las cosechas, a esto debe sumarse el hecho de que el mercurio se encuentra en estado natural en sedimentos de los ríos, en los suelos y en la atmósfera.
Balsa minera
La situación en todo caso es preocupante, dado que los estudios apuntan a que, si este patrón continúa, en veinte años nuestro país tendrá una mayor exposición a la enfermedad de Minamata, un síndrome neurológico que consiste en la alteración sensorial de manos y pies, así como deterioro de los sentidos de la vista y el oído, que en casos graves, puede causar parálisis total o incluso la muerte.
Precisamente, y como parte del trabajo de investigación de Liliana Poveda en la Maestría en Ciencias Ambientales de Utadeo, orientado por la profesora Magnolia Longo, se evaluó la presencia del mercurio total en sedimentos, agua, vegetación ribereña y de chagras, y en algunos componentes de la flora y fauna acuática de la cuenca media del río Caquetá, en la Amazonía colombiana. La investigación contó con el apoyo de Parques Nacionales Naturales de Colombia.
La inquietud de las investigadoras buscaba determinar qué estaba pasando con el uso del mercurio en la minería de extracción de oro, así como sus efectos a nivel ecológico en dicha cuenca. Hasta el momento, son varios los estudios que han abordado el riesgo de la presencia de este metal en humanos, pero muy pocos lo han hecho en plantas.
Estación de muestreo
El muestreo se llevó a cabo entre 2015 y 2016, en 15 estaciones ubicadas entre el corregimiento de Araracuara (Caquetá) y la desembocadura del río Bernardo (Amazonas). Un segundo muestreo tuvo en cuenta el tramo comprendido entre el Parque Nacional Natural Cahuinarí, en el sector de Tres Islas, hasta la desembocadura del río ya mencionado. Las tadeístas buscaban comparar las concentraciones de mercurio total en las zonas de explotación minera, con aquellas consideradas como ‘zonas blancas’, donde la minería aún no ha tenido incidencia.
Como era de esperarse, las zonas mineras presentaron altas concentraciones de mercurio, las cuales van en aumento, fenómeno que se hace evidente en las plantas de la ribera del río. Sin embargo, aunque ciertas zonas blancas presentaron concentraciones muy bajas, e incluso, indetectables para los equipos de monitoreo, lo cierto es que también en algunas de ellas se evidenciaron niveles por encima de los estándares internacionales.
La presencia de mercurio total en zonas con y sin minería posiblemente se debe a dos escenarios, argumenta Longo. Por un lado, el mercurio fue introducido a la Amazonía y a otras regiones de Suramérica en los tiempos de la conquista, pues los españoles en busca de ‘El dorado’ fueron quienes trajeron el mercurio a la región: “Los españoles estuvieron buscando mucho oro en nuestro país y no sabemos con precisión cuánto mercurio dejaron depositado”.
Acercamiento con las comunidades indígenas del lugar.
Otra de las hipótesis apunta a la presencia de mercurio en la atmósfera, producto de la extracción de oro. Ello podría explicarse en la medida que este metal pesado se mezcla con el oro, con el fin de extraerlo de la mina, pero, posteriormente, para separar ambos elementos, se hace necesario quemarlos, proceso que se conoce como amalgamación, y que deja como resultado la liberación de metilmercurio a la atmósfera, compuesto que es altamente tóxico y volátil.
Así pues, el mercurio liberado circula por la acción de los vientos hasta llegar, incluso, a zonas donde no se ha registrado la actividad minera. Esta situación, destaca Longo, ya se ha presentado en la Amazonía peruana y brasilera. Estudios en esos países han indicado que el mercurio liberado en la atmósfera puede llegar a ser veinte veces más alto que el que se encuentra depositado en el suelo, especialmente en los lechos de los ríos.
