Monseñor Jaime Prieto Amaya. Estudió filosofía y teología en el Seminario Mayor de Bogotá, hizo cursos en el Centro Internacional de Sociología de Roma (CISIC) y alcanzó una licenciatura en ciencias sociales en el Instituto Católico de París. Fue secretario ejecutivo del Departamento de Pastoral Social del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam), presidió la Comisión Episcopal de Pastoral Social y Caritativa e hizo parte del Consejo Episcopal de Paz. En 1993 fue nombrado obispo de Barrancabermeja y en 2009 asumió el mismo cargo en la diócesis de Cúcuta. Se desempeñó como presidente de la Comisión Episcopal de Seguimiento del Proceso de Paz con el ELN, diálogo con el grupo insurgente que comenzó en 1998 y terminó sin resultados en 2002. Falleció el 25 de agosto de 2010.
En marzo de 2010 la profesora Laura Camila Ramírez Bonilla, coordinadora del Observatorio de Construcción de Paz, habló con Monseñor Prieto sobre el conflicto armado, las políticas públicas y las iniciativas ciudadanas de construcción de paz y el rol de la Iglesia en estos procesos.
Laura Camila Ramírez Bonilla: ¿Cómo describe la relación actual de la Iglesia católica con una sociedad más pluralista, mejor informada, más urbana, como la de hoy?
Monseñor Jaime Pietro: yo lo plantearía desde dos puntos de vista: uno amplio que es la relación Iglesia–mundo como tal, ese precisamente se responde a tres preguntas: ¿Iglesia, qué piensa el mundo de ti? ¿Iglesia, qué piensas de ti misma? ¿Iglesia, qué piensas del mundo de hoy? estás son las grandes interpelaciones que deben estar en el conjunto de la Iglesia que somos todos los bautizados. Si yo respondo a esas preguntas con una gran fidelidad a los signos de los tiempos, es decir, una lectura en la fe de esos signos de la presencia de Dios dentro de la historia del mundo, quiere decir que cada vez me acerco con más lealtad, con más fidelidad a esa problemática del mundo, en donde yo también como Iglesia estoy inserto y en donde debo participar en la construcción de una nueva sociedad de acuerdo con los principios evangélicos y la doctrina social de la Iglesia, entonces ese es el planteamiento.
Y viene otro tipo de planteamiento que a veces se hace y es de la Iglesia, pero como Iglesia de jerarquía, yo creo que ya ese un apelativo completamente trasnochado. Sería como decir, república, patria o nación y hablar únicamente del gobierno, del presidente… no, no, no, somos todos nosotros no es solamente un gobierno, es el Estado que precisamente es mucho más amplio y una categoría más global que abarca también a todas las estancias gubernamentales, por eso se habla de política de gobierno, que es una política que está limitada en tiempo, y de política de Estado, que es una política permanente y ya se convierte en una política pública.
Entonces qué digo yo del mundo en este momento, cómo veo a Colombia, cómo la Iglesia está viendo a Colombia… la Iglesia está metida en toda la problemática colombiana con las luces y las sombras que tiene Colombia en la actualidad; luces, pues Colombia se está modernizando, Colombia entra dentro de una dinámica de globalización con todas las oportunidades que nos ofrece pero también con todos los mecanismos perversos que puede tener una globalización, cuyo acento es el económico y no precisamente el integral, del hombre como tal, de la solidaridad, todos aquellos principios que son los que realmente llevan a una humanización de la economía, de la política, de la cultura, etcétera.
Entonces, Colombia está entrando, Colombia no está metida en esa dinámica global, está entrando con dificultad y con dificultad porque está dándose cuenta que aún entre esos aspectos netamente económicos de la falta de preparación técnica en sus empresas, legal en toda la parte jurídica, social en todo lo que es una mentalidad de globalización, es decir, nosotros todavía no alcanzamos a mirar ese mundo global que se nos está presentando y por lo tanto lo estamos sufriendo, lo estamos padeciendo, pero todavía, diría yo, no somos participantes de una auténtica globalidad.
