He estado reflexionando sobre las opciones que tenemos los ciudadanos frente a la disyuntiva entre un populismo de izquierda y otro de extrema derecha. No califiqué de extrema la posición de Petro porque no lo es; incluso, la ha venido suavizando para atraer el centro político y disipar el miedo que generan las acusaciones tremendistas que le hace el Centro Democrático: que va a convertir a Colombia en un Venezuela abrumada por la autocracia, la incompetencia, el desplome de la salud, la hiperinflación, el disparo de la criminalidad y el hambre.
Yo le veo problemas serios de personalidad egocéntrica, autoritaria y voluntariosa a Petro, pero son más graves los de Uribe. Mientras Petro no ha tenido vínculos con la ilegalidad, Uribe, sus familiares y amigos han sido cuestionados y acusados por sus cercanías al paramilitarismo y al narcotráfico, viéndose además envueltos en casos de alta corrupción. La calidad de los magistrados que logró acomodar en las altas cortes muestra su desprecio por la meritocracia.
Un triunfo de Iván Duque representa grandes riesgos: tendrá una bancada mayoritaria en ambas cámaras y promete revolcar la justicia, extendiendo un manto de impunidad sobre su patrón y los buenos muchachos que siempre lo acompañan, incluyendo a Popeye. Además, contará con unas fuerzas armadas amigables que no obstaculizarán los cambios constitucionales que puede consumar. Le puede abrir la puerta a un “presidente eterno”, como inocentemente lo confesó y anhela.
Se dice que Duque puede torcerse frente a su creador, pero me parece improbable dada su pobre trayectoria, su carácter adaptativo y el control legislativo que ejercerá el expresidente, lo que le presta una arma destructiva contra los que lo traicionen. Duque no puede hacer lo mismo que Santos, quien se consideraba como uno de los dueños del país y trataba a Uribe como un señor feudal de tierra caliente.
Si Petro es elegido presidente, tendrá una oposición del legislativo feroz conducida por Uribe, peor que la desplegada contra Santos, con la capacidad de debilitarlo considerablemente. Petro ha renunciado a su propuesta de hacer una constituyente porque reconoce que es políticamente inviable; si acaso tuviera posibilidad, puede provocar que las fuerzas armadas intervengan para impedir cambios radicales en el ordenamiento económico y político del país. El apoyo militar hace la gran diferencia entre Petro y el coronel Chávez. En el tema de la salud y las pensiones podrá aumentar marginalmente la participación estatal, pero le será imposible cambiar su carácter esencialmente privado. Ha hecho ofrecimientos ministeriales a Rudolf Hommes y a José Antonio Ocampo, para insistir en que será responsable fiscalmente y respetará la autonomía del Banco de la República.
La Alcaldía de Petro en Bogotá fue mediocre y sólo pudo cambiar marginalmente algunos servicios y políticas, pero no logró liquidar la capital. Incluso, hoy Peñalosa tiene más problemas de autoritarismo y eficiencia que Petro. En el caso del país, la división de poderes le impondrá unos frenos que pueden desaparecer en el caso de que Uribe-Duque accedan a la Presidencia, produciendo una mayor destrucción del tejido político y social de la que generó entre 2002 y 2010, esta vez por tiempo indefinido.
Petro es la única barrera que queda frente al caudillismo populista de derechas y aunque no comparto muchas de sus propuestas, me siento obligado a votar por él.
Salomón Kalmanovitz | Elespectador.com