Lo problemático del asunto es que el mercurio se transfiere y se acumula a medida que se cumplen los ciclos de consumo dentro de la cadena alimenticia. Es decir que una persona que consuma varios pescados contaminados con el metal, sumará las cantidades de mercurio que se encontraban en cada individuo consumido: “Nosotros detectamos mercurio en camarones, y resulta que estos son consumidos por las poblaciones indígenas, especialmente por niños, y dado que estos camarones tienen mercurio, los niños van a comenzar a acumularlo”.
Longo hace un llamado a investigadores y autoridades ambientales para que analicen con detenimiento el ciclo de mercurio, no solo desde las actividades humanas sino como parte de la naturaleza: “Es clave estudiar el ciclo del mercurio en los ecosistemas. No se puede desconocer que las consecuencias de la minería son gravísimas y deben seguir siendo monitoreadas”. Así mismo, instó a entidades como Parques Nacionales y al Instituto Amazónico de Investigaciones Científicas (Sinchi) a continuar el monitoreo en las plantas de la ribera del río, en los sembrados de las comunidades indígenas (chagras), así como a estudiar otros organismos del ecosistema, entre ellos tortugas, aves e incluso mamíferos, pues ellos también podrían tener este componente químico.
El mercurio, mucho más que un metal contaminante
Como un elemento mágico e incluso afrodisíaco, así han definido diversas culturas, en diferentes latitudes y durante milenios, al mercurio. Los griegos, por su parte, lo describieron como “agua plateada” (hydrargyros), de ahí su símbolo en la tabla periódica (Hg), mientras que los romanos lo denominaron como “plata líquida”, dado que es el único elemento químico conocido, hasta ese entonces, que era líquido a temperatura ambiente.
Sin embargo, es en el año 2700 A.C., con los fenicios, donde este metal empieza a guardar relación con la minería, actividad que hoy no solo afecta a los ecosistemas a los que se incorpora, transformando los lechos de los ríos, la calidad del agua y el aumento de la deforestación de las riberas, sino también generando desequilibrio. Adicionalmente, se conoce que España ha sido uno de los países que más ha utilizado este metal pesado en su historia. De ahí que, hasta el 2008, los ibéricos contaran con la mina de mercurio más grande del planeta, ya clausurada.
Así, en zonas donde hay mercurio de forma natural acumulado en los suelos, este es liberado a la atmósfera cuando se hacen quemas en los cultivos. Allí, por efecto de la lluvia y los vientos, el metal llega nuevamente a los suelos y al agua, exponiendo así a la fauna, a la flora y al hombre.
La nueva búsqueda de “El Dorado”
A diferencia de los conquistadores españoles que también buscaban el oro en la cuenca de la Amazonía, las tadeístas se sumergieron en la selva colombiana en busca de respuestas sobre los efectos del mercurio. Un reto no solo desde la investigación sino también en el desplazamiento hasta las zonas de muestreo. Pese a ello, lo más gratificante para Longo fue el trabajo con las comunidades indígena Miraña y Andoque.
De esta experiencia, por ejemplo, recuerda los muestreos que hicieron en conjunto con niños indígenas, quienes son los que más conocen el río, las quebradas y los organismos que los habitan: “Son gente muy amable que comparten la preocupación por los efectos del mercurio en su comunidad. Sin embargo, se desconoce desde hace cuántos años estos pueblos tienen este metal acumulado en su medio ambiente. Ellos fueron muy cálidos y receptivos, compartieron información y muestras de sus chagras, y aunque muchos están involucrados en actividades mineras, otros buscan actividades sostenibles de subsistencia”, subraya la investigadora.
Precisamente, los Mirañas trabajan en un programa de ecoturismo para obtener ingresos alternativos a la explotación minera, y se espera que la Universidad, en próximas fases de esta investigación, logre un convenio de cooperación con la comunidad, que permita conocer más acerca de sus formas de ver el mundo y su cultura, al tiempo que las comunidades puedan ser apoyadas en materia de investigación para impulsar su desarrollo, pues poseen alta potencialidad respecto a sus riquezas naturales y culturales.