La Iglesia tiene un gran compromiso ahorita con la sociedad colombiana, la Iglesia tiene la necesidad de poner todas sus fuerzas sobre una dinámica de formación, de conciencia sobre lo que es la democracia, sobre lo que es verdaderamente la participación, sobre lo que es verdaderamente la solidaridad, la reconciliación, es decir, todos aquellos puntos que nos llevan a nosotros a pensar en esperanza y no siempre en lo que se identificaría como aspectos negativos. Creo que una buena lectura en la fe de la realidad siempre se hace con las luces y con las sombras de la realidad que se nos presenta para luego impulsarnos hacia unos grandes desafíos, y lógicamente unas estrategias que debemos formular cada vez con mayor precisión para que los programas respondan a lo que queremos.
LCRB: desde su experiencia, ¿qué diagnóstico tiene usted del conflicto colombiano en cuanto a causas y consecuencias?
MJP: es un conflicto tan largo, que ha perdido su horizonte, los conflictos armados no pueden ser tan largos, los conflictos armados cuando pretenden la búsqueda del poder deben responder rápidamente a una situación, impactar y adquirir lo que se quiere -que es el poder-, eso pasó por ejemplo en Cuba, hubo un conflicto armado: la lucha por el poder, una deslegitimación del poder existente se logró y entonces vino otro régimen que es el régimen cubano actual, castrista, pero de todas manera ya no es la revolución como tal sino que es la destitución de esa revolución dentro de programas de gobierno y dentro de una línea de pensamiento de Estado, de pensamiento de país, como lo tienen allá. Un conflicto armado de más de 40 años se va degradando progresivamente, más cuando encontró algo que degrada todo, es “la manzana podrida”, eso que yo no llamo el narcotráfico, yo lo llamo actualmente el narco-negocio, porque el narco-negocio tiene que ver con muchas cosas, una de esas sí es el tráfico de estupefacientes, pero otro son los cultivos, el consumo de la droga y tantas otras cosas que son tan peligrosas.
Pienso que el conflicto armado en la actualidad requiere una solución sabiendo que tenemos que empezar todos a construir tanto la paz como una nueva sociedad. Yo no puedo esperarme a que cambie estructuralmente el país para empezar o firmar un acuerdo de paz, yo tengo que comenzar ahora y ese es el gran reto tanto para el gobierno, que tiene que buscar la manera tolerante -muchas veces tiene que dar, muchas veces tiene que conceder- para acercar a los grupos en conflicto armado, y estos grupos deben reconocer que estamos en una nueva situación que ojalá la aprovechemos para continuar todos en búsqueda de la solución, aquí cavemos todos en este país.
LCRB: ¿cuáles son las dimensiones o los grandes temas que usted considera debe tener una política pública de construcción de paz en Colombia?
MJP: hay diferentes temáticas que necesariamente son fundamentales dentro de la construcción de paz. En primer lugar, el desarrollo, es decir, el modelo de desarrollo que yo tenga es fundamental para construir una política pública de paz. Hay que pensar que esa política pública no puede ser simplemente de gobierno, sino que tiene que convertirse en una política de Estado. Eso supone un modelo de desarrollo adecuado a lo que serían las grandes características de la paz, como son la sostenibilidad, la justicia, la reconciliación, el perdón… es decir, todos estos aspectos vienen incluidos en la política pública de construcción de la paz.
También debe tener un marco jurídico lo suficientemente fuerte y bien estudiado para no solamente incluir a todos aquellos que han sido actores de violencia y guerra, sino también para definir mecanismos que permitan que esos actores sean aceptados por la misma sociedad, por eso hablo de reconciliación y de perdón y no únicamente de justicia y reparación. Estos son algunos de los aspectos básicos a tener en cuenta en la definición de una política pública de construcción de paz.
LCRB: si tuviéramos que marcar una ruta metodológica para que la Iglesia católica tenga un impacto real en la formulación de esas política públicas, ¿usted qué elementos destacaría?
MJP: bueno, en primer lugar la Iglesia ha estado presente siempre en la construcción de la paz. Yo creo de las entidades que más han trabajado en ese tema en Colombia y el mundo es la Iglesia. Entonces yo diría que por naturaleza propia la Iglesia debe estar presente en esa construcción de política pública por la paz. En segundo lugar, considero que la Iglesia puede trazar algunas orientaciones fundamentales dentro de la construcción de la paz, por ejemplo, la misma esencia y definición de la paz, que no puede ser la mera ausencia de guerra ni la paz romana como tal, sino que precisamente es el resultado de todo un esfuerzo de toda la sociedad por construir la paz.
