"Yo confío en la multitud. Hoy, mañana y pasado, esa multitud que sufre el suplicio, que lo sufre en silencio, sabrá desperezarse y para ese día, ¡oh bellacos!, será el crujir de dientes."
¿Quién era Gaitán? ¿Qué significa su figura en nuestros días? El Negro, la estatua o el personaje principal de un evento histórico que partió en dos la historia de Colombia.
El padre, el abogado, el estudioso, el amigo, el político que movilizó a las personas de un país duramente controlado por la iglesia, el estado represivo y anacrónico y las fieras extranjeras que ya empezaban a zampar las garras en las proliferas tierras del país. Hablar de Gaitán es hablar de la impotencia, del sufrimiento de millones de personas en Colombia que viven al margen de su propio destino, relegados por la historia oficial de un país que avanza retrocediendo, amarrados al lazo del clasicismo, la violencia y una oligarquía déspota y centenaria que mantiene los engranajes del poder aceitados por el sudor de los ciudadanos.
Gaitán es importante por eso, por ser el ícono del quiebre, de la ruptura de una sociedad que imaginó ser pero despertó muy pronto, aquel 9 de abril de 1948 en que las esperanzas de algo mejor quedaron enterradas con los muertos anónimos en las fosas comunes del Cementerio Central. Hoy todos saben quién es Gaitán, pero nadie sabe de su importancia. Hoy todos conocen la frase “Yo no soy un hombre, soy un pueblo”, pero pocos toman conciencia de la relevancia de la actividad social, de la resistencia popular, la misma que sigue trancada bajo una zona de confort y que día a día se va perdiendo, relegada a sueños de personas utópicas pero inseguras, que saben que todo está terriblemente mal, pero igual sienten que luchar no tiene sentido cuando no hay una masa que los apoye.
Gaitán no cabe en una crónica, un reportaje o una novela. Mucho menos en una película o en tres estatuas y un par de placas en su honor. Para acercarse a él no se necesita eso, mucho menos conocer su historia, la de su familia o la de las personas que fueron devotas con él. Para acercarse a Gaitán hay que primero ser consiente y después combativo.
Su piel de indio, su cabello peinado, su educación europea y sus ideas liberales son la llama clara del crisol de nuestra cultura y son fuego vivo que no puede morir en ceniza, un incendio que debe propasar un billete de mil pesos y apoderarse de nosotros para seguir resistiendo los embates que surgen de nacer en una sociedad y en un país como este.
Porque todos somos Gaitán cuando hablamos de su nombre, lo exaltamos y buscamos sus palabras en momentos de dificultad y locura colectiva. Pero somos también la bala que cegó su vida.