Colombia es conocida como potencia en recursos hidrobiológicos, gracias a sus costas en los dos océanos, así como por sus cinco cuencas hidrográficas, pero también por unos ‘grandes reservorios de agua’ que se alzan entre los 2500 a 3600 metros sobre el nivel del mar. Se trata de los páramos, ecosistemas que equivalen aproximadamente al 1,2% del territorio continental del país, lo que corresponde a 14.036 kilómetros cuadrados. Sin embargo, más allá de que erróneamente se les conoce como “productores de agua” cuando realmente son “almacenadores” del preciado líquido, no conocemos mucho de las relaciones entre clima, biodiversidad, economía y la gente que habita sus inmediaciones. Por eso, es mucho lo que nos falta por trabajar en temas de ciencia ciudadana y campesina para la protección y buen uso de estos ecosistemas.
Como parte del programa de cooperación entre Utadeo y Penn State, basado en el nexo entre Agua-Energía-Alimento, los profesores Magnolia Longo, Michael Ahrens y Johana Santamaría, del Área Académica de Ciencias Biológicas y Ambientales de nuestra Universidad, en conjunto con Andrew Warner, director de la Iniciativa de Agua del Instituto de Energía y Ambiente de la universidad estadounidense, están trabajando en torno a describir los impactos del cambio climático en los servicios ecosistémicos basados en agua del Páramo de Chingaza.
Sin embargo, es un proyecto que va más allá del estudio del temible calentamiento que sufren estos ecosistemas. De acuerdo con Longo, las primeras fases del proyecto se concentrarán en las caracterizaciones del paisaje a diferentes escalas, considerando el suelo, la vegetación acuática y terrestre, la fauna y el ciclo hidrológico, con el fin de comprender en profundidad detalles sobre cómo funciona este ecosistema en términos ecohidrológicos, pues la literatura que existe actualmente es escasa y se basa en lugares muy específicos.
Laguna Seca, PNN Chingaza
“Nuestro enfoque es de suelos y agua; lo que nosotros hemos observado es que en la medida que se han vuelto más frecuentes y con mayor duración eventos como el ENSO o Fenómeno de El Niño, estamos viendo que las turberas, que son estos colchones que almacenan mucha agua cerca a las lagunas o quebradas, empiezan a perder mucha concentración de líquido, y ese colchón se pierde porque se va volviendo cada vez más seco”, destaca la investigadora, quien añade que, en el caso del Páramo de Sumapaz, este calentamiento incide en la desecación de la vegetación debido a la alta cantidad de radiación lumínica, lo que, de llegarse a intensificar, llevaría directamente a perder agua. Un efecto contrario, pero también adverso, se da en temporada de lluvia, pues se registran inundaciones.
Por eso, otro de los aspectos que trabajarán en las pesquisas tiene que ver, más allá de cuánta agua se produce en el páramo, es la dinámica de la calidad y la cantidad del preciado líquido, en términos de las implicaciones que los fenómeno climáticos tienen para el mismo páramo, para el ecosistema y la gente que vive en el territorio.
Sobre este último aspecto, la parte humana también es clave, pues, de la mano con las comunidades, buscarán identificar las formas de percepcion y manifestacion del cambio climático y de los fenómenos de El Niño y La Niña que experimentan los pobladores de la zona, por ejemplo, en sus cultivos, los tiempos de cosecha, las modificaciones en los productos cultivados, la vegetación y la aparición de nuevas plagas.
Laguna Seca, PNN Chingaza
De igual modo, afirman los investigadores, la propuesta también tiene un fin pedagógico, el cual ya se viene trabajando desde años atrás con colegios oficiales de la ciudad, en el marco del convenio con el Distrito que posibilitó que varios profesores de estos planteles adelantaran sus estudios de Maestría en Ciencias Ambientales en la Universidad. La idea aquí es retomar el concepto de “científicos citadinos” para que sea la población, y en especial los niños que habitan estas zonas y en Bogotá, los que observen y analicen las dinámicas que se tejen en torno a los nexos entre agua, energía y alimentos en los páramos.
Por el otro lado, también está la posibilidad de que los hallazgos, a mediano y largo plazo, puedan traducirse en insumos para el desarrollo de políticas públicas que incentiven la conservación del páramo. En este punto es particularmente interesante el trabajo que, desde hace más de diez años, se viene haciendo en estos ecosistemas, con el apoyo de entidades estatales como Parques Nacionales Naturales y la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá, con quienes se seguirán abordando alianzas estratégicas.
Pero, sin duda alguna, hacer este tipo de iniciativas en nuestro país, tal y como lo afirma Ahrens, es costoso, pues hasta el momento no se ha hecho un proyecto similar en magnitud y tampoco ninguna universidad ni institución cuenta con los equipos de monitoreo.
Por tal motivo, como lo destaca la profesora Santamaría, en el primer año de esta cooperación ya se ha trabajado con Penn State en la búsqueda de fondos para la financiación de las investigaciones, a partir de convocatorias nacionales e internacionales, que permitan la instalación de dispositivos para hacer monitoreo del ecosistema, para que, en el mediano plazo se puedan hacer redes que posibiliten responder algunas incógnitas desde lo biológico, lo climático y lo hídríco, y que en el largo plazo les confiera el plantear modelos abiertos para su manejo público.
“En Colombia hay muchos trabajos de pregrado y posgrado, así como consultorías y proyectos de investigación en el páramo que se dedican a estudiar un área o tema en específico, pero ahora queremos tener una visión global de cómo este ecosistema está siendo afectado por el cambio climático, por lo que tenemos que empezar a estudiar de manera general el páramo para poder entenderlo, y uno de los primeros pasos es establecer sistemas de monitoreo de variables ambientales que nos brinden información a largo plazo”, enfatiza Santamaría, al declarar que más que un proyecto se trata de una iniciativa páramo, pues la idea es que dé como fruto muchas investigaciones y que sea de largo aliento.
Johanna Santamaría y Magnolia Longo, integrantes del proyecto de investigación en páramos
En esto coincide Ahrens, quien resalta la necesidad de comprender más sobre los procesos hidriobiológicos y los factores biológicos de los suelos que controlan la captación, almacenamiento y liberación del agua en el ecosistema, conocimiento que es clave para comprender los cambios climatológicos en el planeta y así diseñar estrategias adecuadas para su manejo, pero también entender el impacto negativo que puede llegar a tener la expansión de la frontera agrícola.
“Estamos saliendo del concepto de páramos como esponjas de agua; muchas veces la gente los ve como un lugar que intercepta este liquido, pero nosotros queremos entender mucho mejor este funcionamiento, en cómo funciona hidrológica y ecológicamente el páramo y de cómo la vegetación, los suelos y los sistemas acuáticos están interrelacionados”.
Aunque el proyecto ha iniciado en una fase semilla, explica Ahrens, se espera que la alianza dé sus frutos, con la incorporación de más actores. Frente a eso ya hay unos avances, pues las universidades Militar y de Antioquia, colegios del Distrito Capital, así como organizaciones gubernamentales y no gubernamentales, han mostrado su interés por ingresar al proyecto. De igual forma, la Embajada de Estados Unidos en Colombia y el Icetex ya han aportada algunos recursos que permitirán la consolidación de un grupo interdisciplinar frente al tema, que tenga la responsabilidad de enseñar, generar conciencia y preservar los páramos, apreciando su fragilidad y a la vez su importancia.