En tercer lugar, no solo se hace porque se decrete una política pública, sino porque dentro del proceso –y cuando habla de proceso, hablo de algo de largo aliento-, se va educando para la paz, y una de las misiones fundamentales que tiene la Iglesia es justamente una educación para la paz: no puede haber una política pública seria de construcción de paz si no hay una educación y una pedagogía para la paz, si no hay escuelas de paz y convivencia. Entonces son diferentes aspectos en donde la Iglesia colombiana puede entrar conjuntamente y articuladamente con otras entidades para el diseño de una política pública de paz en el país.
LCRB: en esa intención de tener incidencia, ¿qué balance hace usted de la articulación que tienen las iniciativas de la Iglesia en construcción de paz con los proyectos por parte de, por un lado, otras organizaciones civiles, y por otro, entidades del Estado? ¿Cómo articularse con esos dos caminos?
MJP: la Iglesia siempre ha estado presente en esa articulación de políticas de paz, con diferentes organizaciones que actualmente trabajan por la paz y los Derechos Humanos. Es decir, no es nuevo que la Iglesia trabaje conjuntamente con ello; por ejemplo, la semana por la vida y por la paz que se hace en septiembre, que ya es una semana lo suficientemente institucionalizada, se hace con otras entidades que también están haciendo propuestas concretas de paz. Yo diría que con otras Iglesias también se ha dado esta tendencia, con los menonitas y anglicanos hemos participado en foros y eventos donde no solo se habla de la paz como si fuera algo académico sino como estrategias para adelantar acuerdos de paz. Otro actor con el que estamos en este momento haciendo proyectos de paz, convivencia y reconciliación es la Comisión de Conciliación Nacional. Entonces se puede usted dar cuenta que lo que más buscamos hacer es articular todas estas iniciativas de la sociedad civil por la paz, y al articularlas, lógicamente, buscamos ir construyendo conjuntamente una posible paz en Colombia.
Con respecto al Estado, yo diría que han habido algunos ensayos que tienen que ver con la paz, como por ejemplo la ley de justicia y paz y el proceso para la desmovilización. La Iglesia ha estado presente tanto en los acercamientos con los grupos insurgentes como con las autodefensas. Yo diría que hay una gran ausencia. Cada vez uno nota más que hace falta una política de paz en el Estado, porque se ha insistido mucho en una política de guerra dentro de la seguridad democrática, faltando paralelamente la formulación de una política de paz que fuera liderada por el mismo Estado colombiano.
LCRB: y en lo local, ¿dónde está el corto circuito para llegar a trabajar con políticas gubernamentales y de Estado? ¿En dónde hay rupturas que impidan que en ocasiones la relación no sea tan fluida?
MJP: en lo local a veces es hasta más fácil porque no hay mucho lugar a la divagación, sino que más bien lo que se va construyendo es mucho más operativo, tanto a nivel de gobiernos locales como de ONG e Iglesia, así que resulta mucha más fácil concretar y articular lo institucional con lo privado y con la Iglesia. ¿Cuándo se presentan choque? Lógicamente cuando vienen problemas de corrupción administrativa e intereses privados. Ahí vendría el primer choque porque los grupos que se crean, como por ejemplo los Consejos Municipales de Paz, son grupos heterogéneos, entonces no va a comer cuento tan fácilmente y eso puede crear ya un cierto distanciamiento. Como digo, ojalá pudiéramos a partir de los consejos municipales de paz y los grupos pequeños, en las ciudades y los departamentos ir construyendo la paz a niveles nacionales.
LCRB: y sobre la incidencia política, ¿qué rol le corresponde a la jerarquía eclesiástica en cuanto al impacto en una política pública de construcción de paz?
MJP: nosotros tenemos dentro nuestros ejes temáticos uno denominado incidencia. En ese eje tenemos personas, por ejemplo, directamente relacionadas con el Congreso de la República para estudiar los diferentes proyectos de leyes y poder participar la presentación de esas propuestas que se refieren no solo a la paz sino a la mora y las buenas costumbres. La labor de incidencia, hoy en día, es una labor natural y necesaria Y la Iglesia lo está viendo así y cada vez más no solo tiene comunicados de opinión pública, sino que va con más fuerza hacia la incidencia. La incidencia se hace en el congreso, con los gobiernos, con aquellos que detentan los mecanismos del poder.